La
victoria de la derrota (Puebla, hace 150 años)/JOSÉ EMILIO PACHECO
Revista
Proceso
# 1934, 23 de noviembre de 2013;
A Raúl Álvarez Garín,
con admiración y respeto.
Termina
2013 y pasará mucho tiempo antes de que vuelva a llamar la atención el Sitio de
Puebla (16 de marzo-17 de mayo de 1863). A diferencia de las grandes
conmemoraciones que hubo el año pasado por la victoria del 5 de mayo, esta vez
no se hizo ninguna celebración nacional, si bien el estado de Puebla y el mundo
académico no dejaron pasar en silencio este hecho fundamental para nuestra
historia. Se presentó así mismo un
excelente documental de Enrique Krauze en Clío Tv. (25 de agosto) en que
participaron Jean Meyer, Pedro Ángel Palou Pérez, Humberto Morales Moreno,
Pedro Mauro Vázquez, el comandante Antonio Campuzano, historiador del Colegio
Militar, y Jorge Carretero, creador de la Fototeca Antica de Puebla.
El
relativo silencio debe de tener muchas causas. El sesquicentenario pasó sin
gloria como transcurrieron los dos siglos del verdadero comienzo de la
Independencia en el Congreso de Chilpancingo, la Constitución de Apatzingán y
el gran texto de José María Morelos sobre Los sentimientos de la nación. Los
lugares sagrados de aquel momento quedaron invadidos por las aguas salvajes o
son escenarios de la violencia armada. México está más lejos que nunca del país
que soñaron los insurgentes de 1813.
Respecto
a Puebla, el 5 de mayo de 1872 no sufrió sitio alguno y fue clara la victoria
de Zaragoza sobre Lorencez. Todo se resolvió en un día. En cambio al año
siguiente hubo un larguísimo asedio en que se llegó a combatir casa por casa y
el heroísmo de Jesús González Ortega y sus generales se ganó el respeto y la
admiración del enemigo. El problema se ahonda porque el héroe de aquel asedio
terminó por convertirse en enemigo de Juárez y porque tanto en la segunda como
en la primera batalla tuvo una participación muy destacada Porfirio Díaz. Se
prefirió pues silenciar el acontecimiento y no insistir en hechos que
estremecen la historia oficial.
Los
generales del pueblo
Si
la rebelión de Ayutla (1854-1856) fue el último enfrentamiento entre los
antiguos insurgentes como Juan Álvarez y los que militaron en las filas
virreinales como Santa Anna, su consecuencia directa, la guerra de la Reforma
(1858-1861) vio la lucha entre la primera generación de generales egresada del Heroico Colegio Militar, y por tanto
héroes del 47, como Miguel Miramón y Leonardo Márquez, contra los generales del
pueblo que se improvisaron con el mayor éxito pero sin instrucción bélica
alguna, por ejemplo Zaragoza y el propio González Ortega. Este, en Calpulalpan,
derrotó por completo al Joven Macabeo, Miramón, el principal jefe militar de
los conservadores. En vez de seguir la tradición romana del general triunfante
que se convierte en Imperator entregó a Benito Juárez la capital y la presidencia.
Luis
Bonaparte, Napoleón III, había triunfado en la guerra de Crimea y contribuido
decisivamente a liberar a Italia de los austriacos. Era, antes del inminente
surgimiento del canciller Bismarck, el amo de los destinos de Europa e
intentaba extender los dominios de Francia a Argelia y a Vietnam. Los libros de
Humboldt y Clavijero propagaron la idea de México como cuerno de la abundancia,
un país de infinitas riquezas a las que sus ineptos habitantes no sabían
explotar. La imagen del mexicano en aquel entonces: el mendigo sentado y
soñoliento sobre una mina de oro.
La
invención de “América Latina”
La
Guerra de Secesión, al poner fuera de juego a los Estados Unidos, daba a Luis
Bonaparte la oportunidad única de establecer en nuestro país una cabeza de
playa que con el tiempo le permitiría dominar todo el subcontinente. Surgió
entonces, aunque hay antecedentes locales, la idea de una América Latina
opuesta a la América Sajona que jamás ocultó sus deseos expansionistas. El
catolicismo y las lenguas romances que nacieron del latín, así como el inmenso
prestigio cultural de Francia, eran los mejores aliados de Bonaparte. La
expresión “América Latina” borraba de un solo trazo la presencia española.
El
procónsul Forey
En
1862 Napoleón III creyó que conquistar México iba a ser un día de campo. La
derrota en Puebla lo enfureció al máximo y preparó su venganza mediante una
gran intervención que comprometía a la mayor parte del ejército francés,
considerado entonces el mejor del mundo. La puso al mando de Frédéric Forey,
héroe de Sebastopol y Solferino, que llevaba como segundo a Achile Bazaine.
