La República frente al
terrorismo/Marc Carrillo, catedrático de Derecho Constitucional (UPF)
El Periódico, 7 de agosto de 2016..
En memoria de José Ramón
Recalde
A raíz del sádico
asesinato del capellán de la iglesia de Saint Etienne du Rouvray en Normandía,
Jacques Hamel, a manos de terroristas del ISIS y la todavía muy reciente
masacre cometida con un camión desbocado por la Promenade des Anglais en Niza,
por un individuo de la misma tendencia, la vida política francesa se ha visto
lógicamente alterada. Pero el impacto sobre el estado de ánimo de la sociedad
gala ha dado lugar a reacciones especialmente preocupantes para la salud
democrática de la República.
El siempre visceral y
excesivo expresidente Nicolas Sarkozy, acaba de afirmar que ante los ataques
terroristas es preciso «adaptar» el Estado de derecho a las nuevas
circunstancias. En un tono más primario, Hervé Morin, presidente del Consejo
Regional de Normandía, ha sostenido que para afrontar a esta situación sería
necesario «isrealizar nuestra seguridad». ¡Nada más y nada menos!
Ante la manifiesta
debilidad política del presidente François Hollande y del gobierno presidido
por Manuel Valls, resulta evidente que la derecha y la extrema derecha francesa
han encontrado en el terrorismo del ISIS una ocasión más para desgastar a sus
oponentes, con la vista puesta en las presidenciales del año próximo. Hay que
dar por descontado ese coyuntural objetivo político, a pesar de la obscenidad
política que manifiesta.
Pero la cuestión de
fondo es otra y concierne a la misma integridad del sistema democrático en
Francia. Así, cuando Sarkozy, en un esfuerzo para mostrarse sibilino, considera
que hay que adaptar el Estado de derecho a las nuevas circunstancias, no hace
otra cosa que apelar a un régimen de excepcionalidad permanente, en el que
prime el control preventivo por los poderes públicos del ejercicio de las
libertades públicas y el reforzamiento de los poderes del Ejecutivo. Y váyase a
saber hasta dónde. Sin embargo, ello es antagónico con la propia esencia del
Estado de derecho, que solo admite este tipo de control de forma selectiva y
temporal. Ese es el sentido del llamado ‘derecho de excepción’ previsto por las
constituciones para la preservación del sistema democrático ante los ataques
que pueda sufrir.
Para afrontar la
situación el Gobierno francés ha prolongado la duración el estado de
emergencia, que ya estaba vigente desde los atentados en la discoteca Bataclan
de París del año pasado. Por otra parte, no hay que olvidar que una parte de la
mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno impidió aprobar la reforma
constitucional propuesta por Hollande que reforzaba los poderes de la policía,
los servicios secretos y la judicatura. La razón era que esta revisión suponía
una desnaturalización de las libertades reconocidas por la República.
Más pedestre y, sin
duda, expresivo ha sido el planteamiento del citado presidente del consejo
regional de imitar el modelo israelí de seguridad. Porque, viendo cómo actúa el
gobierno de extrema derecha de Netanyahu, eso significa lisa y llanamente que
Francia debería comportarse como una potencia colonial: proteger a una parte de
sus nacionales y reprimir sin contemplaciones a los que eventualmente se
consideren enemigos. Es decir, reconsiderar el alcance del Estado de derecho y
sus límites, que podría seguir vigente para los primeros mientras que quedaría
hibernado para el resto, que habrían de ser tratados ya como súbditos. Y eso,
no se olvide, en una sociedad como la francesa en la que precisamente fruto de
la tradición colonial de la que es depositaria, conviven en su territorio
ciudadanos de culturas y tradiciones muy diversas.
Es evidente que la
tolerancia del Estado democrático nunca puede ser ilimitada. Más concretamente,
con las versiones del Islam que propugna el ISIS y sus adláteres, el Estado
nunca puede negociar. La garantía de la libertad religiosa y la diversidad
cultural limita con el principio de libertad y el respeto al resto de los
derechos humanos. Fuera de ello, el sistema democrático debe ser siempre
intolerante pero sin perder su identidad. En los casos recientes de terrorismo
islámico reivindicados por el ISIS en Francia o Alemania, la tentación de
dejarla de lado en pro de una autoritaria apelación a la seguridad está
presente.
Y, sin embargo, son
patentes las deficiencias en los sistemas de información policial y de control
judicial sobre los autores materiales de los atentados. Y más patente todavía
es la reacción de dar soluciones que son solo propias de la lógica estatal a un
problema político global, poniendo de relieve una vez más la inanidad de la
Unión Europea para asumir con eficacia los compromisos reconocidos en el
Tratado de Lisboa sobre la regulación del espacio de libertad, justicia y
seguridad.
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