El
inframundo carcelario/SANTIAGO
IGARTÚA
Revista Proceso # 1972, 16 de agosto de 2014
Espejo
fiel de una sociedad y un Estado nacional corruptos hasta la médula, el sistema
carcelario del país es un inframundo donde la humillación, la ingobernabilidad,
las violaciones a los derechos humanos, la violencia y el negocio son ley
estricta. Estudios recientes de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y
de la UNAM así lo constatan, pero arrojan un dato más, nada desconocido para
los mexicanos: lejos de corregirse, esta degradación empeora año tras año de
manera irremisible. ¿Qué hace el gobierno al respecto? Especialistas de ambas
instituciones concluyen: no muestra voluntad para acabar con este enfermo
estado de cosas.
Reflejo
del país, el sistema penitenciario de México padece ingobernabilidad, los
derechos humanos de su población se vulneran metódicamente y la no reinserción
social de sus presos viola la Constitución. “Nadie conoce verdaderamente una
nación si no conoce el estado de sus prisiones”, cita a Nelson Mandela el
tercer visitador general de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos
(CNDH), Guillermo Andrés Aguirre Aguilar.
En
días previos a darse a conocer el Diagnóstico Nacional de Supervisión
Penitenciaria (DNSP) de 2013, Aguirre sostiene en entrevista que desde el
primero de esos informes, el de 2006, el estudio de la CNDH refleja que “la
situación de las prisiones no cambia”.
Advierte
que del anterior DNSP –de 2012– al actual no hay avances ni motivo de festejo:
“El diagnóstico demuestra lo que todos sabemos de las prisiones. Son áreas de
abandono con maltrato hacia la población e incumplimiento de las disposiciones
constitucionales de la reinserción, y el hecho de que se organice el sistema
penitenciario sobre la base del respeto a los derechos humanos (el trabajo, la
capacitación para el mismo, la educación, la salud y el deporte), no se
cumple”.
El
DNSP se elabora a partir de visitas y recorridos de supervisión por los 101
centros penitenciarios estatales más poblados, 17 federales y las tres
prisiones militares del país, donde se aplican encuestas y se entrevista a
directores, responsables de áreas técnicas y personal de seguridad y custodia,
así como a 10% de los internos de cada prisión; a cada una se le califica en
una escala del 0 al 10 con base en las condiciones mínimas que deben existir
según lo establecido en la Constitución y convenios internacionales.
Las
calificaciones que da el DNSP 2013 a los centros estatales de readaptación
social son: 5.68 en condiciones de gobernabilidad, 6.08 en aspectos que
garantizan la integridad física y moral del interno, 6.45 en estancia digna,
6.63 en reinserción social y 6.73 en atención a grupos vulnerables en
reclusión. En todos estos rubros hubo un retroceso respecto al diagnóstico
previo.
En
cuanto a los centros federales, la reinserción es de igual manera la mayor
falla. Las cifras no son más alentadoras en materia de derechos humanos
reflejados en el respeto a la dignidad, respeto a los grupos vulnerables e
integridad física y moral de los internos. En cuanto a las tres prisiones
militares, la reinserción social (6.23) sólo fue superada por el maltrato a los
grupos vulnerables, con calificación reprobatoria de 5.69.
Por
su parte el Programa Universitario de Derechos Humanos de la UNAM elaboró el
estudio Presos y prisiones. El sistema penitenciario desde la perspectiva de
los derechos humanos, a cargo de Sergio García Ramírez en colaboración con
Laura Martínez Breña, y divulgado el pasado febrero.
Sustentado
en información oficial de fuentes públicas nacionales e internacionales, el
documento –que este semanario pudo consultar– concluye que la prisión no sólo
no satisface sus fines constitucionales sino los trasgrede por la ausencia de
estado de derecho en ella.
Mirar
hacia las prisiones y los prisioneros es también “colocar a la sociedad ante el
espejo que la refleja con fidelidad y severidad”, dice el documento.
Según
sus datos, el país tiene 418 reclusorios: 403 locales y 15 federales. Tres son
de seguridad máxima. El número de procesados y sentenciados adultos ronda los
250 mil, lo que equivale a que en México hay un preso por cada 473 habitantes.
El
panorama prevaleciente, según la UNAM, es desolador: “En el ahora llamado
Sistema de Reinserción Social proliferan la corrupción y la violencia. Persiste
el autogobierno. Generalmente se carece de personal debidamente seleccionado,
capacitado y supervisado. Hay sobrepoblación. A menudo no existen los medios
señalados por la Constitución para proveer a la reinserción social del
sentenciado. La estructura de supervisión no ha logrado su objetivo”.
Ingobernabilidad
Impera
la ingobernabilidad en el sistema penitenciario. “De este tema parte todo: Si
la autoridad no tiene control de los centros, estamos perdidos”, advierte
Aguirre Aguilar.
