Revista
Proceso
# 2065, 29 de mayo de 2016..
Tetelcingo:
bajo la visión implacable de las buscadoras/ Jaime Luis Brito.
Con
el rostro de sus ausentes en la playera o en una manta, familiares de personas
desaparecidas trabajan con la fiscalía estatal, la Universidad Autónoma el
Estado de Morelos y corporaciones federales en las fosas clandestinas de
Tetelcingo. Registran minuciosamente la extracción de cuerpos a fin de ayudar a
identificarlos y así aliviar el dolor de sus deudos, como narran Concepción y
Lina, dos de las buscadoras a las que se debe en gran medida la reapertura de
las fosas.
Ella
es parte del equipo que va registrando las condiciones en las que se recuperan
cuerpos de la fosa. Uno de los coordinadores de la UAEM le había comentado al
reportero que la señora no estaría directamente en las fosas y ella admite que
muchas veces tiene miedo: “Sé que no soy valiente”. De todas formas levantó la
mano para participar y no se ha perdido ninguna fase del procedimiento.
Su
familia se dedica a la venta de pollo en Cuautla, un negocio heredado de sus
padres y que ahora continúan sus hijos. “Estudié hasta el cuarto semestre de
medicina en la UNAM, pero después me casé y dejé la carrera”.
Cuando
se le pregunta por qué está aquí, se le nubla la mirada. Dice que Oliver
Wenceslao, que era “como cuchillito de palo”, ahora le sigue insistiendo: “Me
dice: ‘¿Ya vieron lo del oficio? ¿Ya presionaron a esta autoridad?’ Así sigue
siendo. Me habla a través de las ideas que tengo. Es el vocero de los
desaparecidos, por eso luchamos hasta que se abrieran las fosas. Ahora
esperamos que todas las personas que están aquí encuentren a sus familias”.
Esta
mujer menuda y de cabello cano acompañó en el campo El Maguey al rector de la
UAEM, Jesús Alejandro Vera Jiménez, y al poeta Javier Sicilia, quienes dieron a
conocer que el juez ordenaba la apertura de las fosas. El lugar estaba
acordonado y con sellos de la FGE, pero Vera y Sicilia pasaron al centro para
dar el anuncio desde el interior, con el apoyo de María Concepción y otras
personas.
Eso
les costó que el gobierno de Graco Ramírez acusara a todo el grupo de sabotaje
y ultrajes a la autoridad. No es la primera vez que ocurre; es una víctima que
durante más de dos años fue revictimizada y ahora es criminalizada por las
autoridades que, en su opinión, deciden no hacer su trabajo. Cuando se le
recuerdan los cargos que le fincó el gobierno, contesta: “Si me meten a la
cárcel, nada más te pido que me lleves unos cigarritos. No fumo, pero puedo
aprender”. Aunque el gobierno morelense se comprometió a retirar esa denuncia,
no queda claro en qué etapa se encuentra.
El
pasado lunes 23, primer día de los trabajos con la retroexcavadora, las
autoridades se dieron cuenta de un error: las fosas estaban a un lado del hoyo
que tomó todo el día abrir. “¿Qué te digo? Es el colmo. Y todavía se atreven a
decir que no hay irregularidades”, comenta la entrevistada mientras mueve la
cabeza con desaprobación y se acomoda el traje, que se desacomodó al mostrar
la imagen de su hijo, porque en unos minutos se reiniciarán los trabajos de
exhumación.
La
joven Mireya
Tranquilina
Hernández Lagunas es madre de Mireya Montiel Hernández. El 13 de septiembre de
2014 esta joven, entonces de 18 años, salió con su novio, pero éste la dejó
sola un momento y cuando regresó ya no estaba. Desde entonces Tranquilina
comenzó a buscarla.
Hace
un mes, al enterarse del caso de las fosas de Tetelcingo, solicitó a un juez
que instruyera a la FGE para que la UAEM participara en la exhumación e
identificación de los cuerpos como su representante. Lo logró. Estos trabajos
de exhumación con observadores y equipo técnico le deben mucho a su intuición.
Esta
madre joven y soltera no pierde el buen humor a pesar de la tragedia.
