29 may 2016

Don Quijote en Alemania/Antonio Pau

Don Quijote en Alemania/Antonio Pau, académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Consejero de Estado.
ABC, 29 de mayo de 2016
Don Quijote ha sido un español más de los que en distintas épocas han emigrado a Alemania. Y una vez asentado en aquellas tierras neblinosas, echó raíces más profundas que en otros países europeos a los que también viajó. ¿Pero por qué tardó tanto este hidalgo manchego en balbucear sus primeras palabras en lengua alemana?
 Hay dos razones evidentes. La primera excluiría por si sola cualquier propósito de emigración: Alemania está en guerra. En 1618 empieza una guerra fratricida de tiempo y alcance imprevisibles, y que al final resulta más dura que todo lo imaginado: mueren cinco millones de alemanes y no termina hasta 1648.
 Y hay una segunda razón que dificulta a nuestro hidalgo, por muy ingenioso que fuera, a declinar los genitivos, dativos y acusativos en la difícil lengua del Sacro Imperio Germánico: el alemán no estaba hecho todavía. El fraccionamiento del Imperio en más de trescientos Estados, la mayoría de ellos minúsculos, había hecho imposible el surgimiento de un idioma común.

 Pero el año mismo en que termina la Guerra de los Treinta Años –en 1648– ya aparece don Quijote hablando alemán. Quien pone en su boca palabras alemanas es un curioso traductor que se ha aquijotado el nombre: Pahs Basteln von der Sohle. Parece mentira que siendo tan evidente que se trata de un seudónimo –y de un seudónimo tan quijotesco–, los alemanes siguieran creyendo en el siglo XX que existió un traductor llamado von der Sohle.

Este don Quijote que habla por primera vez en alemán lo hace como un verdadero loco. Los alemanes estaban acostumbrados a un género literario muy difundido en la época, el de los Narrenbücher –los libros de locos–, y pensaron que don Quijote era uno más de los locos disparatados que, a pie o a caballo, recorrían Alemania por aquellos años.

Y de pronto se abre un vacío que dura siglo y cuarto. No hay una segunda traducción del Quijote hecha directamente del español hasta 1775, cuando Friedrich Justin Bertuch hace la suya. Pero en esos años intermedios entre las dos primeras traducciones alemanas del Quijote se produce un fenómeno mucho más sorprendente: Alemania empieza a poblarse de hidalgos que cabalgan junto a su escudero, que son personajes nacidos en Alemania y con nombres alemanes –Sebaldus Nothanker, Sigfried von Lindenberg, Wendelin von Karlsberg…–, y que viven unas aventuras inventadas por sus autores que no tienen nada que ver con las imaginadas por Cervantes.

El segundo traductor es un personaje singular. Friedrich Justin Bertuch creó una fábrica de flores artificiales –en la que dio trabajo, por cierto, a la mujer de Goethe– y la primera revista femenina de la historia, con secciones de moda y de belleza. Su pasión por la lengua y la literatura españolas le convierte en el primer hispanista alemán.

Este Quijote de Bertuch sigue siendo un loco absolutamente excéntrico, cuya comicidad la acentúa el traductor con añadidos de su cosecha: cada vez que el hidalgo se cae al suelo, Bertuch le hace dar varias volteretas ridículas.

En el arranque mismo del siglo XIX, don Quijote se convierte en un personaje distinto: la traducción del gran poeta Ludwig Tieck presenta al caballero andante con toda su hondura. Don Quijote deja de ser un bufón que da continuas volteretas para convertirse en un hombre melancólico que nos plantea la gran disyuntiva vital del idealismo frente al materialismo, de los valores superiores del espíritu frente a los criterios con que el hombre común valora el triunfo social.

Tieck consigue lo que no han conseguido otros traductores alemanes del Quijote: reproducir la musicalidad de la prosa cervantina. Eso hace recordar la frase que otro romántico, el poeta Heine, escribió de la obra cervantina: «La lengua es el verdadero gigante que aparece en la novela».

Las últimas décadas del siglo XIX son, en toda Europa, las del realismo y el naturalismo. Y eso se advierte en las traducciones. La lógica se enseñorea sobre la literatura. Por eso, cuando Sancho Panza dice de su amo que «da de comer al que tiene sed y de beber al que tiene hambre», esta estupenda frase que da perfecta idea de la arbitraria generosidad de la locura de don Quijote, a Braunfels le parece ilógica, y traduce que Don Quijote «da de comer al que tiene hambre y de beber al que tiene sed», lo que resulta absolutamente inexpresivo. Y cuando Sancho pierde el burro, y unos capítulos más adelante aparece montado en él, a Braunfels eso le parece ilógico, y por eso en el capítulo veinticinco de la primera parte, en la traducción alemana Sancho camina a pie junto a su señor (¿cómo iba a ir en burro si lo había perdido?).

Han sido tantas las traducciones alemanas del Quijote en el siglo XX –y hay ya una excelente del siglo XXI, la de Susanne Lange–, que resultaría prolijo y engorroso tratar de decir algo de todas ellas. Pero hay una que sí merece la pena recordar, y tanto por la traducción como por el traductor. Se trata de la publicada en 1951. Es el primer Quijote publicado en la República Federal surgida de los escombros de la guerra. Se trata de una publicación tardía, porque Schacht tenía hecha la traducción del Quijote en los años treinta. La imagen de Schacht es conmovedora: escondido en el Berlín bombardeado de los últimos años de la contienda, sin más ayuda que un pequeño diccionario de bolsillo, traduce las Novelas Ejemplares y revisa su traducción del Quijote. Lo imaginamos sin luz, sin agua corriente, sin bibliotecas en que resolver sus dudas, con las bombas aliadas silbando sobre su cabeza, y evadiéndose de todo ello, y sonriendo además, mientras trabajaba apasionadamente en la traducción de las aventuras cervantinas. Roland Schacht es el mejor símbolo del cariño con que Alemania ha acogido en todo tiempo a este emigrante tan peculiar que ha sido don Quijote.

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