Amigos como los
nuestros…/Felix Marquardt es fundador de la Al-Kawakibi Foundation for Islamic Reform y director ejecutivo del think-tank Youthonomics.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
El País, 7 de agosto de 2016..
Ser musulmán en
Occidente en 2016 significa soportar que al menos tres grupos pongan en tela de
juicio a diario la “compatibilidad” de nuestra fe con los valores modernos,
pacíficos y democráticos: los racistas e intolerantes que no son musulmanes,
los musulmanes fundamentalistas y, sobre todo en países como Francia, los
laicistas histéricos. Aguantar estas críticas constantes puede llegar a ser
verdaderamente descorazonador.
Pero desgraciadamente
también significa, para colmo de males y cada vez con más frecuencia, oír cómo
nos “defienden” personas e instituciones que se creen muy listas y
constructivas cuando aseguran que no existe ninguna relación entre los salvajes
actos violentos cometidos por unos monstruos en nombre del islam en todo el
mundo y la religión islámica propiamente dicha. Eso nos lo pone muy difícil a
los musulmanes que afirmamos que no existe ninguna incompatibilidad intrínseca
ni ontológica entre los valores universales y los islámicos.
Desde luego, cualquiera
que entienda algo de historia sabe que la conciliación entre los llamados
valores “judeocristianos” y los principios pacíficos y democráticos es un giro
bastante reciente. Y que, hasta la Segunda Guerra Mundial, esos valores
judeocristianos se denominaban valores cristianos, sin más. Las sociedades
occidentales, violentamente antisemitas, nunca toleraron ese tipo de jerga
hasta que se sintieron abrumadas por la culpa de haber consentido la Shoah. Sin
embargo, el hecho de que la mayoría de los elementos del sistema retrógrado y
machista asociado hoy al islam derivan, en realidad, de unas normas y
costumbres preislámicas que nuestro Profeta dedicó su vida a combatir, es algo
que pasa inadvertido para casi todo el mundo, musulmanes y no musulmanes.
Si los musulmanes
queremos que se nos tome en serio cuando afirmamos que la nuestra es una
religión de amor, paz y justicia social, no debemos ceder a la tentación de
decir que no tenemos “nada que ver” con los autores de los abominables crímenes
que se cometen en nombre del islam. Y tampoco debemos permitir que lo digan
nuestros aliados, independientemente de que sean miembros del Gobierno de Obama
o cualquier otra persona. Por supuesto que tenemos una cosa en común con esos
criminales. Todos nos consideramos musulmanes. Está claro que su visión del
islam es perversa y está totalmente equivocada. Pero existe un hilo que une los
deleznables actos violentos perpetrados en el mundo en los últimos tiempos, y
es que los autores se consideran musulmanes. En otras palabras: no, no existe
un problema “intrínseco” en el islam, pero sí, claro que sí, existe una
degeneración actual de nuestra religión que está poniendo en peligro su
existencia y su futuro. Si los musulmanes no podemos ponernos de acuerdo en
esto, más vale que nos preparemos, porque el islam se desintegrará por completo
ante nuestros ojos. Para resolver un problema, lo primero que hay que hacer es
reconocer que existe el problema.
Y esto me lleva a hablar
de otro aspecto importante que ha quedado en evidencia desde el horripilante
atentado de Niza: la divulgación de las imágenes de la matanza y sus
consecuencias. Las autoridades francesas pidieron que no se compartieran las
imágenes más macabras, con el argumento de que podrían estimular a otros posibles
terroristas. Otros han pedido lo mismo por respeto a las familias de las
víctimas. Un esfuerzo inútil: en los tiempos que corren, los admiradores y
partidarios del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés) que quieran
acceder a esas imágenes encontrarán la forma de hacerlo. Y, por lo que a mí
respecta, es por la compasión hacia las víctimas por lo que deseo que todos los
que profesan la misma fe que yo en el mundo vean lo que se hace en nombre de
nuestra religión. Las imágenes de los campos de exterminio nazi y la de la niña
vietnamita desnuda que huía del napalm conmocionaron al mundo y transformaron
las cosas precisamente por esa conmoción. ¿Nos animan a que compartamos
imágenes de los policías que maltratan y asesinan a negros en EE UU para que el
mundo sea consciente de lo que pasa pero tenemos que ocultar lo que ha hecho el
ISIS en Francia? Los musulmanes de todo el planeta deben ver qué actos se
cometen en nombre del islam para que, de una vez por todas, puedan enfrentarse
a la realidad del islam en el siglo XXI. Medina, El Cairo, tenemos un problema.
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