16 nov 2020

Primera gran derrota ( de Trump), primera/Pablo Hiriart

Primera gran derrota, primera/Pablo Hiriart

Uso de Razón

El Financiero, 16 de noviembre de 2020


Miami, Fl.- Así Donald Trump bloquee Freedom Plaza, donde el sábado marcharon sus seguidores que protestan contra “el fraude”, Joe Biden tomará posesión como presidente de Estados Unidos el 20 de enero, porque ganó por más de cinco millones de votos populares, y 306 contra 232 votos electorales.

No hay vuelta de hoja. Es una gran noticia para el mundo.

En los últimos cuatro años casi todas las elecciones importantes fueron ganadas por candidatos que abanderaron la discordia y la polarización.

El verbo de la discordia se había convertido en la llave de acceso al poder.

Para seguir en la presidencia, era necesario mantener encendida la llama de la crispación y del encono.

Ahí está la importancia del triunfo de Joe Biden. Rompió la cadena.

El éxito de los populistas ha estado en manipular las emociones de la gente, en especial de las clases medias menos informadas.

Días antes de los comicios, en un centro de votación anticipada, le pregunté a un joven por qué había votado: “lo hice porque quiero un cambio, el Covid está fuera de control y me preocupa el medio ambiente”.

-Con eso ya me dijiste por quién fue tu voto-, le comenté 

Mucha gente no vota por lo que piensa, sino por lo que siente.

Biden ganó en los 477 condados que representan el 70 por ciento de la economía de Estados Unidos. Esto es, triunfó ahí donde a las personas les ha ido bien.

Y Trump ganó en los dos mil 497 condados que representan sólo el 30 por ciento de la economía del país. Es decir, donde a la gente le fue mal en estos cuatro años, de acuerdo con un estudio de StratoDem Analytics, citado ayer por The Washington Post.

¿Cómo pudo Trump alcanzar una votación alta, especialmente en los lugares más golpeados por su mala administración?

Lo hizo porque logró provocar emociones, como han hecho los populistas que han alcanzado el poder.

Y esas emociones las han encendido a través de la diseminación de la discordia.

Ya en el poder, su quehacer cotidiano se concentra en prolongar la discordia y mantener latentes las emociones.

Por eso Trump hizo verdaderas cruzadas contra periodistas, medios de comunicación, científicos, médicos prestigiados, gobernadores, congresistas, opositores, ex presidentes, artistas, deportistas, miembros de su equipo de colaboradores a los que despidió, contra los migrantes, los musulmanes, las farmacéuticas…

Eso mantuvo siempre en guardia a sus seguidores. Había una lucha contra “el mal” que se estaba librando en Estados Unidos.

Todo aquello que Trump no podía controlar y someter, entraba en la lista de sus enemigos.

Con la manipulación de las emociones de una amplia franja de la población, Donald Trump tuvo una votación superior a la de hace cuatro años.

Doscientos treinta mil muertos por Covid y su negativa a una nueva inyección de apoyos económicos para atenuar los efectos de la pandemia, no fueron suficientes para dejarlo sin palabras después de la derrota.

El 79 por ciento de los que votaron por Trump le creen sus fantasías del fraude (The Economist), sin exigir una sola prueba.

Ante un juez de Pensilvania, el abogado de Trump (Goldstein) admitió que no podía hablar de fraude.

-¿Está alegando usted que hubo fraude?, le preguntó el juez.

- Hasta donde yo sé, no- respondió (to my knowledge at present, no”).

Todo el despacho de abogados de Trump en ese estado clave presentó su renuncia.

La Agencia de Seguridad e Infraestructura Cibernética (CISA, gubernamental), emitió un comunicado que sepultó la argumentación del presidente:

“Fueron las elecciones más seguras de la historia de Estados Unidos… No hay evidencia de que algún sistema de votación haya sido eliminado o perdido votos, haya cambiado votos ni que haya sido comprometido de alguna manera”.

El comunicado de CISA se emitió luego de que el presidente Trump dijo que “un sistema de máquinas” eliminó 2.7 millones de votos para él.

Cristopher Kreb, director de CISA, que depende del Departamento de Seguridad Nacional, dijo a Reuters que esperaba su remoción de un momento a otro.

Trump está liquidado en esta elección. Los liderazgos basados en la discordia tienen su ciclo. Acaban. Salvo que se les permita rehacerse.

Hay quienes dicen que seguirá el “trumpismo sin Trump”. Tal vez se equivoquen. Todo dependerá del presidente Biden.

Si Biden le perdona a Trump su boicot a la democracia y el sabotaje a las elecciones, habrá trumpismo con Trump. Será candidato presidencial por tercera vez, en 2024.

“Para ser idolatrado por la masa es necesario haber sido mártir”, dice Stefan Zweig en Castellio contra Calvino. Y Trump habrá sido un mártir, sobreviviente de un “fraude electoral”.

