28 jun 2014

El peligroso senador Martínez


El peligroso senador Martínez/SABINA BERMAN
Proceso No 1964, 21 de junio de 2014
Lo primero fue el deslumbramiento ante el discurso del senador Martínez. Al inaugurar su presidencia en la también nueva Comisión de la Familia, declaró que la misión de ésta sería trabajar para que todas las familias nacionales se vuelvan “esa familia que nos significa a todos los mexicanos”.
Ahora sus detractores lo cuentan distinto y no confiesan que en un principio la gran mayoría de los mexicanos no supimos ni quién era Chema Martínez ni que en el Senado había una Comisión para la Familia ni cuál era la familia que “nos significa a todo los mexicanos” ni cómo el verbo “significar” funcionaba en la repentinamente célebre oración.
Cuando fuimos descifrándolo, el asombro creció. El senador afirma que la familia papá-mamá-hijos es el ideal secreto de cada mexicano. Parecía una idea importada de otro planeta o de otro siglo a un país cuya demografía expresa ideales contrarios.

 Para empezar, hoy 35% de los mexicanos en edad productiva son solteros. Para continuar, de los mexicanos que viven en familia, viven en una variedad de familias que se distribuyen aproximadamente así:
 Un 35% en familias monoparentales, ya sea porque la pareja procreadora se divorció, ya sea porque un cónyuge murió, ya sea porque un cónyuge huyó, o ya sea porque un mexicano (generalmente se trata de una mexicana) decidió tener hijos sin pareja de vida. 10% son familias formadas por dos personas del mismo sexo. Y apenas algo así como la mitad de las familias son las de papá-mamá-hijos.
 En la realidad mexicana, la familia que el senador cree el ideal de cada mexicano, lo dejó de ser hace décadas. Y en efecto, la misión del senador Martínez no emana de las circunstancias de la Patria mexicana, sino de un lugar distante. De un Estado distante a México geográfica, demográfica e ideológicamente.
 El Vaticano.
Una monarquía en cuya jerarquía política no hay una sola mujer. Donde hay un solo tipo de familia. La secreta e inconfesable. Y donde los ciudadanos son todos castos –o eso dicen– y no hay otros niños que los de los coros misales –o eso dicen–.
 Un Estado cuya misión expresa es reconquistar el pensamiento de la especie humana para regresarla a valores previos a los de posmodernidad que vivimos, ideales del siglo XIX, o de antes, si es posible.
 Los que nos dimos a la tarea de comprender al senador, lentamente logramos encontrar bajo su discurso de propósitos otro discurso: el exhorto Familiaris Consortio del Papa Juan Pablo II. Exhorto en donde el Papa presume eso, que todos debemos vivir en el tipo de familia papá-mamá-hijos, pero afirma mucho más.
 Que las mujeres somos, sobre todas las cosas, vehículos de embriones. Que la interrupción de la maternidad, así sea una decisión juiciosa y responsable, es un asesinato. Que el divorcio es un pecado. Que también lo son el uso de la píldora anticonceptiva y el condón. Así como la homosexualidad.
 Y acá deja de resultar graciosa la desu­bicación temporal y geográfica del senador Martínez, y su propósito revela cuán peligroso es. El exhorto del Papa Juan Pablo II ya ha causado en nuestro país estragos abominables.
 Fue el sustento ideológico de la guerra contra las mujeres que del año 2009 al 2011 logró penalizar la interrupción voluntaria del embarazo en 16 estados, sin ninguna consulta previa a la población y mediante tácticas gangsteriles: sobornos a legisladores, votaciones relámpago en las madrugadas, un pacto inconfesable con la entonces líder del PRI, Beatriz Paredes, y un saldo de horror.
 Hoy 700 mujeres jóvenes purgan condenas por haber querido decidir sobre sus cuerpos y sus destinos. Hoy en esos 16 estados se han retirado los servicios públicos para abortos salubres, provocando no sabemos cuántas muertes en abortos clandestinos.
 No minimicemos el peligro del senador Martínez usando recursos públicos para avanzar una agenda que se traduciría en campañas contra los homosexuales y las madres solteras, el derecho a decidir de las mujeres e incluso el uso de la píldora anticonceptiva y el condón.
 El senador Martínez debe irse a colocar donde embone mejor. En la presidencia de Pro-Vida. O en la presidencia de otra organización del estilo, que por supuesto tiene derecho a trabajar en pos de sus ideales reaccionarios y con sus dineros venidos de la ultraderecha internacional y el Vaticano.
 Pero el senador Martínez es peligroso en una institución como el Senado. No cuenta con una disposición científica, como mandata la Constitución para cada legislador. Desconoce nuestra demografía. Es agente de los propósitos de un Estado extranjero. Se encuentra en rebeldía de la legislación vigente sobre derechos humanos.
 El senador Martínez debe dimitir de la presidencia y de la misma Comisión de la Familia. Que por cierto debería llamarse Comisión para las Familias. Dimita, senador Martínez, dimita: por el bien de las familias de México.

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