Thomas Piketty, Freud y Argentina/Hugo Sigman es médico y empresario.
El
País | 27 de junio de 2014
Tiempo
después de que surgiera el dinero como modo de representar valor, comenzó a
utilizarse como una mercancía más, tal como trabajaban los primeros banqueros,
recibiendo ahorros de los ciudadanos y prestándolo a cambio de un interés. Con
el paso de los siglos, los Gobiernos entendieron que estas actividades debían
ser reguladas. Fue así como, primero los bancos y luego las Bolsas de valores y
de materias primas, tuvieron que adaptarse a ciertas normas de funcionamiento,
ratificadas tras la crisis de 1929 con el objetivo de prevenir nuevos crashs de
la economía.
En
los años ochenta, en el contexto del ascenso del pensamiento ortodoxo, las presiones
de los sectores neoliberales generaron modelos financieros no regulados: en
1985 surgió la International Swaps and Derivatives Association (ISDA), que se
ocupó de establecer un contrato tipo para las operaciones de derivados, es
decir, instrumentos financieros que cotizan en relación a un activo subyacente
(el inversor no compra acciones, bonos o materias primas, sino que especula
sobre la variación de los precios de esos activos, por eso se dice que el valor
“deriva” del activo).
Se
trata de operaciones exentas de regulaciones que son consideradas simples
acuerdos entre privados. Para darse una idea de la magnitud del negocio, se
puede señalar que las operaciones con derivados alcanzan un valor anual de 700
billones de dólares, es decir, 10 veces el PIB mundial.
Un
tipo particular de derivados son los Credit Default Swap (CDS). Consisten en un
convenio entre una parte A que, teniendo bonos soberanos emitidos por los
Estados o empresas privadas, toma un seguro con otra parte B para que, en caso
de que el Estado o la empresa entre en suspensión de pagos, la parte B pague a
la A el valor del seguro. En 2012, el monto de CDS era de 22,5 billones de
dólares, equivalentes a una vez y media el PBI estadounidense. Al tratarse de
una operación con derivados, ningún organismo público las controla y, por
tanto, no se le impone al “asegurador” ninguna norma de solvencia. Los intentos
por establecer algún tipo de regulación, como los realizados en el Congreso
estadounidense en 1974 y 1978, siempre fracasaron.
Ahora
bien, también estaba permitido que, sin tener los bonos, se pudiera contratar
el seguro, lo que se llamaba “CDS desnudos”. La perversión del mecanismo es
evidente: en ese caso, el interés de quien toma el seguro es que el Estado o la
empresa entre en default. En diciembre de 2011, luego de los ataques de los
especuladores que poseían “CDS desnudos” de Grecia y la aseguradora
norteamericana AIG, la Unión Europea prohibió este tipo de operación dentro de
su jurisdicción.
Los
fondos buitres utilizan habitualmente los CDS para sus operaciones
especulativas. ¿Cómo operan? Cuando un país entra en suspensión de pagos, los
buitres compran los bonosdefaulteados al 10% o 15% de su valor. Algunos de los
que tienen esos bonos los venden porque creen que es mejor recuperar algo que
nada. Articulados con estudios de abogados muy expertos e importantes compañías
de lobby, a veces con el apoyo de personalidades importantes, los buitres,
radicados casi siempre en paraísos fiscales, lanzan juicios contra los países
en default y rastrean sus activos por el mundo en busca de embargos que sumen
presión.
El
caso argentino es emblemático. El país había comenzado a endeudarse a partir de
la última dictadura y en 2001 declaró el default más importante de la historia.
Cuatro años después, en 2005, y luego nuevamente en 2010, reestructuró la deuda
con el 92,4% de los acreedores, pagando puntualmente, desde ese momento hasta
hoy, 190.000 millones de dólares. Este último año, además, resolvió su litigio
pendiente con Repsol por la expropiación de YPF, con el CIADI y con el Club de
París.
Los
fondos buitres no aceptaron entrar en esa negociación. Compraron deuda
argentina por 325 millones de dólares y están reclamando 3.250 millones, es
decir, 1.000% de interés en siete años. Un juez de Nueva York ya ha determinado
que al fondo buitre NML se le debe pagar el total al contado, e incluso ordenó
al Banco de Nueva York, sede del pago a los acreedores que aceptaron
reestructurar la deuda, embargar las transferencias y utilizar ese dinero para
pagarle. Algunas versiones indican que, como suele suceder, el fondo buitre NML
tenía CDS sobre los bonos argentinos. Se trata de un juego win win: si el fallo
es positivo, cobra; y si hay default, también.
Y
aquí llega Freud. Lejos de ser entidades abstractas, los fondos buitre tienen
dueños y empleados, abogados y lobistas, pero no son como las personas
corrientes que cada día dedicamos buena parte de nuestro tiempo a estudiar, a
la investigación científica, a la creación artística o a trabajar en el campo o
en la ciudad. Viven lejos de todo eso, alienados, desconectados de la realidad,
imaginando muy creativamente la mejor manera de multiplicar su dinero a través
de productos financieros que dañan al conjunto de la sociedad. Son psicóticos
sociales.
Thomas
Piketty ha revolucionado al mundo con su libro El capital en el siglo XXI, con
estadísticas de los últimos 210 años y una conclusión resumida en una fórmula
(r>c=+d) muy concreta: si la renta del capital es mayor que el crecimiento
del PIB, la desigualdad aumenta. Imaginemos, por ejemplo, qué sucedería con un
país que crece al 3% anual y tiene que pagar una renta de capital del 145%
anual, que es exactamente lo que Argentina debe pagar a los fondos buitres.
Sería un mundo imposible. Pero lo peor es que puede que nos acontezca si, como
dice Felipe González, los países no establecen leyes de gobernanza
internacional sobre el sector financiero, que permitan controlar el proceso
creciente de financiarización de la economía que acentúa las desigualdades.
Los
fondos de cobertura, algunos de los cuales disponen de un capital superior al
PIB de un país desarrollado, han capturado una parte importante del dinero que
los bancos destinaban a la producción y a la creación de empleo, orientándolo
en buena medida a operaciones de compra y venta de dinero. En 2008 algunos
millonarios americanos encabezados por George Soros presentaron una ponencia en
el Congreso estadounidense advirtiendo del riesgo que representan los fondos de
cobertura para la economía mundial.
La
solución inmediata no consiste en ejercer una crítica moral para que
recapaciten. Lo más efectivo es aplicar lo que nos duele a todos: una
fiscalidad que quite rentabilidad a este tipo de operaciones, una fiscalidad
que debería pensarse globalmente de modo que los fondos especulativos no
encuentren refugios en donde operar y prohibir que los bancos comerciales
actúen como bancos de inversión tal como promulgó en 1933 el Parlamento de los
Estados Unidos.
Ningún
país desarrollado con una deuda de entre el 80% y el 120% de su PIB, que es el
peso de la deuda en la mayoría de los países de Occidente, puede pagarla sin
ayuda, porque no genera el superávit fiscal necesario para ello. Como una
familia con una hipoteca que si no ahorra no puede afrontar los vencimientos,
los países dependen de la confianza del mercado y de la renovación de los
créditos para seguir funcionando. Así como tuvieron éxito con Argentina, Perú,
Congo, Panamá y Grecia, cualquier país,aun los más desarrollados, puede ser una
víctima de estos depredadores en el futuro.
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