Acciones
para reequilibrar la economía/Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party, became the Conservative Party’s spokesman for Treasury affairs in the House of Lords, and was eventually forced out of the Conservative Party for his opposition to NATO’s intervention in Kosovo in 1999. Traducción de Kena Nequiz.
Project
Syndicate, 30 de junio de 2013:
Todos
sabemos cómo empezó la crisis económica global. Los bancos ofrecieron
demasiados créditos al mercado inmobiliario. El estallido subsiguiente de la
burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos provocó la quiebra de los bancos
porque la actividad bancaria se había hecho global y los grandes bancos tenían
créditos malos mutuos. La quiebra de la banca originó una crisis de crédito. El
crédito se agotó y las economías empezaron a contraerse.
Así
pues, los gobiernos rescataron a los bancos y las economías, lo que produjo una
crisis soberana de deuda. Como todos están concentrados en el
desapalancamiento, las economías no se han recuperado. Gran parte del mundo,
sobre todo Europa, pero también los Estados Unidos, aunque menos seriamente,
sigue estancado en prácticamente un bache.
Entonces,
¿cómo salimos de este bache? El debate conocido trata de austeridad y estímulo.
Los partidarios de la austeridad piensan que solo el equilibrio de los
presupuestos públicos y la reducción de las deudas nacionales restablecerán la
confianza de los inversionistas. Los keynesianos piensan que sin un programa
grande de estímulo fiscal –un aumento deliberado pero temporal del déficit– las
economías europeas y estadounidenses seguirán sumidas en la recesión en los
siguientes años.
Yo
soy de los que piensa que es necesario un estímulo fiscal para recuperarse de
la crisis. No creo que la política monetaria, ni aunque sea poco ortodoxa, sea
suficiente. Es poca la confianza para que los bancos comerciales creen crédito
indispensable a fin de regresar al pleno empleo y al patrón de crecimiento
previo a la crisis; por muchos cientos de miles de millones de la moneda que
sea que los bancos centrales les proporcionen. Estamos volviendo a aprender que
los bancos centrales no pueden crear el nivel de crédito que deseen.
Así
pues, como Paul Krugman, Martin Wolf y otros, yo ampliaría los déficits
fiscales, en lugar de reducirlos. Soy partidario de esta idea por la vieja
razón keynesiana de que estamos padeciendo una carencia de demanda agregada,
que el efecto multiplicador es positivo y que la manera más efectiva de reducir
la deuda privada y pública en uno o dos años es mediante medidas que estimulen
ahora el crecimiento del ingreso nacional.
Sin
embargo, el argumento entre los partidarios de la austeridad y los keynesianos
sobre cómo estimular la recuperación sostenida se cruza con otro debate.
Llanamente, ¿qué tipo de economía posterior a la recuperación queremos? Es ahí
donde la economía se convierte en política económica.
Aquellos
que piensan que todo estaba bien en la economía antes de la crisis salvo los
créditos irracionales que ofrecían los bancos, están convencidos de que evitar
crisis en el futuro demanda solamente una reforma de la actividad bancaria. La
nueva ortodoxia reformada es la “regulación macroprudencial” de los bancos
comerciales por parte del banco central. Algunos irían más lejos y
nacionalizarían los bancos o los dividirían. Pero su horizonte de reforma está
igualmente limitado al sector bancario, y pocas veces preguntan qué fue lo que
provocó el tan mal desempeño de los bancos.
De
hecho, es posible considerar el crédito excesivo bancario como un síntoma de
fallas económicas más profundas. El economista Thomas Palley lo percibe como
una manera de contrarrestar el crecimiento de la desigualdad de ingresos, en
donde el acceso al crédito asequible sustituye la garantía fallida de bienestar
de la democracia social. Así pues, las reformas demandan una redistribución de
ingresos y riqueza.
Las
políticas redistributivas y las orientadas al estímulo se combinan bien porque
se esperaría que aumentaran la demanda agregada en el corto plazo (debido a una
menor tendencia de las familias de bajos ingresos al consumo) y minimizaría la
dependencia de la economía en el endeudamiento financiero en el largo plazo. El
perjuicio inicial de la confianza del sector empresarial provocado por
impuestos más altos sobre la riqueza se equilibraría con la perspectiva de un
consumo global mayor.
Otros
argumentan que deberíamos tratar de reequilibrar la economía no solo entre
riqueza y pobreza, sino entre consumo de energía y ahorro de energía. La
premisa de la agenda ambiental económica es que hemos llegado a los límites
ecológicos de nuestro actual modelo de crecimiento, y que necesitamos encontrar
maneras de vivir con un menor uso de fuentes de energía no renovable.
Por
ello, las políticas de estímulo deberían estar orientadas a fomentar no solo la
demanda per se, sino también a impulsarla, pero de forma respetuosa con el
medio ambiente. Por ejemplo, los ecologistas son partidarios de un transporte
municipal gratis en las ciudades más importantes. En general, señalan que
necesitamos más empeño no más autos, por lo que los fondos de los programas de
estímulo deberían destinarse a la salud, educación y la protección del medio
ambiente.
La
verdad es que cualquier política de recuperación impulsada por aspectos
fiscales está destinada a tener implicaciones reformistas. Por esta razón, los
partidarios de la austeridad están en contra de ella y porque incluso aquellos
que aceptan el supuesto teórico de un programa de estímulo insisten en ponerla
en aplicación únicamente mediante la política monetaria.
Reequilibrar
la economía mediante un menor consumo de gas y un mayor ahorro de energía –y de
menor consumo privado a más de tipo público– acabará finalmente por alterar los
fines de la política económica. Maximizar el crecimiento del PIB dejará de ser
la prioridad número uno, en cambio, será algo que podríamos llamar “felicidad”
o “bienestar” o “buena vida”.
El
supuesto radical es que la economía previa a la crisis estalló no por errores
evitables en el sector bancario, sino porque el dinero se había convertido en el
único árbitro de valor. Así pues, debemos ser decisivos en la búsqueda de la
recuperación, pero no de una manera en la que solamente se reproduzcan las
fallas estructurales del pasado.
Como
lo ha señalado acertadamente Dani Rodrik: “si la economía consistiera meramente
en la maximización de los beneficios, sería solo otra forma de llamar a la
administración de empresas. Es una disciplina social y la sociedad tiene otras
formas de contabilizar los costos además de los precios del mercado.”
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