- Reprueban la televisión en Metro y Metrobús/JUDITH AMADOR TELLO
Revista
Proceso
No. 1902, 14 de abril de 2013
El
deterioro y desorden urbanos denunciado por los poetas (“una ciudad fea nos
afea”, ha dicho José Emilio Pacheco; “amasijo de fealdades” le llama David
Huerta), no es resultado de la mera improvisación o ineficiencia de
funcionarios, sino un negocio orquestado en torno a la publicidad. Los aparatos
televisivos instalados en Metro y Metrobús, con contenidos de un modelo de
“mercado” (lamentables en un gobierno “que se supone de izquierda”, a decir del
investigador Javier Esteinou, y cuestionados por la propia secretaria de
Cultura del D.F., Lucía García Noriega) convierten al usuario en un ciudadano
sin derechos.
Los
largos y fastidiosos minutos en espera de la llegada del convoy naranja logran,
inevitablemente, que los usuarios del Metro volteen hacia las pantallas de
televisión colocadas en los andenes. El sonido de los videos musicales con las
figuras de la farándula de su programación se mezcla con la música a todo
volumen de vendedores de discos piratas que al arribo del tren mudan
rápidamente de vagón.
Se
suma el barullo de la gente que entra y sale de los carros –las más de las
veces a empellones–, el ruido de cantantes y músicos, pedigüeños y ambulantes
que uno tras otro, como en procesión, ofrecen toda clase de baratijas
“fabricadas” en un país que hace tiempo ha venido abandonando su propia
industria.
Es
difícil precisar el momento en el cual los habitantes de la Ciudad de México y
el área metropolitana dejaron de ser ciudadanos con derechos y demandas de un
mejor sistema de transporte, para ser consumidores potenciales. El Metro, el
Metrobús, los parabuses, puestos de periódicos y demás mobiliario urbano, la
ciudad misma ya no son sólo una suerte de mercado, sino un enorme escaparate,
donde cada rincón que exponga publicidad se vende a precio de oro.
Los
precios varían según el tipo de anuncio. La revista Letras Libres informa que
van de 477 pesos, el más pequeño, hasta 19 mil 550 un panel de andén mensuales.
Y
aunque a los usuarios les parecerían más familiares palabras como rapidez,
eficiencia, comodidad, limpieza, que desearían encontrar en el transporte,
conviven cotidianamente, y sin saberlo, más con otros conceptos que les son
ajenos: Paneles, antepechos, dovelas, cabeceras, tolvas, peralte… Todos son
espacios que el anterior gobierno, encabezado por Marcelo Ebrard, concesionó a
distintas empresas para vender publicidad. ¿A cambio de qué? De un pago, no en
efectivo, sino en especie de entre 10 y 20%, según sea el caso.
Hay
que añadir a los espacios publicitarios de la urbe referidos, las gigantescas
pantallas en la glorieta del Metro Insurgentes. Y por si todos ellos no
bastaran para anunciar productos comerciales, hace meses comenzaron a colocarse
pantallas de televisión en el Metro operadas por la empresa Isa Corporativo,
S.A., de C.V. En el Metrobús ya existían con las empresas Tele Urban y Ay TV’s.
Para
expresar su desacuerdo con esa invasión a la vida cotidiana en el transporte,
el poeta David Huerta consignó en una de sus columnas en el diario El
Universal, que el Distrito Federal “se ha convertido en un laberinto o amasijo
de fealdades”. Advirtió que todo el ruido del ambiente al cual se suma el de
estas pantallas es enemigo de la lectura.
Y
es que hay que recordar que en gobiernos anteriores el Sistema de Transporte
Colectivo Metro colocaba libros en sus estaciones como parte del programa Para
leer de volada en el Metro, que los usuarios podían leer durante su trayecto y
dejarlo en otra estación. El programa dejó de operar, pero aunque alguien desee
leer ahora sus propios libros, revistas o periódicos el ruido no lo permite.
