Una
relación con rostro humano/Enrique V. Iglesias fue el anterior secretario general iberoamericano.
El
País | 27 de junio de 2014
El
rey Juan Carlos deja la Corona española, después de casi cuarenta años de
reinado que fueron los mejores de España de todos los tiempos. Así ha sido
descrito por autorizados comentaristas el periodo de la historia que recordará
el reinado de don Juan Carlos.
Efectivamente,
don Juan Carlos fue un gran arquitecto en el pasaje de un gobierno autoritario
a un gobierno democrático. Gracias a su decisión y a su compromiso España
conoció el funcionamiento de una monarquía constitucional, con un jefe de
Estado sometido al poder político y a través de él, las Fuerzas Armadas,
reteniendo solo el poder moral, el de moderación que le acuerda la Constitución
nacional. Y por cierto, que no es poco poder el de inspirar y mediar en los
desencuentros políticos de la nación. En ese mismo periodo en el que España
conoció por primera vez el funcionamiento de una monarquía constitucional, las
relaciones del jefe de Estado con el poder político de los grandes partidos han
sido ejemplares. España se integró en Europa, construyó una de las economías
más dinámicas del continente, y el Estado de bienestar se profundizó a favor de
las grandes mayorías de la población. Esos son los grandes hechos que recordará
la historia. También recordará la dureza social y económica de la profunda
crisis de los últimos años. Habrá también anécdotas. Las obras humanas siempre
las tienen. Pero la historia recordará y retendrá con agradecimiento esas
grandes contribuciones de don Juan Carlos a España, a su pueblo.
Pero
don Juan Carlos prestó, además, un gran servicio a la cooperación y el
entendimiento iberoamericano. Desde el inicio de su mandato viajó a todos los
países de la región y creó algo que fue el rostro humano de las relaciones
entre España y América Latina. Algo que nunca se había producido en la historia
de más de quinientos años del periodo colonial y poscolonial. Con ello, no solo
acompañó los flujos migratorios y la mayor presencia económica de España en
América, sino que pudo transmitir con una personalidad cálida su amistad y su
compromiso con América Latina. Se ganó el respeto y el afecto de los líderes
políticos de los más variados signos. Su presencia en América nunca fue la de
un visitante protocolar, sino la de un amigo. No conozco ninguna otra corona,
con historias coloniales, que haya cultivado una relación de afecto como la que
inspiró don Juan Carlos con dirigentes y pueblos de repúblicas que, por más de
trescientos años, fueron colonias de sus antepasados. Rostro humano acompañado
por la presencia y la calidez de la reina doña Sofía, gran amiga de los
americanos y de sus culturas.
La
contribución más significativa de ese espíritu lo constituyeron las cumbres de
jefes de Estado y de Gobierno, que deben reconocer en don Juan Carlos a uno de
sus grandes impulsores y promotores. De 23 cumbres anuales asistió a 22 y, en
la que no estuvo, fue por su impedimento físico. Las cumbres son una realidad
que ha perdurado en el tiempo, donde la figura del Rey fue siempre una señal de
identidad y de reencuentro con el espíritu que se nutre de la historia, con sus
encuentros y desencuentros, asentado en lenguas, culturas, tradiciones y en el
gran mestizaje que es la realidad social iberoamericana.
El
juramento ante la Constitución española de su hijo Felipe VI en una ceremonia
sobria, pero llena de simbolismo y de definición del compromiso del nuevo Rey
con una monarquía que él definió como “renovada y para un tiempo nuevo”. Una
corona joven, cerca de la gente, en donde la personalidad de doña Letizia,
habrá de jugar, por vocación y por convicción, un papel relevante en el
acercamiento y comunicación con la sociedad.
Fue
muy grato oír el compromiso del nuevo jefe del Estado español con Iberoamérica.
Compromiso que descontábamos. Un príncipe que asistió a 69 tomas de mando de
los presidentes de las repúblicas latinoamericanas, que conoce a América y se
identificó con ella. No solo frecuentó a líderes políticos, empresariales,
sociales e intelectuales, sino que, además, conoce sus problemas sobre los que
tiene una opinión informada y meditada.
Asume
la Corona en un momento difícil para el mundo, para Europa y para España. Un
cambio de época que nos llevará a nuevas fronteras de la economía, de la
sociedad y de la política. Pero, también, de cambio en las relaciones
internacionales. España está integrada de pleno derecho en la Unión Europea.
Pero, por afinidad cultural e histórica, también pertenece a Iberoamérica.
Continuar con el rostro humano de esas relaciones es un gran activo de España y
también lo es de las repúblicas americanas. El rostro humano de esa relación en
torno a la Corona es un hecho notable y sin precedentes en el mundo. A veces me
pregunto si gobernantes y gobernados son conscientes de ese capital que
partiendo de las relaciones humanas se proyecta en la política y en la
economía.
Don
Felipe tiene una idea muy clara del valor de esas relaciones en el mundo en que
vivimos, y puede estar seguro de que la colaboración de América Latina no habrá
de faltarle en su pesada labor. En este clima de renovación y esperanza hay que
desearle al nuevo Rey el mejor de los éxitos en sus responsabilidades, pero
también apoyarlo y acompañarlo para que esas esperanzas se conviertan en
realidades.
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