Democracia y
colaboración/ Luiz Inácio
Lula da Silva
fue presidente de Brasil y en la actualidad promueve iniciativas globales desde
el Instituto Lula. Se le puede seguir en facebook.com/lula.
Distribuido
por The New York Times Syndicate.
Traducción
de Jesús Cuéllar Menezo.
Publicado
en español en El País | 6 de noviembre de 2013;
El
espionaje al que la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA) ha
sometido a los jefes de Estado de Brasil y México es de extrema gravedad. Nada,
absolutamente nada, puede justificar la escucha de llamadas telefónicas y la
injerencia en correos electrónicos de presidentes de dos países amigos. Son
acciones que han vulnerado la seguridad de ambos Estados y principios
absolutamente fundamentales del derecho internacional. Todavía más grave es que
las autoridades de EE UU hayan intentado justificar esta agresión aduciendo que
estaban “protegiendo” los intereses de Brasil y de otros países.
Al
irse teniendo más información sobre las acciones de la NSA ha quedado claro que
en Brasil no solo se espió a la presidenta Dilma Rousseff, sino a Petrobras,
nuestra compañía petrolífera, lo cual pone en cuestión que el espionaje tuviera
que ver con necesidades de seguridad nacional, una pretensión ya de por sí
inaceptable.
Esta
injerencia en los asuntos internos de Brasil y las engañosas explicaciones
proporcionadas han escandalizado tanto al pueblo como al Gobierno brasileños.
Rousseff preguntó abierta y directamente al presidente Barack Obama por el
asunto, posponiendo una visita de Estado a EE UU prevista para octubre. Ella y
el conjunto del país esperan una explicación convincente y acorde con la
gravedad de la situación. El Gobierno brasileño está abordando este caso con la
madurez y la responsabilidad que caracterizan a Rousseff y a nuestra
diplomacia. Sin embargo, no cabe subestimar las repercusiones que este asunto
puede tener para las relaciones brasileño-estadounidenses si no se solventa
adecuadamente.
Imaginemos
el escándalo y la conmoción que suscitaría en Estados Unidos que un país amigo
hubiera interceptado ilegalmente, con el pretexto que fuera, las comunicaciones
privadas de su presidente.
¿Qué
induce a un país como Estados Unidos, una nación tan orgullosa de su democracia
y su respeto al Estado de derecho, a vulnerar el ordenamiento democrático y las
leyes de otros países? ¿Qué induce al Gobierno estadounidense a creer que puede
y debe actuar de forma tan insensata contra un país amigo? ¿Qué induce a las
autoridades estadounidenses a creer que no es moral o políticamente
cuestionable demostrar tal falta de respeto hacia el jefe de Estado o las
instituciones y empresas de Brasil, o de cualquier otro país democrático?
Quizá
lo más inexplicable sea que esta flagrante ofensa haya ocurrido en una época de
excelentes relaciones bilaterales entre Brasil y Estados Unidos. Desde hace
tiempo, Brasil tiene en alta estima las relaciones con EE UU. En la última
década nuestros Gobiernos, con excelentes resultados, se han esforzado en
fomentar e intensificar la interacción económico-política entre Brasil y
Estados Unidos. Hemos mantenido buenas relaciones institucionales y un diálogo
personal de calidad con los líderes de EE UU. De hecho, basándonos en intereses
comunes, promovimos una alianza estratégica con ese país, al tiempo que
tomábamos medidas para la integración latinoamericana y ampliábamos nuestros
lazos con África, Europa y Asia.
Con
ese objetivo en mente, no dudamos en enfrentarnos a la desconfianza y el
escepticismo con que muchos brasileños veían a Estados Unidos, actitudes
relacionadas con el trauma producido por la implicación directa de ese país en
el golpe de 1964 y su apoyo constante a la dictadura militar brasileña (que
también se otorgó a otras dictaduras del continente). Nunca dudamos de que
profundizar en el diálogo y ampliar los lazos económico-políticos con Estados
Unidos era la mejor manera de pasar esa sombría página de las relaciones
interamericanas y de dejar atrás la política de injerencia autoritaria.
Ahora,
para preservar los muchos avances realizados en las relaciones
brasileño-estadounidenses durante las últimas décadas, lo que se necesita es
una explicación creíble de las acciones de la NSA y una disculpa de Estados
Unidos. Posteriormente, lo imprescindible será un cambio definitivo de actitud
que ponga fin a esas prácticas abusivas.
Estados
Unidos debe comprender que nuestros países no podrán mantener una deseable
alianza estratégica si uno de los socios muestra una actitud conspirativa.
Desde luego, un comportamiento ilícito e irrespetuoso no ayuda a desarrollar la
confianza entre pueblos y Gobiernos.
Un
episodio como este pone de relieve el empobrecimiento de la gobernanza
internacional, en la que las instituciones y las decisiones son con frecuencia
pisoteadas por países que confunden sus propios intereses con los del conjunto
de la comunidad mundial.
Ahora,
más que nunca, debemos superar el unilateralismo, sea el de Estados Unidos o el
de cualquier otro país, y crear instituciones auténticamente multilaterales,
capaces de orientar al mundo hacia el imperio del derecho y no la ley del más
fuerte. El mundo actual es completamente distinto al surgido tras la II Guerra
Mundial. Además de la independencia de muchos países de África y Asia, hemos
visto que varios países del sur se han modernizado e industrializado,
alcanzando importantes avances sociales, culturales y tecnológicos. Es decir,
se han hecho más relevantes en el panorama mundial. Los países que están fuera
del G8 tienen en torno al 70% de la población mundial, representando alrededor
del 60% de su economía. Sin embargo, el orden político global sigue siendo tan
exclusivo como en los primeros años de la guerra fría. La mayoría de los países
del mundo son excluidos de los auténticos procesos de toma de decisión.
Por
ejemplo, hoy no tiene sentido que en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas no haya un miembro permanente de África o Latinoamérica. O que India no
pertenezca a él. El Consejo de Seguridad solo será totalmente legítimo y
democrático, y aceptado por todos, cuando tenga miembros de todas las regiones
del planeta que no se limiten a defender sus propios intereses geopolíticos y económicos,
sino que representen realmente las demandas de paz, democracia y desarrollo de
la población mundial.
El
episodio de espionaje de la NSA también pone el acento en otra necesidad
esencial: la de contar con una gobernanza democrática de Internet que ayude a
que esa red global sea un ámbito de libertad, creatividad y cooperación, no una
herramienta para el espionaje.
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