Paraísos
fiscales en el ojo del huracán/José
María Cubillo, es doctor en Economía y director de MESIAS–Inteligencia de Marca España.
El
País, 29 de mayo de 2016
Alguna
vez se han preguntado cuántas prestaciones sociales se dejan de dar como
consecuencia de los impuestos que no cobramos por los capitales que emigran a
paraísos fiscales? ¿Cuántas prestaciones por desempleo menos? ¿Cuántas guarderías?
¿Cuántas intervenciones quirúrgicas y tratamientos médicos más se podrían pagar
con el dinero que se deja de ingresar? Esta es una realidad que toca el
bolsillo a todos y afecta al bienestar común. Afecta a las pensiones, a los
subsidios, a la dependencia, tanto de mayores como de niños, a la sanidad, a la
cultura, a la seguridad, a la defensa, y a la generación de riqueza y la
creación de empleo, entre otros. En definitiva, afecta a la solidaridad. Afecta
a todos en todo.
Quienes
defraudan no solo defraudan a Hacienda: defraudan a todos. Quienes operan en
España y facturan desde otro país para evitar pagar impuestos, defraudan a cada
ciudadano que consume sus productos y paga por sus servicios. Defraudan a sus
propios clientes, a los mismos que dicen querer y pretenden seducir con su
publicidad y persuadir con sus estrategias de marketing. Son los ciudadanos,
los mismos que gastan su dinero en sus productos y servicios, quienes sufren
las consecuencias de estas acciones deshonestas, que se producen porque hay
territorios que las permiten, las fomentan o las promueven, directa o
indirectamente, con su actividad o su pasividad.
En
un contexto de competencia global los territorios compiten todos contra todos, cada
uno en lo que puede. El nuevo paradigma de competencia es económico y, en este
contexto, la marca del territorio es utilizada como un arma económica más para
obtener ventaja, incrementar el atractivo del territorio y reforzar su posición
competitiva. En definitiva, para atraer más recursos y ganar la partida. En el
caso de los territorios considerados como paraísos fiscales, este proceso, lo
han hecho muy bien, y han sabido convertirse en lugares especialmente eficaces
y eficientes en la atracción de recursos. Identificarlos es fácil, ya que el
ADN de sus marcas está contaminado y presentan un comportamiento muy
característico: una fortaleza de Marca País excepcionalmente elevada, que les
lleva a situarse en los primeros puestos de la clasificación mundial por este
concepto, así como a ocupar posiciones destacadas.
Si
bien, por volúmenes absolutos, podrían llegar a pasar desapercibidos, estos
territorios suelen registrar ratios per cápita en atracción de recursos
anormalmente elevados. Presentan una especial eficiencia en la atracción de
capitales, por su opacidad informativa y su baja o nula fiscalidad; en
ocasiones, también en la atracción de recursos procedentes de la exportación,
contribuyendo a fomentar, con frecuencia, el contrabando entre fronteras; una
práctica que motiva un elevado número de supuestos “turistas” y, por ende, un
ratio anormal de turistas por cada residente. En cierto modo, es una paradoja:
la fortaleza de esos territorios reside en su propia debilidad, ya que no han
sido capaces de encontrar una fuente de ventaja competitiva propia, que les
permita enfrentar la competencia global, más allá de la aplicación de una
normativa laxa y desleal.
La
fuerza de estos territorios no reside en su capacidad de innovación, en su
fuerza productiva, en sus economías de escala, o en su especialización
productiva, ni siquiera en sus bajos costes laborales y/o de producción. Ha
sido una forma de huida hacia delante, ante un panorama claramente deficitario
en términos de ventajas competitivas. El pequeño tamaño, geográfico y de
población, junto con la ausencia de activos y fortalezas, los ha llevado a
utilizar vías de competencia desleal para revertir una situación de desventaja
y generar una fuente de ingresos adicionales.
En
definitiva, su fuerza reside en su capacidad para convertirse en territorios
francos, en lugares de tregua para “piratas financieros”. Una posición tan
lábil como fácil de revertir, si un conjunto significativo de países serios
decidiera hacer oposición activa y acordaran poner coto a esta situación. No se
les puede pedir mucho. La ética es un elemento esencial de la sociedad que se
encuentra en peligro de extinción, ya que, hasta quienes deben defenderla, la
mancillan sin reparo alguno.
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