Claro
y sin rodeos, el sociólogo y especialista en medios de comunicación Javier
Esteinou Madrid, investigador del Departamento de Educación y Comunicación de
la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco, juzga todo ello como
una “agresión comunicativa”:
“Refleja
–le parece– un extravío enorme. El gobierno del Distrito Federal no sabe qué
plantear en términos comunicativos a la población más allá de la propaganda,
más allá del uso de esos instrumentos de información para legitimarse y más
allá de emplearlos en momentos de emergencia para mejorar su imagen. Pero no
tiene la visión para preparar la construcción de una cultura orgánica a través
de la comunicación, que eleve y cree mejores niveles de calidad de vida de los
ciudadanos.”
La
canción Se vende mi país de Óscar Chávez, que habla de cómo la patria es
enajenada “hasta el fondo de los mares”, parece quedarse corta cuando se
constata la concesión de cada espacio del Metro.Hasta la cadena de tiendas departamentales
Liverpool tiene una salida de la estación Insurgentes Sur directa a su sucursal
Félix Cuevas, sin necesidad de pasar por la calle.
Hay
expendios de la empresa panificadora Bimbo; tacos de canasta de la cadena Don
Lucho, cuyo eslogan de plano dice “…los tacos del Metro”; puestos semifijos de
Telcel, de agua Bonafont, de productos fotográficos, locales fijos de las
cadenas todo a un precio, tiendas “naturistas”, por mencionar sólo algunos.
Y
hasta los pasillos que van de la línea 2 a la 8, en la estación Bellas Artes,
que habían quedado libres del comercio en la época de Cuauhtémoc Cárdenas para
dedicarlos al arte, dado que ahí pintaron sus murales el mexicano Rodolfo
Morales y el francés Jean Paul Chambas, volvieron a vender fast food y otros
productos.
De
lo más usual
Según
información publicada en varios medios, la empresa ISA Corporativo,
perteneciente a los hermanos Hugo y Raúl Camou, logró obtener el contrato de
concesión para vender la publicidad en el Metro durante los primeros años del
nuevo milenio. Se habla de que poseen entre 70 mil y 80 mil espacios en
pasillos, andenes, columnas, vagones y aun en los escalones, que generan “al
menos un ingreso de 100 millones de pesos mensuales”, de los cuales pagan al
gobierno del Distrito Federal 5.5 millones y una parte en “especie”.
Hugo
Camou ha argumentado en su defensa que como no siempre están en renta todos los
espacios, apenas suman 45 mil los “efectivos”, por lo tanto no recibe las
ganancias que han publicado los medios. Se dijo “sorprendido” por los ataques a
su empresa debido a la cláusula del pago en especie, cuando es “de lo más
usual” en los PATR (Permiso Administrativo Temporal Revocable, que Camou tiene
hasta el año 2020, con posibilidad de extenderlo hasta el 2030), además de que
el gobierno del Distrito Federal puede ocupar los espacios cuando lo desee.
De
hecho hasta asegura que el gobierno “recurrentemente se excedía en el uso de
los espacios publicitarios que le correspondían”. Lo que no precisa es que esos
espacios están dentro de las instalaciones del Sistema de Transporte, son
públicos, no le pertenecen a la empresa, son una concesión.
Desde
agosto del año pasado esta misma empresa comenzó la instalación de las
pantallas de televisión y su meta es colocar mil 200 monitores en diferentes
paradas del Metro, publicó El Universal. El número varía en cada línea y aun en
cada estación.
Los
contenidos que difunde ISA –la cual según el mismo diario también instaló
monitores en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México asociada con el
Grupo Expansión y Darby Orveseas, de Nicholas
Brady, que aportó 16 millones de
dólares a la empresa de Camou– están a cargo de Mauricio Herrejón Sada, director
de Difusión del corporativo, quien realizó estudios de marketing y estuvo a
cargo de Ventas Nacionales en Televisa, trabajó para TV Azteca y también para
MVS Televisión; así como de David Porchini, gerente de Mercadotecnia, quien ha
laborado en esa área para Coca-Cola FEMSA y en la Centros de Consumo en José
Cuervo Internacional.
