El
arte de discutir
Muchas
disputas no buscan un acuerdo, sino una victoria clara y rotunda, sin
concesiones
Respeto
y mesura pueden convertirlas en puente de doble dirección para solucionar
problemas
FRANCESC
MIRALLES
El País Semanal, 15 DIC 2013;
No
es casual que el término discusión tenga en castellano un sentido negativo,
mientras que discussion en inglés apela –entre otras acepciones– al debate
fértil y al intercambio de ideas. En los países mediterráneos, cuando surge un
conflicto, demasiadas veces el golpe de genio domina sobre el diálogo. Solo hay
que comparar las ordenadas intervenciones en un parlamento del norte con el
vocerío y las salidas de tono que abundan entre nuestros políticos, muy
especialmente durante las elecciones.
Bajo
la falsa premisa de que la persona que más grita es quien lleva la razón, no
nos hemos educado en el arte de disentir productivamente, una carencia que
fomenta la rigidez mental y el pensamiento unidireccional. Sin tener que dar la
razón a nadie que no la tenga, en este artículo estudiaremos cómo hacer de la
discusión una fuente de soluciones, en lugar de un multiplicador de problemas.
Pero veamos primero cómo se genera la discusión que desata tempestades.
La
mayoría de discusiones solo sirven
para amplificar los malentendidos” André
Gide
Casi
todo el mundo es capaz de defender con moderación su punto de vista en un
reunión con extraños -por ejemplo, en el trabajo o en el banco-, pero esto
mismo a veces resulta difícil con la persona con la que compartimos techo y
años de convivencia.
¿Por
qué se recurre tan a menudo al arsenal de reproches y descalificaciones con la
persona a la que más se ama?
El
opuesto del amor no
es el odio, sino
la indiferencia” Elie
Wiesel
Hay
diferentes opiniones sobre el tema, pero la mayoría de especialistas coinciden
en que las batallas conyugales guardan siempre una relación con el poder. Por
este motivo en el punto álgido de una discusión no se aceptan disculpas. Lo que
pretende uno del otro es que ceda terreno a su favor, sea a través de
concesiones, de la aceptación de errores o de conseguir un compromiso que
cambie la correlación de fuerzas.
Pocas
veces discutimos para entender al otro y acercar posiciones. Como boxeadores en
un ring afectivo, la discusión de pareja la gana aquel que desarma al otro porque
tiene una posición más favorable, mejores argumentos o bien conoce los puntos
débiles de su contrincante -por ejemplo, el sentimiento de culpa- y golpea
sobre ellos.
Al
final, en esta clase de contiendas no hay ganador alguno. Solo se aplaza la
resolución del problema cuando no se agranda directamente por culpa del
resentimiento que sigue al intercambio de rencores e improperios.
Aunque
luego nos arrepintamos, las heridas que se abren en una discusión en la que la
adrenalina ha subido sin control pueden tardar mucho en cicatrizar o incluso
pueden provocar una ruptura. Y no solo en una pareja. Más de una larga amistad
ha quedado finiquitada tras una polémica innecesaria, así como hay miles de
personas que pierden su empleo por decir lo que no deberían en el momento menos
oportuno.
Cuando
hablamos de violencia en las relaciones humanas, tendemos a restringirla a las
agresiones físicas que nos horrorizan en la sección de sucesos o, como mucho, a
las agresiones verbales que no ponen en peligro nuestra vida, pero sí nuestra
autoestima y salud mental.
Un
empleado sometido, un día tras otro, a los comentarios destructivos de un
superior acabará sufriendo trastornos de ansiedad o incluso una depresión en
toda regla.
Sin
embargo, hay otra violencia que no emplea la fuerza física ni los insultos. Una
forma de agresión que no acostumbra a reconocerse como tal, pero que puede
tener un efecto devastador en quien la sufre: el silencio punitivo.
Cuando
un conflicto de pareja no se ha resuelto y la parte que cree tener razón
castiga a la otra con el silencio, por mucho que esta última intente dialogar,
el daño psicológico es igual o peor que recibir una tormenta de gritos. Al
menos en este último caso existe el recurso de la defensa, mientras que la daga
del silencio mata todas las razones y se utiliza para incubar en la víctima
sentimientos de culpa y autodesprecio.
