El
peligroso senador Martínez/SABINA
BERMAN
Proceso No 1964, 21 de junio de 2014
Lo
primero fue el deslumbramiento ante el discurso del senador Martínez. Al
inaugurar su presidencia en la también nueva Comisión de la Familia, declaró
que la misión de ésta sería trabajar para que todas las familias nacionales se
vuelvan “esa familia que nos significa a todos los mexicanos”.
Ahora
sus detractores lo cuentan distinto y no confiesan que en un principio la gran
mayoría de los mexicanos no supimos ni quién era Chema Martínez ni que en el
Senado había una Comisión para la Familia ni cuál era la familia que “nos
significa a todo los mexicanos” ni cómo el verbo “significar” funcionaba en la
repentinamente célebre oración.
Cuando
fuimos descifrándolo, el asombro creció. El senador afirma que la familia
papá-mamá-hijos es el ideal secreto de cada mexicano. Parecía una idea
importada de otro planeta o de otro siglo a un país cuya demografía expresa
ideales contrarios.
Para
empezar, hoy 35% de los mexicanos en edad productiva son solteros. Para
continuar, de los mexicanos que viven en familia, viven en una variedad de
familias que se distribuyen aproximadamente así:
Un
35% en familias monoparentales, ya sea porque la pareja procreadora se
divorció, ya sea porque un cónyuge murió, ya sea porque un cónyuge huyó, o ya
sea porque un mexicano (generalmente se trata de una mexicana) decidió tener
hijos sin pareja de vida. 10% son familias formadas por dos personas del mismo
sexo. Y apenas algo así como la mitad de las familias son las de papá-mamá-hijos.
En
la realidad mexicana, la familia que el senador cree el ideal de cada mexicano,
lo dejó de ser hace décadas. Y en efecto, la misión del senador Martínez no
emana de las circunstancias de la Patria mexicana, sino de un lugar distante.
De un Estado distante a México geográfica, demográfica e ideológicamente.
El
Vaticano.
Una
monarquía en cuya jerarquía política no hay una sola mujer. Donde hay un solo
tipo de familia. La secreta e inconfesable. Y donde los ciudadanos son todos
castos –o eso dicen– y no hay otros niños que los de los coros misales –o eso
dicen–.
Un
Estado cuya misión expresa es reconquistar el pensamiento de la especie humana
para regresarla a valores previos a los de posmodernidad que vivimos, ideales
del siglo XIX, o de antes, si es posible.
Los
que nos dimos a la tarea de comprender al senador, lentamente logramos
encontrar bajo su discurso de propósitos otro discurso: el exhorto Familiaris
Consortio del Papa Juan Pablo II. Exhorto en donde el Papa presume eso, que
todos debemos vivir en el tipo de familia papá-mamá-hijos, pero afirma mucho
más.
Que
las mujeres somos, sobre todas las cosas, vehículos de embriones. Que la
interrupción de la maternidad, así sea una decisión juiciosa y responsable, es
un asesinato. Que el divorcio es un pecado. Que también lo son el uso de la
píldora anticonceptiva y el condón. Así como la homosexualidad.
Y
acá deja de resultar graciosa la desubicación temporal y geográfica del
senador Martínez, y su propósito revela cuán peligroso es. El exhorto del Papa
Juan Pablo II ya ha causado en nuestro país estragos abominables.
Fue
el sustento ideológico de la guerra contra las mujeres que del año 2009 al 2011
logró penalizar la interrupción voluntaria del embarazo en 16 estados, sin
ninguna consulta previa a la población y mediante tácticas gangsteriles:
sobornos a legisladores, votaciones relámpago en las madrugadas, un pacto
inconfesable con la entonces líder del PRI, Beatriz Paredes, y un saldo de
horror.
Hoy
700 mujeres jóvenes purgan condenas por haber querido decidir sobre sus cuerpos
y sus destinos. Hoy en esos 16 estados se han retirado los servicios públicos
para abortos salubres, provocando no sabemos cuántas muertes en abortos
clandestinos.
No
minimicemos el peligro del senador Martínez usando recursos públicos para
avanzar una agenda que se traduciría en campañas contra los homosexuales y las
madres solteras, el derecho a decidir de las mujeres e incluso el uso de la
píldora anticonceptiva y el condón.
El
senador Martínez debe irse a colocar donde embone mejor. En la presidencia de
Pro-Vida. O en la presidencia de otra organización del estilo, que por supuesto
tiene derecho a trabajar en pos de sus ideales reaccionarios y con sus dineros
venidos de la ultraderecha internacional y el Vaticano.
Pero
el senador Martínez es peligroso en una institución como el Senado. No cuenta
con una disposición científica, como mandata la Constitución para cada
legislador. Desconoce nuestra demografía. Es agente de los propósitos de un
Estado extranjero. Se encuentra en rebeldía de la legislación vigente sobre
derechos humanos.
El
senador Martínez debe dimitir de la presidencia y de la misma Comisión de la
Familia. Que por cierto debería llamarse Comisión para las Familias. Dimita,
senador Martínez, dimita: por el bien de las familias de México.
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