Novias’
por catálogo/Juan Veledíaz
La Silla Rota, 6 de noviembre de 2013
¿Qué
pasa por la mente de una chica que “de pronto descubre” que su novio es narco?
—
Lo conocí como Iván Darío Gallego. Me lo presentaron unas amigas hace un año
(2012), de una manera muy casual, como cualquier otra persona. Simplemente me
lo presentaron y ya— decía en julio pasado la modelo colombiana Sara Builes. Su
nombre saltó a la fama fuera de Colombia no por sus desfiles en las pasarelas
fashion de Medellín o de Bogotá, sino porque a finales de mayo pasado llegó al
aeropuerto internacional de Río de Janeiro, Brasil, proveniente de Madrid, de
la mano de quien era su novio, Jhon Fredy Manco Torres, un ex paramilitar
ligado al narcotráfico que había estado preso en territorio colombiano hasta
2009, cuando salió libre y se le perdió la pista. Esa tarde, Interpol detuvo al
capo y a su novia cuando llegaban para asistir al partido de futbol entre
Brasil e Inglaterra, con el cual se reinauguraba el estadio de Maracaná.
En
una entrevista publicada en julio pasado en la revista colombiana Soho, la
modelo antioqueña contó cómo se relacionó con Manco, a quien apodaban “el
Indio”.
— ¿Pero qué amigas se lo presentaron?— pregunta
el reportero en la entrevista.
—
Unas amigas de la vida. Estábamos en un grupo muy grande y me lo presentaron
ahí. Nunca pensé que estuviera metido en negocios extraños. La primera vez que
lo vi, no pasó nada, ni siquiera me pidió el teléfono. Me pareció un hombre muy
atractivo, pero nada más.
—
¿Cómo pudo parecerle atractivo, si para muchas mujeres es un hombre francamente
feo?—le insiste el entrevistador para quien el físico del capo, de rasgos y
fisonomía indígena, no es nada agraciado y de ahí su apodo.
—
Es una persona de buen vestir, aseado, pulcro, que olía bien; inspiraba
seguridad por su forma de hablar, de vestir, de mirar, de caminar. Eso me
gustó. Para mí eso es ser atractivo, no tener cara bonita y ya.
— ¿Y usted nunca supo de los negocios de
narcotráfico en que él andaba?—cuestiona de nueva cuenta el reportero.
—
Nunca, él era un hombre tan completo, tan sincero, entre comillas, que yo no
tenía por qué sospechar que estaba en malos negocios. Era un noviazgo normal. Y
eso sí lo digo: lo que me llevo de él, es lo que fue como ser humano conmigo.
—Hablando
del negocio del narcotráfico, ¿nunca tuvo un solo indicio siquiera para
entender que estaba en eso?—insiste el entrevistador.
Tristemente,
a todo hombre que se da una vida de lujos lo catalogan como narcotraficante y a
toda modelo como si fuera una prepago. No todas somos prepagos. Y no todos son
narcotraficantes. Y no tenía de dónde pegarme de que él fuera narcotraficante,
respondió en ese tono de candidez propio de una chica de 23 años.
La
prensa colombiana tituló a principios de junio pasado: “Una modelo y el futbol
hicieron caer a El Indio”. Era la historia de cómo Jhon Fredy Manco, de 44 años
y quien usaba el seudónimo de Iván Darío Gallego, se había involucrado con la
chica que se convirtió en el señuelo a seguir en sus constantes viajes entre
Bogotá y Madrid, donde se refugiaba el capo. En la capital española, registró
la prensa colombiana, vivían el complejo de súper lujo La Finca, donde tenían
como vecino al futbolista del Real Madrid, Cristiano Ronaldo.
El
seguimiento que Interpol ha hecho en los últimos años a las modelos
colombianas, llevó a una pista en la sierra de Durango en el otoño del 2009. En unas cabañas ocultas entre
pinos y abetos en las cumbres boscosas donde se une esta entidad con Sinaloa,
el Ejército halló una casa de seguridad de Joaquín el Chapo Guzmán. En una de
las habitaciones se encontraron catálogos de la agencia colombiana “Elite
Asociados”, localizada en una zona de oficinas y negocios en la zona céntrica
de Bogotá, Colombia.