En
el entorno colectivo de una empresa, el silencio que solo busca hacer sentir
mal a alguien recibe la etiqueta de mobbing, pero esta misma arma se puede
utilizar en una guerra para dos.
Más
allá de las tres formas de violencia –física, verbal y psicológica– que
acabamos de ver, como seres humanos tenemos la posibilidad de convertir la
discusión en una catarsis cuyo fin sea superar los malentendidos y conocernos
mejor.
Para
ello, los especialistas en conflictos interpersonales recomiendan proceder así,
en lugar de optar por su opuesto negativo:
1.
Señala el hecho que está mal, en vez de descalificar a la persona.
2.
Escucha en vez de interrumpir.
3.
Pide aquello que te gustaría que sucediera, en vez de exigirlo.
4.
Respeta la opinión del otro, en vez de ironizar sobre ella.
5.
Pregúntale lo que siente y le motiva, en vez de interpretarlo a tu manera.
6.
Acepta tus propios errores, en vez de centrar tu discurso en los del otro.
7.
Reconoce también las cosas que el otro hace bien, en lugar de centrarte en sus
equivocaciones.
8.
Discute sobre un conflicto actual, en vez de sacar trapos viejos.
9.
Calla aquello que puede herir, en vez de utilizarlo como arma.
10.
Habla en vez de gritar.
Si
discutes mucho para
probar tu sabiduría, pronto probarás tu ignorancia” Muslih-Ud-Din
Saadi
Si
seguimos estas reglas, con toda seguridad terminaremos la discusión mejor de lo
que estábamos al comenzarla. Al dialogar y sopesar diferencias de forma
empática, reforzaremos la unión con la persona o personas sobre las que pendía
el conflicto.
A
veces lo que impide que una discusión dé un giro positivo no son viejas
rencillas del pasado ni diferencias insalvables, sino el bloqueo que ejerce una
de las partes para que las ideas preconcebidas no se muevan.
Hay
situaciones en las que nuestro interlocutor se cierra en banda y es imposible
resolver la cuestión que ha provocado el conflicto. Esto sucede a menudo con
personas retraídas y poco acostumbradas a dialogar, así como con aquellos
perfiles sanguíneos que hablan –o gritan– antes de pensar. En una tercera
categoría, entre las personas difíciles, estarían aquellas que se parapetan
tras un argumento y repiten una vez y otra lo mismo, como un mantra, por miedo
a ser convencidas de lo contrario.
El
objeto de toda discusión no debe ser
el triunfo, sino el progreso” Joseph
Joubert
Justamente
contra estos bloqueos en la comunicación, Sócrates diseñó un método para abrir
brecha en las certezas del otro y hacerle pensar. Muchas de las preguntas que
el filósofo ateniense utilizaba entonces para que el interlocutor abandonara su
rigidez mental siguen teniendo validez hoy día:
¿A
qué te refieres exactamente con esto?
¿Cómo
has llegado a esta conclusión?
¿Por
qué es eso tan importante para ti?
¿Has
contemplado la posibilidad de que estés equivocado?
A
menudo estas preguntas no obtienen una reacción positiva inmediata por parte
del interlocutor, pero sin duda acabarán por hacerle pensar. Hay personas que
necesitan un tiempo de incubación para llegar por sí mismas a una conclusión
positiva que entierre el hacha de guerra.
Toda
discusión se convierte en un puente de doble circulación cuando la afrontamos
con respeto y mesura, y tenemos la valentía de conocer al otro y darnos a
conocer.
Enfrentamientos destructivos
ILUSTRACIÓN DE JOÃO FAZENDA
UNA PELÍCULA
‘Olvídate de mí’
Michel Gondry
Traducida con un título muy alejado del original Eternal sunshine of the spotless mind, disecciona las discusiones y miserias cotidianas de una pareja que, pese a estar enamorados, necesitarán someterse a una cirugía de recuerdos para olvidarse del otro.
UNA NOVELA
‘El desprecio’
Alberto Moravia (DeBolsillo)
Publicada en 1954, muestra la compleja relación entre Emilia y su marido, un guionista de cine que ve cómo su matrimonio se va desmoronando a medida que el éxito llega a su carrera.
La foto es de Fred Alberto Alvarez M.
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