La globalización y sus
nuevos malestares/Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD, and Chief Economist of the Roosevelt Institute. A former senior vice president and chief economist of the World Bank and chair of the US president’s Council of Economic Advisers under Bill Clinton, in 2000 he founded the Initiative for Policy Dialogue, a think tank on international development based at Columbia University. His most recent book is Rewriting the Rules of the American Economy.
Traducción de Rocío L. Barrientos.
Project Syndicate, 8 de agosto de 2016
Hace quince años escribí
un pequeño libro titulado El malestar en la globalización, este libro describía
la creciente oposición en el mundo en desarrollo a las reformas globalizadoras.
Era algo muy misterioso: a las personas en los países en desarrollo se les
había dicho que la globalización aumentaría el bienestar general. Si ese era el
caso, ¿por qué tantas personas se tornaron hostiles a la globalización?
En la actualidad, a
dichos opositores a la globalización en los mercados emergentes y los países en
desarrollo se les han unido decenas de millones de personas en los países
avanzados. Las encuestas de opinión, incluyendo un cuidadoso estudio realizado
por Stanley Greenberg y sus asociados para el Instituto Roosevelt, muestran que
el comercio es una de las principales fuentes de malestar para un gran
porcentaje de estadounidenses. Puntos de vista similares se hacen también
patentes en Europa.
¿Cómo
puede ser tan vilipendiado algo que nuestros líderes políticos – y muchos
economistas – dijeron haría que todos estemos mejor?
Una de las respuestas
que ocasionalmente se escucha emitir a los economistas neoliberales que
abogaron por dichas políticas es que las personas están mejor. Simplemente,
ellas no lo saben. Su malestar es un tema a ser tratado por psiquiatras, no por
economistas.
Sin embargo, los datos
de ingresos sugieren que son los economistas neoliberales son quienes podrían
beneficiarse de la terapia psiquiátrica. Grandes segmentos de la población en
los países avanzados no están bien: en EE.UU., el 90% inferior en la
distribución de ingresos ha sufrido de
estancamiento de ingresos durante un tercio de siglo. El promedio de los
ingresos entre trabajadores a tiempo completo es en realidad más bajo en
términos reales (ajustados a la inflación) del que se tuvo hace 42 años. Y, en
la parte más baja de dicha distribución de ingresos, los salarios reales se
asemejan a los niveles salariales que se tenían hace 60 años.
Los efectos del dolor y
la dislocación económica que muchos estadounidenses están experimentando
incluso se muestra en las estadísticas de salud. Por ejemplo, los economistas
Anne Case y Angus Deaton, ganadores del premio Nobel de este año, han
demostrado que la esperanza de vida entre los segmentos de estadounidenses de
raza blanca está disminuyendo.
Las cosas están un poco
mejor en Europa – pero sólo un poco mejor.
El nuevo libro de Branko
Milanovic Global Inequality: A New Approach for the Age of Globalization
proporciona algunas perspectivas vitales al mirar a los grandes ganadores y
perdedores en términos de ingresos durante dos décadas, desde el año 1988 al
2008. Entre los grandes ganadores estuvieron el 1% global, los plutócratas del
mundo, pero también estuvo la clase media de las economías emergentes. Entre
los grandes perdedores – los que ganaron poco o nada – estuvieron aquellos que forman parte de las
clases baja, media y trabajadora en los países avanzados. La globalización no
es la única razón, pero es una de las razones.
Bajo el supuesto de
mercados perfectos (que subyace a la mayoría de los análisis económicos
neoliberales), el libre comercio iguala los salarios de los trabajadores no
cualificados en todo el mundo. El comercio de mercancías es un sustituto para
el desplazamiento de personas. La importación de mercancías procedentes de
China – mercancías que para producirse requieren de una gran cantidad de
trabajadores no cualificados – reduce la demanda de trabajadores no
cualificados en Europa y EE.UU.
Esta fuerza es tan
poderosa que si no existieran los costos de transporte, y si EE.UU. y Europa no
tuvieran otra fuente de ventaja competitiva, como lo es, por ejemplo, la
tecnología, con el transcurso del tiempo la situación se haría semejante a una
en la que los trabajadores chinos habrían emigrado a EE.UU. y Europa, hasta
eliminar por completo las diferencias salariales. No es sorprendente que los neoliberales
nunca publicitaron esta consecuencia de la liberalización del comercio, tal
como afirmaron – se podría decir mintieron – sobre que todos iban a
beneficiarse.
El fracaso de la
globalización en cuanto a cumplir con las promesas emitidas por los políticos
convencionales, sin duda, ha socavado la confianza en la “élite”. Y, las
ofertas hechas por los gobiernos con relación a rescates generosos para los
bancos causantes de la crisis financiera del año 2008 – dejando simultáneamente
a los ciudadanos comunes para que ellos, en gran medida, se valgan por sí solos
– reforzaron la opinión de que el mencionado fracaso de la globalización no era
simplemente un asunto de juicios erróneos económicos.
En EE.UU., los
republicanos del Congreso incluso se opusieron a prestar ayuda a aquellos que
se vieron directamente lastimados por la globalización. De manera más general,
los neoliberales, al parecer preocupados por los efectos de los incentivos
adversos, se han opuesto a las medidas de bienestar que habrían protegido a los
perdedores.
Pero, no se puede tener
ambas cosas: si la globalización va a beneficiar a la mayoría de los miembros
de la sociedad, se deben establecer fuertes medidas de protección social. Los
escandinavos se dieron cuenta de esto mucho tiempo atrás; esto fue parte del
contrato social que mantuvo a una sociedad abierta – abierta a la globalización
y a los cambios en la tecnología. Los neoliberales en el resto del mundo no se
dieron cuenta de ello – y ahora, en procesos eleccionarios en EE.UU. y Europa,
están recibiendo su merecido castigo.
La globalización es, por
supuesto, sólo una parte de lo que está pasando; la innovación tecnológica es
otra parte. Pero, se suponía que toda esa apertura y disturbios iban a hacernos
a todos más ricos y que los países avanzados iban a poder introducir políticas
para garantizar que las ganancias sean ampliamente compartidas.
Pero ocurrió todo lo
contrario, se impulsaron políticas que reestructuraron los mercados en una
forma que se incrementó la desigualdad y se socavó el rendimiento económico en
general; en los hechos, el crecimiento se desaceleró en la medida que se
reescribieron las reglas del juego con el propósito de hacer avanzar los
intereses de los bancos y las empresas – es decir de los ricos y poderosos – a
expensas de todos los demás. El poder de negociación de los trabajadores se
debilitó; en EE.UU., al menos, las leyes de la competencia no se mantuvieron al
día con los tiempos; y, las leyes existentes se aplican de forma inadecuada. La
financiarización continuó a buen ritmo y el gobierno corporativo empeoró.
Ahora, como señalo en mi
reciente libro Rewriting the Rules of the American Economy, se deben cambiar
nuevamente las reglas del juego – y estas deben incluir medidas para sosegar la
globalización. Los dos nuevos grandes acuerdos que el presidente Barack Obama
ha estado impulsando – la Asociación Trans-Pacífico entre los EE.UU. y 11
países de la costa del Pacífico, y la Asociación Transatlántica para el
Comercio y la Inversión entre la UE y EE.UU. – son pasos en la dirección
equivocada.
El principal mensaje del
Malestar en la globalización fue que el problema no era de la globalización,
sino cómo se gestionaba el proceso de la misma. Lamentablemente, la forma de
gestión no cambió. Quince años más tarde, los nuevos malestares han hecho que
ese mensaje llegue a las economías avanzadas.
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