Fallidas
las funciones públicas, el DNSP revela que 87% de los penales no tiene personal
suficiente de seguridad y custodia, en 85% de los centros no hay siquiera
manuales de procedimiento para atender incidentes violentos ni se tiene
registro de los casos de tortura o maltrato, y en la mitad de las cárceles
existen áreas de privilegios consentidas por la autoridad.
Aguirre
cuenta que los autogobiernos se han gestado entre la falta de capacitación del
personal penitenciario y el déficit de personal, abrumadoramente rebasado. Sólo
en los reclusorios Oriente y Norte del Distrito Federal, cada uno con capacidad
para unos 6 mil reclusos, la población rebasa los 12 mil, en ambos casos.
En
promedio, en todo el país, hay un guardia por cada 73 internos. En los últimos
tres años, 365 custodios, jefes de seguridad y directores han sido investigados
por fugas. Durante el sexenio de Calderón, 675 convictos se fugaron: uno cada
tres días.
Al
personal penitenciario –“en riesgo permanente”, matiza Aguirre– “se le exige
mucho y se le da muy poco”. Aunque no está homologado en todo el país, su
salario ronda los 3 mil pesos mensuales.
En
el sistema penitenciario todo está corrompido. Más de 6 mil millones de pesos
de exacciones nutren el negocio, como constató el estudio de la UNAM. “Estamos
en un medio de fomento estructural a la corrupción”, resume el visitador de la
CNDH.
Los
registros estadísticos muestran que, además de las fugas, los homicidios y motines
también están ligados a la corrupción y a la falta de conducción y dirección de
las penitenciarías.
Los
cárteles de la droga se apoderaron de las cárceles hasta convertirlas en
centros de operación alternos. Ahí han expandido la venta de drogas, alcohol o
armas.
Innumerables
notas periodísticas dan cuenta de la complicidad entre reclusos y autoridades
en todos los órdenes: custodios dispuestos a facilitar fugas (aun en centros de
máxima seguridad), directores vinculados con el crimen organizado, salidas
nocturnas en vehículos oficiales (generalmente para asesinar), extorsiones
operadas desde los penales, tráfico de drogas, prostitución, todo al amparo del
poder.
Presidente
de la Academia Mexicana de Ciencias Penales, García Ramírez describe las cárceles
como “mercados de la miseria humana” donde todo se vende.
Dice
su estudio: “El ejercicio de los derechos más elementales se halla sujeto a
tarifa”. La luz, el agua, los sanitarios, el aseo, la ropa, el suelo para
dormir, la comida, el sexo, la seguridad personal, los servicios médicos, la
libertad….
Da
cuenta de las muertes y lesiones de cientos de internos amotinados en los años
recientes a lo largo del país en reclamo de alimentación digna, agua potable o
simplemente agua, detener las torturas y el hostigamiento de las autoridades
que han llegado incluso a “acribillarlos” con armas de fuego, o de los internos
que ejercen los autogobiernos con toda clase de “puntas”.
“La
violencia puede obedecer a las pugnas internas, las venganzas de grupos, las disputas
por el poder y el botín carcelario. Pero no sobra decir que atrás o en el fondo
de algunos actos de violencia suele existir una reivindicación de derechos
negados, menoscabados, violentados; una suerte de ‘resistencia a la opresión’”,
se lee en el estudio de la UNAM.
El
tercer visitador admite: “El hecho de que una prisión tenga un autogobierno no
necesariamente quiere decir que sea una prisión que no se gobierna. Luego
suelen ser mejor gobernadas con el autogobierno que sin éste en cuanto al
control, lo cual desde luego es indeseable”.
Reinserción
imposible
El
aparato penitenciario impide el fin primario de reintegrar a los convictos en
la comunidad al término de su condena, algo establecido en el artículo 18 de la
Constitución. Más aún, la reinserción social de los presos es un elemento
esencial de la seguridad pública, según el DNSP, y como tal impacta a toda la
sociedad.
Explica
Aguirre: “Reinsertar a un interno está estrechamente relacionado con la
prevención del delito. Si tú violentas a las personas en prisión, si las
extorsionas de manera cotidiana, si maltratas a los familiares que van a
visitarlas, si el trato es indigno, si las humillas, esas personas no van a
poder reconciliarse, sino que van a generar resentimientos profundos en contra de
la sociedad y las instituciones”.
El
experto argumenta que la mayoría de las condenas rondan los 10 años. “Si en ese
tiempo las vamos a tener (a las personas) en las comunidades, ¿cómo las
queremos de regreso? El trabajo penitenciario tiene que mantener vivos sus
derechos a la salud, al trabajo, a la educación, a la libertad de expresión, de
las ideas, a la cultura, al deporte”.