Salvo que -como dice Zweig refiriéndose a Calvino-, Biden entienda que un personaje como Trump “jamás modificará una palabra esencial, sobre todo si es suya. No retrocederá ni un paso y nunca saldrá al encuentro de nadie. A un hombre semejante sólo se le puede hacer pedazos. O ser hecho pedazos por él”.

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¿Qué será del trumpismo?/Jesús Silva-Herzog Márquez

en REFORMA, 16 Nov. 2020

Fue la derrota ideal. No lo digo porque hubiera perdido la Presidencia por pocos votos ni, mucho menos, porque tenga fundamento la fantasía del fraude. El candidato demócrata ganó con holgura y en enero se convertirá en Presidente. Pero la derrota de Trump es buena noticia para el trumpismo porque reafirma el control de un vastísimo territorio, porque muestra que la solidez de sus respaldos ha transformado las identidades tradicionales de la política norteamericana, porque la fabricación de la ilegitimidad embona a la perfección en su relato, porque mantiene control de un partido que tiene secuestrado. El trumpismo, lejos de haber sido derrotado, tomará nuevo impulso desde la oposición y los muchos espacios políticos y mediáticos que conserva.

Trump no se reelegirá, pero cosecha la desconfianza que ha sembrado afanosamente. Su discurso ha tenido efecto. De acuerdo con una encuesta de Politico, el 70% de los republicanos cree que la elección no fue libre ni justa. El 78% se tragó la acusación de que el voto postal era fraudulento y el 72% cree que hubo manipulación de votos. Hay pues, un problema de confianza en el régimen democrático que es claramente benéfico para la causa trumpiana. Las reglas, los procesos, las resoluciones son vistas como imposición de una de las partes. Es cierto que el descrédito del régimen viene de tiempo atrás. Muchos demócratas hace cuatro años gritaron que Trump no era su Presidente y cuestionaron igualmente su legitimidad por la intervención rusa. Hoy la denuncia de la ilegitimidad es más intensa en el campo derrotado porque tiene el impulso del Presidente saliente. No son patadas de ahogado. Es una estrategia. Desde hace semanas, el Presidente preparó el cuento del fraude. Hasta el momento sigue diciendo que le arrebataron la Presidencia e insiste que, al final del día, se impondrá. Su propio secretario de Estado ha dicho que se prepara la transición a una segunda administración Trump.

Al gritar que le han hecho trampa, el Presidente no solamente niega su derrota y esquiva su responsabilidad (perder es inconcebible para los populistas porque el pueblo está siempre de su lado). Rechazar el veredicto coloca a su movimiento y al partido que tiene a su servicio en los márgenes de la institucionalidad. A partir de este mito fresco del fraude, el trumpismo se constituirá como una fuerza "semileal" frente a la legalidad democrática. Usará las reglas si éstas le benefician, pero las denunciará cuando le perjudican. Coqueteará con quienes rompen abiertamente con los principios democráticos si atacan a su enemigo. Los triunfos se retratarán como reflejo de la voluntad auténtica del pueblo y las derrotas serán descritas como trampas de un sistema.

La elección regala al trumpismo la constatación y tal vez la agudización del abismo social. La polarización, que no inventan los populistas, sigue ahí. Los colores del mapa electoral lo muestran de manera clarísima. Ahí puede observarse la separación de dos países. Puede verse ahí, no solamente la diferencia entre el campo y la ciudad, el contraste entre quienes alcanzaron estudios universitarios y quienes no, sino la intensa animosidad entre ellos. Si los populistas no inventan la polarización, son quienes mejor la entienden y mayor provecho le exprimen. Es difícil imaginar que el desenlace electoral apacigüe. En la guerra cultural en la que está envuelto Estados Unidos, el nacionalismo reaccionario, la xenofobia y el repudio a las identidades tiene futuro. Si hoy ha recibido un revés en la elección presidencial, puede reanimarse velozmente tras el repliegue.

Trump transformó profundamente al partido que asaltó. La elección afianzó su dominio. Trump es la figura indispensable, la figura que todos los ambiciosos del partido quieren tener a su lado. El personaje al que nadie está dispuesto a enfrentar. Si la elección fue una buena noticia para el trumpismo es precisamente por eso. A pesar del escándalo permanente, del juicio político, de la catastrófica conducción de la emergencia sanitaria, no puede negarse que el presidente Trump tuvo un meritorio desempeño electoral. Trump fue derrotado, no barrido. Los demócratas se equivocan si retratan al trumpismo como una anomalía, una desviación de la ruta histórica de su país. El trumpismo es el vehículo de la aprensión cultural de millones de norteamericanos que saben que el futuro ha dejado de ser promesa. Por eso sigue vivo.

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/


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