El
gobierno del D.F., al dar la autorización para la instalación de las pantallas
en el Metro, argumentó que podría mantenerse en comunicación con los millones
de usuarios que abordan a diario el transporte. Lo cierto es que sus
transmisiones son limitadas a ciertos programas de Capital 21, noticias,
algunas cápsulas culturales y de contenido diverso y un mensaje al pie de la
pantalla que advierte escueta y constantemente que con lluvia la marcha de los
trenes es más lenta; en un recuadro aparte, se anuncia la temperatura.
Abundan
en cambio los videos musicales de la gente que ha saltado a la fama gracias al
dúopolio Televisa y TV Azteca o de fama internacional como Lady Gaga, noticias
de los espectáculos de México y el mundo, y anuncios comerciales de infinidad
de productos que van desde jugos azucarados, condimentos para guisar, de la
programación de la cadena Televisa y hasta de teléfonos donde se da el
horóscopo del día. Algo muy similar a lo que difunden las cadenas comerciales
de televisión abierta. Para Herrejón con 4 minutos que el espectador esté
frente a la pantalla “es suficiente” para que se reciba su información.
En
el Metrobús, la empresa que coloca publicidad fija es Cinco M2 perteneciente a
Edgar Farah. La prensa ha publicado que este sistema cuenta con más de 4 mil
600 espacios publicitarios repartidos en sus cuatro líneas que generaron, en
2011, 38 millones de pesos, mientras por el recaudo, es decir la tarifa del
transporte, se obtuvieron 25 millones.
En
este sistema prácticamente todo está concesionado. Las unidades son propiedad
de distintas empresas, entre ellas RTP, CISA, COPSA, CTTSA, RECSA y ADO. El
recaudo y el mantenimiento de las máquinas lo hace Inbursa de Carlos Slim.
Las
pantallas de televisión fueron colocadas por las empresas Tele Urban, dirigida
por Juan Carlos Asturiano, y Ay Tv’s (de TV Nichos) que encabeza Julio Malvido.
Y
con la barra de programación pasa igual que en el Metro: Se transmiten videos
musicales que incluso llegan a molestar a los usuarios, quienes han solicitado
al conductor que baje el volumen cuando lo cierto es que no depende de él;
videos con animales haciendo gracejadas, muchos de los cuales se encuentran
igual en YouTube, anuncios comerciales y telenovelas.
Si
hay mensajes relativos al servicio, como sugerir a los hombres ceder el asiento
a las mujeres, ancianos o niños, son con figuras de la farándula como Adal
Ramones.
La
videovida
Esteinou
reprueba la colocación de televisiones en el transporte colectivo, pues juzga
“son los lugares menos apropiados”, más aún si son destinados a la publicidad
puesto que “vivimos saturados de ella, hay un exceso en los medios abiertos,
por qué volver a cargar con más información comercial”. Agrega indignado:
¿Cómo
es posible que al Metro, donde ingresan los ciudadanos cansados, estresados,
preocupados, después de correr por toda la ciudad para llegar a su trabajo o
regresar a su casa, que es un lugar de concurrencia de millones de personas,
donde aumentan las reverberaciones de los sonidos y se encuentran a niveles muy
altos, se le agregue más ruido en lugar de intentar volverlo más sedante, más
tranquilo, menos ruidoso? Finalmente eso es agresivo al ser humano.”
Cuando
se le comenta que en otras ciudades del mundo los espacios de parabuses tienen
siempre un mapa con información de la ciudad o de las rutas de autobuses y
Metro en lugar de publicidad, destaca como lamentable que el gobierno
capitalino, que se supone de izquierda, optara por un modelo de comunicación de
“mercado” reproduciendo “el fenómeno de la videovida”:
“Es
algo muy preocupante porque refleja una perdida de la visión de planificación
de la ciudad. Es entregarla al mercado simplemente para hacer negocio lo cual
vulnera uno de los aspectos centrales del sentido de tener Estado.”
Cuestiona
con ironía:
“¿Para
qué queremos Estado si lo único que estamos teniendo es mercado?”
