Revista Proceso
# 2075, 7 de agosto de 2016.
El presidente Peña Nieto
traicionó a la Iglesia. Así decretó Hugo Valdemar. Pocas veces en la historia
moderna de las relaciones entre la Iglesia y el
Estado en México había escuchado adjetivos tan severos como los expresados
por quien funge como director editorial del semanario Desde la Fe.
Para el diccionario de
la Real Academia Española, la traición es una falta grave que se comete
quebrantando la fidelidad o lealtad, de manera alevosa, faltando a la confianza
que se debe guardar o tener. Valdemar va más lejos y lo ilustra con la
siguiente imagen: “Su iniciativa ha sido tomada por nosotros como una terrible
puñalada por la espalda”.
Surgen muchas preguntas
iniciales: ¿Qué es lo que ha traicionado el presidente Peña? ¿Hay acuerdos,
pactos, compromisos entre los obispos y el mandatario que no conocemos? ¿En una
república laica son válidas las transacciones encubiertas entre la presidencia
y el clero?
Valdemar menciona que
Peña Nieto ha faltado a la promesa de hacer suya la agenda del Papa Francisco;
sin embargo, esto se antoja una justificación confusa porque dicha agenda no ha
sido asumida por la propia arquidiócesis primada de México, ni mucho menos por
el propio cardenal Norberto Rivera. ¿No fue el propio semanario Desde la Fe
quien criticó el discurso crítico y llamados del Papa en catedral porque
alguien le mal informó? Resulta ahora contradictorio que Valdemar no sólo haga
suya la agenda del Papa, sino que le reproche al presidente Peña Nieto no
acatarla, como aparentemente lo prometió.
Otro problema, a mi parecer
grave, es que Valdemar quiera hablar a nombre de toda la Iglesia. En la
entrevista dijo: “Por supuesto que Desde la Fe está reflejando esta oposición,
que no es sólo de la arquidiócesis, sino de todos los obispos del país”.
Desde hace años Valdemar
y el cardenal se han aprovechado de los reflectores que ofrece la capital del
país para hacer parecer su voz como la del conjunto del episcopado, incluso
pasando por encima de la propia Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), lo
que es delicado porque ésta, que expresa al conjunto de la Iglesia mexicana, ha
encarado los matrimonios igualitarios con una posición más equilibrada y
mesurada.
En efecto, tanto en su
comunicado de prensa del 18 de mayo como en diferentes foros la postura del
secretario general de la CEM, Alfonso Gerardo Miranda Guardiola, dista mucho
del radicalismo de la arquidiócesis del cardenal Rivera. Hay una notable
disonancia entre el Consejo de Presidencia de la CEM y la arquidiócesis que
exhibe las fisuras entre los obispos, las cuales se evidenciaron durante la
visita del Papa.
Valdemar, además de
acusarle traición al presidente de la república, le reprocha haber descuidado
las relaciones con la Iglesia mexicana, al sentenciar: “Peña Nieto provocó el
enfriamiento de su relación con el episcopado, que está muy molesto con su
iniciativa”. Por su parte, Miranda Guardiola contrasta y rechaza que haya una
ruptura con el gobierno de la república, insiste en que están abiertos al
diálogo y con deseos de que su voz sea escuchada en la discusión del proyecto
de reforma, y afirma que no están en contra de las uniones gay sino que se les
llame matrimonio (Diario de Yucatán, 15 de junio de 2016).
Es innegable que las
relaciones entre los obispos y el gobierno federal se han venido erosionando, y
no únicamente a raíz de la citada iniciativa presidencial. Las tensiones se
acumulan desde 2014, cuando la CEM cuestionó en asamblea las reformas
estructurales del actual gobierno –aquí ya se notó la mano del Papa Francisco.
Tampoco las tensiones van en una sola
dirección. El presidente Peña Nieto encara tres frentes de descontento
distintos y diversas demandas en la Iglesia católica.
Además del escepticismo
ante las reformas por parte del sector moderado de prelados, Presidencia
confronta con la iniciativa de matrimonios igualitarios al bloque más
conservador y radical de los obispos, encabezados por Rivera Carrera. Este
bloque lo conforma un conjunto de la derecha secular, así como de agrupaciones
religiosas pentecostales.
La tercera afrenta,
vinculada con la reforma educativa, está en el corazón de las demandas del
progresismo católico que abarca zonas del sureste mexicano, como Oaxaca,
Guerrero y Chiapas. En efecto, ante el conflicto con los maestros y los
lamentables hechos ocurridos en Nochixtlán, Oaxaca, los obispos de esa región
del país demandan la vía del diálogo y no la represión para resolver el
conflicto. Incluso señalan que es preferible revisar la reforma educativa que
lamentar pérdidas. Aquí se han sumado
numerosas organizaciones católicas vinculadas con los derechos humanos,
congregaciones religiosas, comunidades de base y obispos como Raúl Vera que
reprochan la criminalización de la lucha magisterial. Incluso la CEM pide
públicamente que se rediscuta la reforma educativa, incluyendo a todos los
involucrados.
Hugo Valdemar, aunque
perjure, no se maneja solo. A lo largo de estos lustros le hace el trabajo
sucio al cardenal Rivera. ¿Esta ofensiva del cardenal qué persigue?
Ante la caída de
popularidad de Peña Nieto en los sondeos y el agobio de su gobierno,
conceptuado por Desde la Fe como “el
barco que hace agua”, el cardenal busca convertirse en el interlocutor de la
Iglesia ante el poder, porque hay debilidad en el aparato gubernamental y, al
mismo tiempo, un vacío de poder en la cabeza de la Iglesia.
El presidente de la CEM,
el cardenal Francisco Robles, apenas sobrevive a su antecesor Juan Sandoval
Íñiguez, que quiere seguir gobernando la arquidiócesis de Guadalajara. Peña
descansó la interlocución en sus amigos en el clero, primero en Carlos Aguiar,
anterior presidente de la CEM, y posteriormente en el nuncio Christopher
Pierre. Ambos están fuera del cuadrante en la toma de decisiones. Es más, no
hay nuncio; Franco Coppola llegará hasta septiembre.
Las circunstancias,
pues, favorecen a Rivera, quien busca trascender junio de 2017, cuando por
disposición canónica deberá presentar su renuncia. Pretende que Roma lo
mantenga como hombre fuerte para proteger los intereses de la Iglesia frente a
la promulgación de la nueva constitución de la Ciudad de México y las
elecciones presidenciales de 2018.
La entrevista de Hugo
Valdemar muestra una jerarquía dividida, así como vacíos en la conducción del
episcopado. Ante un gobierno devaluado bajo el agobio de numerosos focos de
conflicto, la embestida clerical de Valdemar busca en realidad fortalecer no a
la Iglesia, sino los intereses y posicionamientos del cardenal Norberto Rivera.
Sus duras apreciaciones sobre el gobierno y el presidente Peña Nieto no
encontrarán respuesta ni éste se atreverá a apelar públicamente porque no
querrá abrir formalmente un nuevo frente de confrontación.
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