De
ese sitio, la policía colombiana y mexicana siguió a varias chicas que viajaban
continuamente a México para fungir como “acompañantes” de los capos mexicanos
en sus viajes de negocios y de placer. El seguimiento de algunas de ellas llevó
a la captura, en noviembre del 2010, del colombiano Mauricio Harold Poveda
Ortega, conocido como “El Conejo”, quien fue señalado como uno de los
principales socios de capos como Arturo Beltrán Leyva y del “Chapo” Guzmán. Un
reporte de la policía federal de aquella fecha, señalaba que “el Conejo” no
solo surtía de cocaína desde tierras colombianas, sino también de mujeres. El
día de su detención estaba acompañado de una de sus compatriotas de nombre
Juliana López Aguirre, una mujer cuya belleza acaparó el lente de las cámaras
de prensa y televisión, que en pocas horas distribuyeron su imagen por todos
los noticieros.
Los
servicios de inteligencia de Colombia y México ampliaron en los últimos años la
base de información sobre el movimiento de personas entre ambos países. Este
intercambio de información ayudó a corroborar la existencia de tráfico de
mujeres al servicio de los jefes de los diferentes grupos del narcotráfico en
México.
El
general Oscar Naranjo, quien en 2010 se desempeñaba como jefe de la Policía
Nacional colombiana, señaló en uno de sus viajes a México por aquellas fechas,
que ese tráfico de personas que incluía, entre otras personas, a mujeres,
muchas de ellas vinculadas a tareas de “relaciones públicas”, o de agencias que
se dedicaban a ello, una buena parte estaban siendo detenidas.
Uno
de los últimos casos en México sucedió en enero del 2011, cuando la ex reina de
belleza colombiana Juliana Sossa Toro, escribió unos comentarios en Facebook
sobre la vida de lujos que llevaba en México desde que meses atrás llegó a
vivir con su pareja a una casona de la zona residencial de Las Lomas. Sus
mensajes sirvieron para ubicarla y detenerla junto a su novio José Jorge
Balderas, apodado “el JJ”, quien se vinculó como operador del Edgar Valdez
Villarreal “la Barbie”, y estaba acusado de disparar en la cabeza al futbolista
Salvador Cabañas.
Una
pista dada a conocer de manera pública sobre el tráfico de mujeres “de prepago”
provenientes de Colombia, surgió en octubre del 2009, cuando tropas del
ejército pertenecientes a la décima zona militar con sede en Durango,
aseguraron un rancho llamado “Las Trancas”, localizado en la parte más alta de
la sierra del municipio de Tamazula. En el lugar se aseguró uno de los
laboratorios más grandes hallado en las montañas para procesar metanfetaminas.
El sitio tenía varias cabañas acondicionadas con todos los lujos, plantas
solares, antenas de TV vía satélite y equipos para recibir señal de telefonía
celular. Dentro de una de las construcciones, los militares encontraron un pequeño
gimnasio, amplias estancias y en una de las recámaras apareció un “catalogo”
con fotografías de mujeres que representaba la agencia de “relaciones públicas
Elite Asociados”. De los nombres de quienes ahí estaban, al paso de los meses
se pudo conocer que algunas eran cantantes, otras habían trabajado como
presentadoras de televisión en ciudades colombianas y unas más eran edecanes y
modelos.
El
tráfico de mujeres es solo uno de los últimos episodios de una relación que se
ha fortalecido en los últimos 20 años entre narcotraficantes mexicanos y
colombianos. “Hoy estamos hablando más que de una jefatura, de unas alianzas,
de una sociedad estratégica donde hay una división del trabajo. Tanto en
Colombia como en México, los narcos se comportan de la misma manera. Hoy la
característica del narcotráfico es estar movilizado, las organizaciones son
encabezadas por delincuentes que tienen carácter y visión global del delito. Se
mueven en Colombia en México, pero pueden estar en Europa o África”, decía Naranjo.
Fosa
Común
Más
que una “narco novela”, la condición social y muchas veces el apremio
económico, que se suma a la escasa preparación escolar, son condicionantes de
una vida y en un entorno donde las chicas caen “mareadas” por el tren de vida
que les ofrecen quienes, siempre en primera instancia, se presentan como
“empresarios”. Sin prejuzgar, hay mujeres que van por todo en ese tipo de
relaciones, y también hay otras que el mundo se les derrumba cuando se enteran
quién es en realidad el personaje con el que se unieron sentimentalmente. Y hay
otras que a la fuerza, contra su voluntad, son obligadas a unirse al personaje
que se fijó en ellas y que resultó ser el que manda.
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