Y
advierte que debe revisarse rigurosamente la falta de visión rectora e incluso
la irresponsabilidad como Estado del gobierno de la ciudad, así como los
contratos por los cuales se entregó a empresas privadas el tiempo aire en el
Metro y Metrobús, y sus términos, pues el pago en especie repite el viejo
esquema del impuesto del 12.5% que operó desde los años sesenta en México y los
concesionarios terminaron por no pagar.
Independientemente
de si el acuerdo fue celebrado por el anterior jefe de gobierno Marcelo Ebrard,
en su opinión el actual, Miguel Ángel Mancera debe aprovechar la discusión que
en materia de telecomunicaciones se está dando en este momento con el proyecto
de reforma constitucional, para reorientar el proyecto de comunicación con los
ciudadanos del Distrito Federal.
En
este sentido, considera que el gobierno capitalino se está viendo lento y falto
de interés para lanzar de manera abierta el Canal 21, y parece que “más que
gobernar lo que quiere es no molestar a los grandes poderes fácticos de la
televisión tradicional”.
Lucía
García Noriega, secretaria de Cultura del gobierno capitalino, adelantó que se
están preparando cápsulas de unos 30 segundos sobre el tema de la memoria y la
identidad para ser transmitidas en las pantallas de ambos medios de transporte,
pero al margen de lo que logre proyectar la dependencia, cuestiona también que
aunque sean espacios
pagados no es
posible que el estilo Televisa de hacer televisión esté dentro del
transporte:
“¿No
les basta con todo lo que abarcan para además venir a caer en estos terrenos?
Porque sí, lo comercializan, lo hemos visto en el Metro y en el Metrobús.”
Confía
en que en el Metro le será más fácil introducir las cápsulas que están ahora en
etapa de producción, porque ahí está laborando el exdiputado José Alfonso
Suárez del Real, quien fue presidente de la Comisión de Cultura, hace algunos
años. Y está investigando con quién deberá dirigirse para el caso del Metrobús.
–¿Lo
que se transmite debe tener un sentido para el ciudadano?
–¡Claro!
Lo desaprovechan, podría ser muy educativo.
Platica
que le tocó ver en Seúl cómo se transmitían clases de inglés en las pantallas
del transporte:
“Claro,
les interesa porque son centros comerciales por excelencia, pero lo aprenden en
las horas del transporte.”
La
puesta de televisiones en el Metro ha sido objeto de debate en otros países. En
España, por ejemplo, algunos usuarios han comentado en internet que pagan por
viajar, no para ver tele, o demandan su derecho a no soportar publicidad hasta
al transportarse. En Berlín los televisores no tienen sonido, y los usuarios
pueden optar entre verlos o hacer otra actividad como leer.
En
México son pocos los comentarios encontrados en la página web del Metrobús
acerca de los contenidos en las pantallas, pero hay quienes se quejan de que
son “un insulto para la inteligencia… mejor quítenlos”. Otro usuario exigió de
plano: “No queremos pantallas de TV y mucho menos canciones de banda y
ruidosas”.
David
Huerta se ha quejado en diversas ocasiones. Y ha puesto en tela de juicio si
realmente el negocio de Tele Urban es necesario para la ciudad o el servicio,
aunque lo cierto es que lo recaudado no se reinvierte en mejorar éste. De hecho
la tarifa del Metrobús acaba de incrementarse con el argumento de que si no se
hacía en poco tiempo las unidades devendrían carcachas.
“Marcelo
Ebrard se sube a los metrobuses en días de inauguración; pero le aseguro que si
los tuviera que usar cotidianamente no dudaría en ordenar silencio en la red de
este sistema”, escribió Huerta en una de sus columnas.
A
principios de enero, el gobierno de Mancera ofreció revisar el permiso temporal
otorgado a ISA (nada dijo sobre el caso del Metrobús). Se solicitó información
a José Ramón Amieva Gálvez, responsable del área jurídica, sobre el estado de
las negociaciones, pero al cierre de esta edición no hubo respuesta.
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