¿Y quién pagará la reparación del daño?
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Horror en la
autopista/ Pascal Beltrán del Rio
Columna Bitácora
del director
Excelsiro, 15 de junio de 2016
Tendría
que ser una cosa de lo más normal, rutinaria hasta el aburrimiento: comprar un
boleto de autobús, abordar la unidad, realizar el trayecto y descender en el
destino.
Pero
eso, en México, comienza a volverse un acto que es resultado de la suerte.
Lo
saben bien los usuarios del transporte público urbano, sujetos no sólo a las
incomodidades de vehículos viejos y estrechos y a la atrabancada forma de
conducir de tipos que causan accidentes, sino además a los asaltos que ocurren
en el camino.
Ésa,
que es una realidad cotidiana en el horror sobre ruedas que son los microbuses,
ahora comienza a aparecer en el transporte foráneo. O a lo mejor los encuentros
con bandidos de carretera ya sucedían, pero ahora comienzan a conocerse con
escalofriantes detalles.
La
semana pasada Rosa Margarita Ortiz Macías vino a la Ciudad de México,
procedente de San Luis Potosí, para someterse a un tratamiento que aminora los
síntomas de una enfermedad incurable.
La
noche del miércoles 8, hace exactamente una semana, Rosa Margarita, acompañada
de su hija y su sobrina, abordaron en la Central del Norte un autobús de la
línea ETN –supuestamente la de mayor comodidad y mejor servicio en su ramo–
para regresar a San Luis Potosí.
Cuando
llevaba aproximadamente una hora de recorrido, la unidad se encontró con
tráfico en la autopista México-Querétaro, una de las más transitadas del país,
que parece siempre estar en obras de mantenimiento.
Un
par de kilómetros después de la caseta de cobro de Tepotzotlán, a la altura del
municipio de Coyotepec –en medio de la oscuridad, pero también del
embotellamiento– el chofer del autobús abrió la puerta y por ella entraron dos
delincuentes que amenazaron a los pasajeros con armas de fuego.
Primero
les exigieron que abandonaran sus objetos de valor y pasaran a la parte trasera
del autobús. La hija de Rosa Margarita logró llegar al baño, donde se encerró.
Cuando su madre y su prima seguían las mismas instrucciones, fueron detenidas
violentamente por los sujetos.
Uno
de ellos le dio un cachazo a Rosa Margarita en pleno rostro, que le provocó un
sangrado.
Posteriormente
la condujo a la parte delantera del autobús, donde la violó mientras recargaba
la pistola contra su sien. Luego le ordenó quitarse la ropa y la amenazó con
llevársela.
Satisfechos,
los infelices descendieron de la unidad y se perdieron en el mar de tabique
gris, que es la cabecera municipal de Coyotepec.
Rosa
Margarita está convencida de que los dos delincuentes estaban confabulados con
el chofer. Basa su dicho en la reacción de éste durante el asalto y en la forma
en que trató a las víctimas, a quienes quiso convencer de no presentar una
denuncia porque eso “tarda mucho”.
La
denuncia de Rosa Margarita quedó asentada
en el Estado de México, donde sucedieron los hechos. El trato que le
dieron fue consistente con el que reciben las cerca de 12 mil mujeres que en
este país acuden cada año ante el Ministerio Público a buscar justicia luego de
haber sido violadas: uno que sólo mueve a sentir desesperanza sobre si algún
día su agresor será detenido y juzgado.
Y
cómo no: en México apenas 2% de las 120 mil violaciones que ocurren cada año
–según la Secretaría de Salud– terminan con algún castigo.
Sabemos
todo esto porque Rosa Margarita tuvo la valentía de subir a las redes sociales
un video con su relato de los hechos. Escucharla, lleva al estremecimiento y a
la indignación.
Anoche
hablé con ella en Excélsior Televisión y no dudó en decirme que está llena de
coraje.
Y
cómo no: éste, un país donde la violación suele justificarse por supuestas
actitudes provocativas de la víctima, pero lo único que hizo Rosa Margarita fue
abordar un autobús para dirigirse a casa, algo que tendría que ser una
experiencia irrelevante, acaso tediosa.
Está
harta de la inseguridad que padecen las mujeres y los niños, me dijo. Harta de
que la desgracia aceche en cualquier lugar, en cualquier circunstancia y a
cualquier hora. Harta de que se pinte a México como un lugar amigable para el
turismo cuando evidentemente no lo es.
Si
algún día alguien pide explicaciones sobre por qué los mexicanos están de tan
mal humor, no tiene más que preguntarle a ella.
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