Don
Quijote en Alemania/Antonio Pau, académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Consejero de Estado.
ABC, 29 de mayo de 2016
Don
Quijote ha sido un español más de los que en distintas épocas han emigrado a
Alemania. Y una vez asentado en aquellas tierras neblinosas, echó raíces más
profundas que en otros países europeos a los que también viajó. ¿Pero por qué
tardó tanto este hidalgo manchego en balbucear sus primeras palabras en lengua
alemana?
Este
don Quijote que habla por primera vez en alemán lo hace como un verdadero loco.
Los alemanes estaban acostumbrados a un género literario muy difundido en la
época, el de los Narrenbücher –los libros de locos–, y pensaron que don Quijote
era uno más de los locos disparatados que, a pie o a caballo, recorrían
Alemania por aquellos años.
Y
de pronto se abre un vacío que dura siglo y cuarto. No hay una segunda
traducción del Quijote hecha directamente del español hasta 1775, cuando
Friedrich Justin Bertuch hace la suya. Pero en esos años intermedios entre las
dos primeras traducciones alemanas del Quijote se produce un fenómeno mucho más
sorprendente: Alemania empieza a poblarse de hidalgos que cabalgan junto a su
escudero, que son personajes nacidos en Alemania y con nombres alemanes
–Sebaldus Nothanker, Sigfried von Lindenberg, Wendelin von Karlsberg…–, y que
viven unas aventuras inventadas por sus autores que no tienen nada que ver con
las imaginadas por Cervantes.
El
segundo traductor es un personaje singular. Friedrich Justin Bertuch creó una
fábrica de flores artificiales –en la que dio trabajo, por cierto, a la mujer
de Goethe– y la primera revista femenina de la historia, con secciones de moda
y de belleza. Su pasión por la lengua y la literatura españolas le convierte en
el primer hispanista alemán.
Este
Quijote de Bertuch sigue siendo un loco absolutamente excéntrico, cuya
comicidad la acentúa el traductor con añadidos de su cosecha: cada vez que el
hidalgo se cae al suelo, Bertuch le hace dar varias volteretas ridículas.
En
el arranque mismo del siglo XIX, don Quijote se convierte en un personaje
distinto: la traducción del gran poeta Ludwig Tieck presenta al caballero
andante con toda su hondura. Don Quijote deja de ser un bufón que da continuas
volteretas para convertirse en un hombre melancólico que nos plantea la gran
disyuntiva vital del idealismo frente al materialismo, de los valores
superiores del espíritu frente a los criterios con que el hombre común valora
el triunfo social.
Tieck
consigue lo que no han conseguido otros traductores alemanes del Quijote: reproducir
la musicalidad de la prosa cervantina. Eso hace recordar la frase que otro
romántico, el poeta Heine, escribió de la obra cervantina: «La lengua es el
verdadero gigante que aparece en la novela».
Las
últimas décadas del siglo XIX son, en toda Europa, las del realismo y el
naturalismo. Y eso se advierte en las traducciones. La lógica se enseñorea
sobre la literatura. Por eso, cuando Sancho Panza dice de su amo que «da de
comer al que tiene sed y de beber al que tiene hambre», esta estupenda frase que
da perfecta idea de la arbitraria generosidad de la locura de don Quijote, a
Braunfels le parece ilógica, y traduce que Don Quijote «da de comer al que
tiene hambre y de beber al que tiene sed», lo que resulta absolutamente
inexpresivo. Y cuando Sancho pierde el burro, y unos capítulos más adelante
aparece montado en él, a Braunfels eso le parece ilógico, y por eso en el
capítulo veinticinco de la primera parte, en la traducción alemana Sancho
camina a pie junto a su señor (¿cómo iba a ir en burro si lo había perdido?).
Han
sido tantas las traducciones alemanas del Quijote en el siglo XX –y hay ya una
excelente del siglo XXI, la de Susanne Lange–, que resultaría prolijo y
engorroso tratar de decir algo de todas ellas. Pero hay una que sí merece la
pena recordar, y tanto por la traducción como por el traductor. Se trata de la
publicada en 1951. Es el primer Quijote publicado en la República Federal
surgida de los escombros de la guerra. Se trata de una publicación tardía,
porque Schacht tenía hecha la traducción del Quijote en los años treinta. La
imagen de Schacht es conmovedora: escondido en el Berlín bombardeado de los
últimos años de la contienda, sin más ayuda que un pequeño diccionario de
bolsillo, traduce las Novelas Ejemplares y revisa su traducción del Quijote. Lo
imaginamos sin luz, sin agua corriente, sin bibliotecas en que resolver sus
dudas, con las bombas aliadas silbando sobre su cabeza, y evadiéndose de todo
ello, y sonriendo además, mientras trabajaba apasionadamente en la traducción
de las aventuras cervantinas. Roland Schacht es el mejor símbolo del cariño con
que Alemania ha acogido en todo tiempo a este emigrante tan peculiar que ha
sido don Quijote.
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