Tribunal
de cuentas: ¿juez y parte?/Javier Martín Cavanna es director de Fundación Compromiso y Transparencia.
Publicado en El
Mundo | 29 de mayo de 2014
Daron
Acemoglu y James A. Robison dejaron muy claro en su conocido libro Why nations
fail que los factores críticos del desarrollo económico y político de las
naciones no se encuentran en el clima, la cultura o la geografía. El factor
determinante reside en contar con instituciones sólidas y eficaces. Su tesis
coincide con la de Francis Fukuyama, que en The origins of political order
defiende que la institución de la rendición de cuentas es un elemento esencial
para la construcción de un orden político democrático. En el fondo, estos
autores no vienen sino a recoger una larga tradición cuyo representante más
autorizado es Aristóteles. El filósofo griego dedica gran parte de sus
reflexiones en la Política a hablar de la importancia de las magistraturas:
cuáles son las más importantes para que la polis funcione, quién debe elegir a
los magistrados y cuál es el término de mandato adecuado.
En relación con el
nombramiento de los magistrados Aristóteles examina con detalle tres elementos:
quiénes son los que nombran a los magistrados, entre quiénes los nombran y de
qué manera.Teniendo en cuenta estas coordenadas a nadie se le escapa que la
existencia de un organismo independiente y eficaz que «fiscalice la actividad
económica y financiera» de las diferentes administraciones públicas y «juzgue
la responsabilidad contable en que incurran quienes tengan a su cargo el manejo
de fondos públicos» (artículo 2 de la Ley orgánica 2/1982 de 12 de mayo del Tribunal
de Cuentas) constituye un pilar básico para el funcionamiento de las
instituciones democráticas y para proteger la credibilidad de todo el sistema
político. Pues bien, lo cierto es que nuestro Tribunal de Cuentas carece de las
necesarias condiciones de independencia y eficacia para poder cumplir esa
función.
Difícilmente
podemos hablar de organismo independiente en la fiscalización de los partidos
cuando todos los consejeros que integran el Tribunal son nombrados por las
Cortes Generales: seis por el Congreso de los Diputados y seis por el Senado.
El pleno del tribunal siempre ha estado controlado por los dos grandes
partidos, que se convierten en los fiscalizadores del dinero público que, por
otra parte, ellos mismos gastan. Ahora el PP (ocho puestos) domina el pleno,
frente al PSOE (cuatro asientos).
Para
que una institución pueda realizar con eficacia su función debe contar con un
marco jurídico adecuado y con los necesarios recursos económicos. En relación
con el marco jurídico, el Tribunal de Cuentas ha carecido del mismo desde su
constitución por expreso deseo de los políticos que no querían someterse a su
control. El Tribunal no ha dispuesto en estos 30 años de capacidad sancionadora
para castigar las numerosas irregularidades que ha venido detectando,
limitándose a elevar a las Cortes unas ingenuas recomendaciones. Aun hoy,
aunque se ha resuelto parcialmente esta grave carencia de facultades, las
infracciones de los partidos siguen sin estar reguladas según su gravedad.
En
relación con los recursos económicos, el Tribunal de Cuentas cuenta con un
presupuesto anual de 62 millones de euros, según la Memoria de 2012. De esos 62
millones, 53 corresponden a gastos de personal. La plantilla está compuesta por
582 personas, de las cuales hay 42 auditores del Tribunal de Cuentas y 222
técnicos de auditoría y control externo; es decir, un total de 264 personas han
de encargarse de fiscalizar a todo el sector público en España, que supone un
45% del PIB.
Para
hacernos una idea de la ridiculez de los recursos asignados para la
fiscalización del sector público podemos cotejarlos con los recursos de las
cuatro principales empresas auditoras en España: Deloitte, PwC, KPMG y
Ersn&Young. De acuerdo con los datos de sus respectivos informes anuales de
2012, las cuatro principales empresas auditoras tienen unos ingresos por la
actividad auditora de 739 millones de euros y cuentan con 6.372 personas
dedicadas a función de auditoría. Cifras muy alejadas de los aproximadamente
25-30 millones de euros de la partida de personal dedicada a las actividades de
auditoría que comprende 264 personas del principal órgano fiscalizador de las
cuentas y de la gestión económica del Estado y del sector público.
Sin
instituciones eficaces e independientes es imposible construir un orden
político democrático. De nada sirven las numerosas reformas sobre la
financiación de los partidos políticos (desde que comenzó la democracia se han
aprobado cuatro normas específicas) si nadie está interesado en hacerlas
cumplir. Ya nos lo recordaba Aristóteles: «De nada sirve que se celebren
juicios acerca de lo justo, si éstos no se llevan a su cumplimiento».
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