Sin
embargo, los marginados de la sociedad son condenados dos veces: “Existe un
repudio, estigmatización y desprecio social hacia todo lo que tiene que ver con
las personas que cometen delitos”, según las encuestas de la CNDH. Más que
conseguir la reinserción, las prisiones capacitan para delinquir y en gran
medida insertan a los internos en la drogadicción.
La
CNDH asegura que las prisiones se convierten en “centros de aprendizaje y
especialización superior de la delincuencia” y en consecuencia provocan la
reincidencia de los infractores.
Y
complementa el estudio de la UNAM: “Los centros de reclusión no sólo no cumplen
con el objetivo de la reinserción, sino que son sitios de degradación, abuso y
contaminación criminógena, donde se aprenden conductas y hábitos criminales.
Muchos delitos se planean y se organizan desde las cárceles”.
Con
datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, el documento
universitario muestra que en 2012, de los 144 mil 107 sentenciados, 21 mil 82
fueron reincidentes.
Abandono
El
sistema penitenciario en México se encuentra en estado de abandono por parte
del gobierno, afirma Aguirre Aguilar. Ante esa situación se dice “frustrado” y
apunta: “Las visiones son muy pobres respecto de las obligaciones del Estado
frente a las personas que encarcela.
“El
penitenciario es un tema que no vende políticamente, que tiene mucho que ver
con un estigma y desprecio social hacia las personas que están en la cárcel, lo
cual se aprovecha para hacer espacios alejados del ojo público.”
Para
el visitador no ha habido voluntad política ni recursos para impulsar un cambio
en el “principal” problema de las prisiones: el incumplimiento del mandato
constitucional de reinserción.
“Las
prisiones, socialmente hablando, las vemos lejanas. No se ha podido lograr que
la ciudadanía entienda que lo que sucede en las prisiones le incumbe
directamente. Y de que toda esta tolerancia hacia la corrupción, toda esta
impunidad (en las prisiones), nos hace un daño enorme. Es uno de los más
grandes males del país. Tenemos que combatirlo socialmente. Si no, asuntos tan
delicados como la seguridad pública van a seguir siendo áreas de gran
vulnerabilidad hacia la población”, afirma.
En
los últimos años el fracaso ha sido rotundo. La administración de Felipe
Calderón se limitó a crear espacios sin sentido y planeación para encerrar
“enemigos” de su lucha contra el narcotráfico.
“No
se apegaba a los estándares ni de la propia Constitución ni de los tratados
internacionales. Toda la administración anterior, la política fue contener,
contener y contener. No reinsertar. Por eso si observas los penales que se
crearon, como el 11 de Sonora, el de Guanajuato, esos que tienen inversión
privada, desde el diseño, que copiaron a los americanos, está equivocado: no
contemplan áreas de capacitación, talleres, espacios para el deporte… Están
diseñados para el castigo.”
Para
García Ramírez, lo explica en su informe, todo se resume en “la necesidad de
restablecer el Estado de derecho en el mundo sombrío de las prisiones, sin
concesiones ni disimulos, y restituir a los reclusos el ejercicio de sus
derechos, sistemáticamente quebrantados y recuperar el riguroso cumplimiento de
los deberes que corresponden a los servidores públicos que actúan en este
ámbito”.
Las
reformas constitucionales de 2013 en la materia, aseguran ambos estudios, no
apaciguan la tragedia.
Sobre
este “paisaje sombrío, desolador, que ofende a la dignidad humana y oscurece
las buenas intenciones”, sigue García Ramírez, “la verdadera reforma se ha
sustituido con leyes, edificios costosos, discursos y promesas”. El exdirector
de la cárcel de Lecumberri resalta el gatopardismo en un país “siempre
dispuesto al discurso y reacio a la reforma efectiva de las instituciones y las
costumbres”.
La
transformación, sostiene, implica “combatir y extirpar –de veras, por fin y a
fondo– la corrupción que priva en múltiples extremos del régimen penitenciario
y echa por tierra las mejores intenciones; revisar y corregir el deplorable
estado que prevalece en instalaciones físicas, trabajo, salud, alimento,
contactos con el exterior, recreación, disciplina”.
El
Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018, dice el texto de la UNAM, “carece –salvo
en las letras– de programas puntuales para el cumplimiento de esos fines”.
En
los diagnósticos de la CNDH, por otra parte, no se refleja transformación
alguna. Revelan la misma realidad, recrudecida por el tiempo.
“¡Eso
es lo grave! ¡Que siga pasando lo que se viene diciendo hace 10 años”, arguye
Aguirre.
–¿Hoy,
quién es responsable del estado de las prisiones y el olvido en que se
encuentran? –se le pregunta.
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