Forey,
investido de plenos poderes por Luis Bonaparte, contaba con 28,000 soldados
franceses y 7,000 mexicanos a las órdenes de los architraidores Juan Nepomuceno
Almonte, el extraño hijo de Morelos, y Leonardo Márquez, el llamado Tigre de
Tacubaya. La división del país entre liberales y conservadores hizo que Juárez
no pudiera reunir todo lo necesario para la defensa de Puebla. Muerto Zaragoza
durante una epidemia de tifo, se dio el mando del Ejército de Oriente a
González Ortega, quien sólo pudo contar con 22,000 efectivos. Los ricos y poderosos abandonaron la ciudad
junto con los eclesiásticos y sólo quedaron los pobres para contribuir a la
defensa.
Cuerpo
a cuerpo, casa por casa
Los
críticos de Juárez, encabezados por Francisco Bulnes, lo culpan de encerrar a
sus mejores elementos en Puebla y no haberles proveído de suficientes pólvora,
municiones y víveres. Contra lo que suponían los mexicanos, Forey, en vez de
tomar por asalto a la ciudad, la puso bajo asedio. En descargo de Juárez hay
que señalar la sorprendente ineptitud del ministro de la guerra, Pedro
Hinojosa, y del desdichado Comonfort que, en vez de combatir mediante batallas
campales al sitiador se limitó a intentar procurarles abastecimiento a los
sitiados. Como no pudo hacerlo, se concretó a saquear los pueblos vecinos y,
para colmo, en el transcurso de una fiesta fue sorprendido y derrotado por los
franceses.
El
gran desarrollo de la artillería hizo que la hermosa ciudad barroca fuera
arrasada por los franceses. En principio Bazaine sólo consiguió tomar el Fuerte
de San Javier. Avanzaron hacia el centro de Puebla. Sin embargo fueron
rechazados por Díaz.
A
partir de entonces se combatió cuerpo a cuerpo, manzana por manzana, casa por
casa, cuarto por cuarto. No había manera de sepultar a los muertos. La
corrupción emponzoñaba el agua y el aire. Al fracasar las tentativas de
reabastecimiento, el hambre y la enfermedad fueron los otros jinetes del
Apocalipsis. Al terminarse la carne de caballos, mulas y burros, dice Pedro
Ángel Palou Pérez en La voluntad heroica, “el salvado fue el único alimento
disponible. Hubo defunciones por hambre, sobre todo en los niños. No había
cloroformo ni hielo para los heridos. La peste se esparció, se caminaba entre
restos humanos, se pisaban cráneos; lo común eran el hedor, el fuego, las
cenizas, las ruinas y los escombros. Ese era el telón siniestro de aquellos
días en Puebla”.
González
Ortega, ejemplo
en Francia
El 17 de mayo, ante la imposibilidad de seguir resistiendo, González Ortega y sus
oficiales decidieron la rendición pero antes acabaron con toda su artillería.
Cuenta Fernando del Paso en Noticias del Imperio: “El general Forey permitió
que los jefes principales conservaran sus armas, los recibió en el cuartel
general; les ofreció cigarros puros y cognac, elogió la valentía con la que se
había defendido la plaza y se admiró del gran número de oficiales y hasta
generales jóvenes que había en el Ejército de Oriente”.
Cerca
de 10,000 soldados mexicanos murieron en el combate. A 5,000 sobrevivientes los
pusieron a las órdenes de Márquez. Almonte pidió que los fusilaran a todos.
Forey se negó y dispuso que se trasladaran como prisioneros a Francia a quienes
se habían negado a firmar un documento en que juraban no volver a luchar contra
los invasores. Camino a Veracruz, casi todos los prisioneros escaparon para
continuar la lucha al lado de Juárez.
González
Ortega rechazó la propuesta de Forey para hacerse presidente con el apoyo de
los franceses. Dijo que nunca sería un traidor ni un usurpador y que no era un
ejército sino un pueblo al que defendía dentro y fuera de las murallas de
Puebla, al igual que la autonomía de su patria, su honor y sus derechos.
Puebla
no fue tomada por los franceses. Se rindió en un acto para el que no existe un
término en el vocabulario militar. Los jueces de Francia que en 1871 juzgaron a
Bazaine por su vergonzosa capitulación en Metz ante los prusianos pusieron como
ejemplo la actitud de González Ortega. En 1865, cuando Juárez, cumplido su
periodo, se negó a dejarle a González Ortega el poder que le correspondía como
vicepresidente, se dividió el Partido Liberal y González Ortega se refugió en
Estados Unidos junto con liberales como Guillermo Prieto.
Jesús
González Ortega merece figurar entre los grandes héroes mexicanos. Juan de Dios
Peza en Memorias, reliquias y retratos elogió al humilde escribiente de
notarías y juzgados que en Calpulalpan derrotó a un ejército profesional y en
Puebla, hace 150 años, puso en jaque a las que eran entonces las mejores tropas
del mudo.
(JEP)
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