Elena
Poniatowska/Marta Lamas
Revista
Proceso
# 1934, 23 de noviembre de 2013;
De
niña, Elena Poniatowska pasaba ratos en la azotea de su casa oyendo platicar a
las empleadas del hogar y contemplándolas en sus arreglos. En una ocasión, una
de ellas le espetó con coraje: “Bájese, niña, ¿qué no le basta con lo que tiene
allá abajo?”. Y no, no le bastaba. Siguió metiéndose en las vidas de las
mujeres, en especial de las desvalidas y
de las indomables. Es patente el gusto con que describe la rebeldía de la
Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús mío (quien dice que las mujeres se
tienen merecido el trato que los hombres les dan, por “dejadas”), o el orgullo con que relata
cómo Rosario Ibarra, a diferencia de otras madres de desaparecidos que se
encerraron con su dolor, se puso a
reunirlas. La admiración que a Elena le inspiró la Jesusa, esa mujer jodida y
sola, capaz de mandar a todos a la chingada, incluyéndola a ella, la “catrina”
latosa, es sólo comparable a la que le despierta Rosario Ibarra, quien “ha
hecho del sufrimiento un acto de vida, un acto que nos enaltece, un acto de
amorosa entrega a los demás, un acto de creación”. Los dos libros que Elena
escribe sobre estas mujeres desafiantes y bravas son muy distintos, pero causan
el mismo deslumbramiento.
Elena
Poniatowska es una escritora excepcional, y en muy buena medida su
excepcionalidad depende de lo que Carlos Monsiváis formuló como “el modo en que
su presencia en los lectores se da siempre en forma de diálogo”. Pero además
Elena Poniatowska es una mujer inconforme y valiente. Por eso escribe sobre
mujeres atípicas y audaces como Jesusa Palancares, Tina Modotti, Elena Garro y
Leonora Carrington; y también escribe sobre mujeres olvidadas (como Angelina
Beloff), sobre las empleadas del hogar, las costureras y las soldaderas de la
Revolución. Por cierto, en su texto acerca de estas luchadoras rememora a
Nellie Campobello, “la única autora mujer de la novela de la Revolución”, y
dice que sus textos singulares “no
fueron apreciados en este país en el que el machismo permea también a la
literatura”.
Como
un buen presagio del Premio Cervantes, hace unos meses Nora Erro-Peralta y
Magdalena Maiz-Peña reunieron 40 ensayos sobre su obra literaria y
periodística: La palabra contra el silencio. Elena Poniatowska ante la crítica,
libro publicado por editorial Era. En cuatro secciones y con un prólogo de las
compiladoras, escritores de la talla de Rulfo, Paz, Pitol, Pacheco, Monsiváis y
Glantz, más un conjunto de críticos literarios, revisan diversos aspectos y
aportaciones de la obra de Poniatowska. La escritura de Poniatowska expresa
dilemas y realidades de diversos tipos de personas, algunas marginales y
desposeídas, otras privilegiadas y artistas, muchas luchadoras y gente común y
corriente. Su gran necesidad de dar testimonio de la injusticia o la tragedia
se mezcla con su necesidad de dar voz a
personas que no suelen tenerla. Su escritura es a la vez un reclamo por
las mujeres sometidas y una alabanza de aquellas que, de manera individual o
social, han inaugurado espacios y caminos de lucha. Pero también Elena encauza
su fuerza en la conquista gozosa de personajes masculinos, como Demetrio
Vallejo o Guillermo Haro, y da cuenta con agudeza de sus diferentes conflictos,
deseos y dilemas existenciales.
La
creatividad y el talento narrativos posibilitan a quien escribe enunciar lo que
tiene que decir: su propia verdad. Esa “verdad” de Elena ha cobrado forma en
sus varias expresiones literarias: novelas, cuentos, ensayos, reportajes,
entrevistas y crónicas. Simone de Beauvoir decía que “una escritora es ante todo
una mujer que ha consagrado su vida a la escritura y que no ha tenido lugar
para otras ocupaciones llamadas femeninas”. No es ese el caso de Elena
Poniatowska. Ella ha tenido tres hijos, ha atendido a un marido exigente (basta
leer su libro más reciente para calibrar la dimensión de tal desafío), y le
roba tiempo a sus obligaciones femeninas,
familiares y políticas para escribir. Sí, la política le importa mucho a
Elena, y su activismo a favor de Andrés Manuel López Obrador le ha causado
problemas y le ha implicado recibir varios tipos de agresiones. Por otra parte,
su compromiso con diversas causas feministas le ha ganado un lugar especial en
el movimiento. Sin embargo, más allá de su pasión por combatir la injusticia,
ella es, antes que nada, una escritora.
Y recibir el Premio Cervantes valida a nivel mundial lo que ya sabíamos en
México. Aquí sabemos, además, otras cosas, pues la escritura de Elena
Poniatowska se cuela en las vidas de
quienes la leen.
La
pasión de leer supera la mera curiosidad: contiene también una fuerte dosis de
necesidad. Necesitamos imaginar relaciones distintas, oír sobre formas
diferentes de vivir, comprender cómo otras personas han sobrevivido,
reconocernos en la voz de alguien muy distinto. La lectura emociona, atrapa, es
capaz de motivar giros, de abrir puertas, de impulsar gestos comprometidos. Se
dice que la literatura libera no sólo a quien la realiza, sino también a quien
la recibe en la lectura. Sí, la audacia imaginativa y el talento de quienes se
arriesgan y escriben su verdad nos liberan y consuelan a quienes leemos a tales
autores. Eso logra Elena Poniatowska, y por ello, como una de sus tantísimas
lectoras, aprovecho para darle aquí las gracias.
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