Los
estafadores españoles que se toparon con el narco mexicano
La
policía cree que los comerciantes españoles asesinados en Sinaloa engañaron a
mafiosos locales con la calidad de la ropa
- Hay familias de esa nacionalidad que se dedican a ese negocio desde los años 70
JUAN
DIEGO QUESADA
El País, México 29 DIC 2013
En
El Tamarindo cada poco tiempo aparece un cadáver. El alcalde, Leonel Rivas
Beltrán, cree que se debe a su situación geográfica y no a la naturaleza
violenta de sus vecinos. Es el primer pueblo que se encuentra a un lado de la
autopista de Culiacán, la capital de Sinaloa, al norte de México, rumbo a Los
Mochis. Tan solo a dos minutos. Un lugar accesible para arrojar un muerto y
huir. Lo raro es que ese muerto sea extranjero.
Un
campesino del pueblo se topó con dos a mediados de mayo. Se encontraban en la
parte trasera de un coche hundido en una presa. Dentro estaban los cadáveres de
José Montoya y Fernando Carmona, comerciantes españoles dados por desaparecidos
48 horas antes. Los investigadores de la Procuraduría -fiscalía- de Sinaloa
elaboraron un croquis en base a los movimientos que habían realizado en días
anteriores y llegaron a la conclusión de que estaban tendiendo puentes con
productores locales de droga. Estaban equivocados.
Después
de entrevistar a varios oriundos que habían tratado con los comerciantes, los
policías supieron que los españoles eran exactamente lo que decían ser:
vendedores de ropa. "El problema es que vendían caro, haciéndoles creer a
sus compradores que se estaban llevando algo fino, hecho en Madrid o Barcelona,
cuando en realidad se trataban de prendas baratas", explica un portavoz de
la fiscalía.
Hay
familias españolas que llevan actuando de esta forma en México desde los años
setenta. El negocio se hereda de padres a hijos. Haciéndose pasar por
sobrecargos de la aerolínea Iberia o empresarios con un excedente de ropa que
no quieren devolver a Europa, abordan a cualquier transeúnte. En cualquier
lugar del país. "La principal hipótesis del asesinato es que utilizaron
este truco con quien no debían. Con alguien peligroso al que cabrearon
mucho", ahonda el portavoz.
En
el corazón del DF hay una tienda cuyas principales ganancias provienen de las
ventas al mayoreo de abrigos. Hechos en México. Confeccionados en León, Estado
de Guanajuato. Semanalmente, un español llamado Juan compra media docena de
chamarras, le quita las etiquetas y se echa a la calle a venderlas. Lleva en la
ciudad desde mediados de los ochenta. Dedicándose al mismo negocio. Se hace
pasar por el trabajador de una compañía aérea que traía un encargo para una
señora que al final no quiso las prendas. Le cuestan 300 pesos (23 dólares) y
las ofrece a 10.000 (769 dólares). Después va negociando el precio hasta que el
comprador piensa que se está llevando una ganga. "Hace años hacía mucho
dinero de esta forma. Ahora entre todos los que nos dedicamos a esto hemos
recorrido el país. No hay rincón que no hayamos pisado", cuenta Juan,
quien en realidad no se llama así. Exigió anonimato a cambio de dar su
testimonio.
Haciéndose
pasar por sobrecargos de Iberia o empresarios con un excedente de ropa que no
quieren devolver , los estafadores venden ropa mexicana como moda europea
No
solo ha utilizado esta treta con abrigos, también con cuberterías de plata.
Conocía a los comerciantes muertos en Culiacán, que provenían de Sevilla y
Madrid aunque pasaban temporadas en México. Entre los que se dedican a esto
causó mucha conmoción el asesinato, la brutalidad con la que se perpetró, pero
ninguna de las cinco personas consultadas por este periódico dice saber con
certeza cuál fue el motivo desencadenante.
Este
tipo de vendedores pasan casi desapercibidos. Se acercan sin armar mucho
revuelo a personas que consideran de buen estatus. Esperan a la salida de
colegios, centros comerciales, teatros. Por el café Bolero, en la colonia Roma,
un barrio residencial de la Ciudad de México, han asomado en varias ocasiones. "Me
han venido ya dos o tres veces con esa vaina y yo los mando a paseo",
cuenta el dueño del local, el colombiano Jaime Henao.
¿Realmente
este fue el motivo del salvaje asesinato de los comerciantes españoles? Al
menos es la hipótesis más tangible que manejan los investigadores. Las víctimas
formaban parte de una comitiva que aterrizó en Guadalajara, Jalisco, en el
centro del país, y se desplazó en tres coches alquilados hasta el norte. Los
vendedores se hospedaban con otras tres personas en el modesto hotel Flamingos,
a las afueras de Culiacán. Salían a primera hora de la mañana y no volvían
hasta la hora de dormir.
Los
comerciantes no pasaron en vida por El Tamarindo, si no, Rivas Beltrán, el
alcalde, lo sabría. Dice que todo se sabe en la comarca. Más sobre alguien de
fuera. Los fallecidos dejaron rastro en otras poblaciones como El Salado, por
donde transita un río de agua salada, y Quilá, una sindicatura a 51 kilómetros
de la capital. Rutas inexplicables para unos comerciantes de pieles.
El
portavoz de la fiscalía cree que están cerca de dar con los culpables del doble
asesinato pero periodistas con experiencia como Francisco Cuamea, el jefe de
información del periódico Noroeste, no son tan optimistas. Pone sobre la mesa
la existencia en la región de un alto índice de impunidad. Ronda el 95%. A
diario aparecen entre tres y seis muertos. Una desgracia solapa a la otra. Las
historias de cada uno de ellos van agarrando polvo hasta quedar totalmente en
el olvido.
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