Holocausto
y memoria en el siglo XXI/ Álvaro Albacete, Isaac Querub, son presidente de la Federación de Comunidades Judías de España y embajador en Misión Especial para las Relaciones con la Comunidad y las Organizaciones Judías, respectivamente
El
País |25 de enero de 2013
Este artículo se escribe con motivo del día de conmemoración del Holocausto y otros crímenes contra la humanidad, establecido por Naciones Unidas el 27 de enero de cada año, día de la liberación del campo de exterminio Auschwitz-Birkenau.
La
destrucción deliberada y sistemática de un pueblo o grupo étnico se considera
desde la perspectiva jurídica internacional el crimen más atroz entre todos los
crímenes. Le llamamos genocidio. Un crimen contra la humanidad. Un crimen que
nos cuesta entender. Y, pese a todo, ha estado presente de manera repetida,
bajo diversas formas, en nuestra historia reciente.
El
Holocausto, es decir, el asesinato masivo de judíos en Europa durante la II
Guerra Mundial, representa el paradigma de ese crimen contra la humanidad, que
tuvo como objetivo el exterminio del pueblo judío. Su sinrazón fue el sustrato
sobre el que se acordó la Convención de Naciones Unidas sobre el Genocidio,
adoptada en 1948. Por ello, el Holocausto (la Shoa) es un referente necesario
para los investigadores de otros genocidios, tanto en la identificación de las
etapas de construcción ideológica, como en los métodos de deshumanización, y
finalmente en lo relativo a la sistematización del asesinato. Pero, sobre todo,
el Holocausto constituye el paradigma sobre el que se miran otros genocidios
porque representa sin ambages la intención del exterminio, esto es, el
asesinato (individual o masivo) de cada uno de sus miembros, sin excepción.
Esa
fue la voluntad del régimen nazi. Asesinaron a los judíos donde pudieron, en
sus casas, en la calle, en las montañas, en los campos; los dejaron morir de
hambre, de enfermedad o de agotamiento. Y todo eso, en aplicación de una
ideología antisemita que establecía una sociedad construida sobre el predominio
racial en la que no había lugar para los judíos.
La
historia del Holocausto está ampliamente documentada, como muestran los
archivos de Yad Vashem (72 millones de páginas de documentación, cerca de
300.000 fotografías y 23.000 objetos). Existen numerosos estudios sobre el
Tercer Reich y sobre la ideología que se escondía tras los asesinatos de
judíos. Existen testimonios gráficos, sonoros, escritos, de víctimas y de
testigos. E investigaciones sobre el contexto político, social y económico en
el que se produjo el proceso de exterminio. Y, sin embargo, su conocimiento es todavía
insuficiente. Debemos trabajar más y mejor en la educación porque esa es la
clave de su conocimiento. La transmisión de la memoria del Holocausto requiere
la enseñanza de la historia, pero también la formación en valores que enfaticen
el respeto a culturas diferentes, especialmente en el valor de la convivencia
como un objetivo en sí mismo. Una labor pedagógica destinada a conocer y
reconocer la identidad del otro (en este caso, el hecho judío, y no solo en su
vertiente histórica sino igualmente en su realidad presente y su vínculo con
Israel), resaltando el enriquecimiento que representa la diversidad de nuestra
sociedad e inculcando actitudes de respeto ante la misma.
La
educación en materia del Holocausto es más que la mera transmisión de información
a nuestros estudiantes. Requiere reflexión y debate en nuestras aulas,
aflorando con ello preguntas para las que la historia no siempre tiene
respuestas y de las que pudieran depender nuestro futuro. ¿Qué indujo a los
autores a comportarse como asesinos?; ¿cómo pudo “un sistema” convertirse en un
aparato de asesinatos?; ¿podría repetirse la historia?; ¿qué implicaciones
futuras podría tener la negación de la existencia del Holocausto?
En
este contexto, cobra especial relevancia la iniciativa del Gobierno de España
—aproximándose a la legislación de países como Francia, Alemania, Bélgica,
Suiza o Austria— de abordar la reforma del código penal en materia de
incitación pública a la violencia o al odio, dirigida contra un grupo definido
por su religión o creencia, su ascendencia o su origen étnico (antisemitismo);
así como la apología pública, negación o trivialización de los crímenes de
genocidio (negacionismo del Holocausto). Con esta nueva legislación, España
integraría en su normativa el espíritu de la resolución de Naciones Unidas, de
enero de 2007, que condenó “sin reservas toda negación del Holocausto”.
En
el año 2008, España se incorporó como miembro de pleno derecho a la actualmente
denominada Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto, de la que
forman parte 31 Estados, incluidos países de la UE, Estados Unidos, Canadá,
Argentina e Israel. En su carta fundacional (Declaración de Estocolmo, 2000) se
establece que los países miembros “debemos reforzar el compromiso moral de
nuestros pueblos y el compromiso político de nuestros Gobiernos, para asegurar
que las futuras generaciones puedan comprender las causas del Holocausto y
reflexionar sobre sus consecuencias”. En este sentido, nuestro mayor reto
reside en profundizar en el trabajo en materia de educación, con la implicación
activa de las autoridades educativas, profesores, estudiantes, familias y el
conjunto de la sociedad.
La
investigación sobre el Holocausto nos enseñó la existencia de un lado oscuro
del hombre y cómo el genocidio puede parecer justificable cuando se dan las
adecuadas circunstancias. ¿Ofrece la Europa de la crisis económica y social del
siglo XXI de nuevo circunstancias que permitan mostrar esa sombra del hombre?
Los historiadores señalan varios pasos en el camino del genocidio, desde la
clasificación y el aislamiento de seres humanos al exterminio. Y la negación
del exterminio como punto final del proceso. ¿En cuál de todos ellos se sitúa
la propuesta del partido ultraconservador húngaro de elaborar listas de judíos?
Sin
duda, entre el exterminio y su negación se sitúa la transmisión de la memoria
como única barrera de contención a la repetición de la barbarie. A ella se
refería Jorge Semprún en su última alocución pública, en la conmemoración del
65º aniversario de la liberación del campo de Buchenwald: la Europa unida, que
hoy es símbolo de paz, se construyó sobre las cenizas de los campos de
exterminio nazi, sobre la memoria de los millones de muertos que produjo el
Holocausto.
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