Anteriormente su mayor preocupación era llevar el sustento a Mireya y su otra
hija, de 13 años, que estudia la secundaria. Era trabajadora doméstica “en casas
de judíos”, pero desde que desapareció su hija dejó de trabajar y se dedicó de
lleno a investigar su paradero. Para “irse sosteniendo” recicla periódicos y
hace artesanías.
Aparte
de contribuir a la apertura de las fosas de Tetelcingo, hace unas semanas,
Hernández Lagunas formó parte de la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas
Desaparecidas que fue a Veracruz, donde localizó fosas con restos humanos. Su
fuerza se nota cuando habla.
“No
sé si voy a encontrar a mi hija aquí, porque yo la sigo buscando con vida. Pero
debo tener los pies en la tierra, aunque mi esperanza es que continúe viva y no
se encuentre aquí”, dice mientras se nublan sus ojos café claro.
Recuerda
sus inicios como buscadora: “Me fui juntando con otras mamás. Entendí que la
desaparición de mi hija no es la única, que existen muchas que andan como yo,
buscando hasta debajo de las piedras. Un día supe que había una capacitación
para buscar en fosas. Es muy difícil aceptar que la hija de uno puede estar en
una fosa; una quiere pensar que las va a encontrar con vida. Pero de todos
modos fui.
“Me
enseñaron cómo rascar la tierra, cómo usar la pala y el pico. Me enseñaron cómo
es el olor cuando hay gente enterrada. Aprendí. Después vino la Brigada
(Nacional) y primero pensé que no podría ir, por mi otra niña. Pero mi familia
me ha apoyado mucho; saben que debo hacerlo, así que terminé yendo a Veracruz”.
Buscar
allá es diferente: “Miedo, miedo real, lo he sentido en Veracruz. Aquí en
Morelos no es miedo, es más bien rabia, dolor, tristeza”.
Enfundada
en su traje Tyvek con el logo de la UAEM en la espalda, Hernández Lagunas se
encuentra en el filo de las fosas, registrando cada detalle. Uno a uno los
cuerpos van saliendo y ella escucha, registra, observa. “No tengo estudios
(terminó la secundaria), pero la verdad, a algunos de los peritos de la
fiscalía les podríamos enseñar su trabajo”, dice divertida.
Para
el cuarto día de exhumación se le ve cansada. Tiene ojeras, pero no se raja.
“Tenemos que seguir. Las personas que están en las fosas no son basura, no son
animales, hay que apurarnos y sacarlos a todos de ahí”, dice a pesar de que la
diligencia puede demorarse otros 15 días.
Además,
la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas regresará a Veracruz,
y Lina, como la llaman sus amigos, ya se prepara para ir:
“El
dolor que siento es el mismo que tienen otras madres, otras familias. Yo quiero
contribuir a buscar a otras personas. Traje esa lona con la cara de mi hija, la
puse ahí porque quiero que si sale en las cámaras (de televisión), quizás
alguien la haya visto y me avise. Pero también quiero que si ella ve las
imágenes, se dé cuenta de que la estoy buscando, de que a pesar del tiempo no
he dejado de buscarla, de extrañarla”, explica mientras baja el rostro.
Se
le cae su celular. “¡Ese teléfono! Ya no lo quiero, siempre se me cae”, dice
sonriente; lo levanta, se despide y regresa a trabajar.
Junto
a las carpas de la UAEM, una ambulancia sirve para la toma de muestras. Unas 40
personas han venido porque oyeron que estos días también están elaborando de
manera gratuita el perfil genético de los familiares. Con el rostro triste, con
el dolor vivo en la mirada, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, con la
fotografía de sus ausentes, van contando su historia, mil veces repetida y mil
veces ignorada.
Al
fondo se escucha la retroexcavadora. Camarógrafos y fotógrafos se pelean un
lugar sobre la pipa de la UAEM que les sirve de mirador en el límite del
perímetro. Otros se acomodan entre las rejas de seguridad. Las madres miran con
esperanza la escena. La máquina ha exhumado a un cuerpo más. Mientras unas
mujeres cantan la Oda a la alegría o pintan un hermoso mural sobre papel, otras
se apuran a darle la bienvenida al cuerpo rescatado del abismo: “¿A qué hora
salió?” Apuntan en una cartulina la fecha, la hora y el número de cuerpo; luego
la atan al perímetro.
En
el oriente, el Popocatépetl exhala otra fumarola.
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