La
fragmentación de Bretton Woods/Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz and a member of its International Executive Committee, is Chairman of President Barack Obama’s Global Development Council. He previously served as CEO and co-Chief Investment Officer of PIMCO. He was named one of Foreign Policy’s Top 100 Global Thinkers in 2009, 2010, 2011, and 2012. His book When Markets Collide was the Financial Times/Goldman Sachs Book of the Year and was named a best book of 2008 by The Economist.
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Syndicate | 16 de agosto de 2014
El
mundo ha cambiado considerablemente desde que los líderes políticos de 44
países aliados se reunieron en 1944 en Bretton Woods, New Hampshire, con el
objetivo de crear un marco institucional para el orden económico y monetario
luego de la Segunda Guerra Mundial. Lo que no ha cambiado en los últimos 70
años es la necesidad de instituciones multilaterales fuertes. Sin embargo, el
respaldo político nacional a las instituciones de Bretton Woods -el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial- parece haber alcanzado un mínimo
histórico, lo que mina la capacidad de la economía global de alcanzar su
potencial y contribuye a la inseguridad geopolítica.
Cuando
tuvo lugar la conferencia de Bretton Woods, sus participantes entendieron que
el FMI y el Banco Mundial eran integrales a la estabilidad global. De hecho,
ambas instituciones fueron diseñadas para desalentar a los países individuales
de adoptar políticas cortoplacistas que perjudicaran el desempeño de otras
economías, incitaran a acciones de represalia y, en definitiva, afectaran a
toda la economía global. En otras palabras, están destinadas a impedir el tipo
de políticas proteccionistas que muchas economías importantes adoptaron durante
la Gran Depresión de los años 1930.
Es
más, al promover una mejor coordinación de las políticas y un pool de recursos
financieros, las instituciones de Bretton Woods promovieron la efectividad de
la cooperación internacional. Y mejoraron la estabilidad al ofrecer un seguro
colectivo a los países que enfrentaban dificultades temporarias o se esforzaban
por satisfacer sus necesidades de financiamiento del desarrollo.
Cuesta
identificar más que un pequeño puñado de países que no se hayan beneficiado de
alguna manera gracias al FMI o al Banco Mundial. Sin embargo, los países
parecen dudar a la hora de contribuir a la reforma y fortalecimiento de estas
instituciones. De hecho, un creciente número de países sistémicamente
importantes han tomado medidas que están minando al Fondo y al Banco, aunque,
en su mayoría, de manera inadvertida.
En
los últimos años, la creciente presión política interna ha llevado a gobiernos
occidentales a adoptar políticas cada vez más insulares. Y, hace apenas unas
semanas, los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) tomaron
medidas destinadas a impulsar un pool de reservas de moneda extranjera para
ayudar a aliviar las presiones de liquidez de corto plazo y establecer su
propio banco de desarrollo -un desafío directo al FMI y al Banco Mundial.
En
rigor de verdad, a diferencia de los acuerdos paralelos existentes, que siempre
han sido de naturaleza regional y están destinados a complementar el trabajo
del FMI y del Banco Mundial, el Nuevo Banco de Desarrollo y el acuerdo de
reservas de contingencia de los BRICS no se basan en vínculos culturales,
geográficos o históricos. Por el contrario, están basados en una frustración
compartida frente a derechos caducos a los que se aferran Estados Unidos y
Europa -derechos que están disminuyendo la credibilidad y la efectividad de las
instituciones de Bretton Woods.
Más
importante, Europa y Estados Unidos siguen resistiendo el pleno
desmantelamiento de un sistema de nombramientos basado en la nacionalidad que
favorece a sus ciudadanos para los puestos de liderazgo más altos dentro del
FMI y el Banco Mundial, a pesar de ofrecer la promesa ocasional de cambio. Es
más, han sofocado todos los esfuerzos por reformular el equilibrio de la
representación incluso de manera marginal. En consecuencia, Europa occidental
goza de un nivel inmensamente desproporcionado de representación, y las
economías emergentes, a pesar de su creciente importancia sistémica, apenas tienen
voz. Y, durante la crisis de deuda de la eurozona, los líderes europeos
manifestaron pocas dudas en cuanto a intimidar al FMI para que desdeñe sus
propias reglas de crédito.
En
este sentido, son los países que encabezaron la creación de las instituciones
de Bretton Woods los que plantean la mayor amenaza a su legitimidad, impacto y,
en definitiva, relevancia. Después de todo, no es razonable esperar que las
economías emergentes respalden a instituciones que ofrecen ventajas injustas a
países que tantas veces pregonan la importancia de la meritocracia, la
competencia y la transparencia. Esta es la razón por la cual ahora están
decididos a usar su peso económico colectivo para eludir estas instituciones.
Otro
desafío para el sistema monetario internacional reside en la proliferación de
acuerdos de pago bilaterales. Al evitar estructuras más eficientes e
inclusivas, estos acuerdos minan el multilateralismo. En algunos casos, hasta
entran en conflicto con las obligaciones de los países según los Acuerdos de Bretton
Woods.
Las
consecuencias de este proceso gradual de fragmentación se extienden mucho más
allá de las oportunidades económicas y financieras perdidas, e incluyen una
cooperación política más débil, menores interdependencias y, a su vez,
crecientes riesgos geopolíticos. No hace falta mirar mucho más allá del caos
actual en Ucrania o Irak para entender qué puede pasar si no existen
estructuras multilaterales creíbles capaces de hacer frente a los
acontecimientos en situaciones de crisis.
Pero
basta de hablar de los problemas. ¿Qué pasa con las soluciones? Sencillamente,
el FMI y el Banco Mundial necesitan con urgencia reformas que los fortalezcan.
Con
unas pocas medidas clave -ninguna de las cuales es técnicamente complicada-,
las instituciones de Bretton Woods pueden dejar atrás la mentalidad de 1944 y
empezar a reflejar las realidades de hoy y mejorar las oportunidades de mañana.
Esas reformas incluyen la eliminación de los nombramientos en base a la
nacionalidad; ajustes en la representación que permitan que las economías
emergentes ganen más influencia a expensas de Europa; y más igualdad e
imparcialidad en las decisiones vinculadas a los préstamos y la supervisión
económica.
El
desafío consistirá en superar la resistencia política -algo no menor en un momento
en el que la polarización interna hizo que los políticos se vuelvan cautelosos
a la hora de respaldar públicamente un multilateralismo económico-. Los
repetidos rechazos por parte del Congreso de Estados Unidos de un conjunto de
reformas mucho más limitado -que fue aprobado por la mayoría de los otros
países en 2010-2012, que no impone ninguna obligación financiera progresiva a
Estados Unidos y que no implica ninguna reducción del poder de voto o
influencia de Estados Unidos- es un buen ejemplo.
El
egoísmo ilustrado debe superar estos obstáculos políticos. Cuanto más tiempo
los líderes mundiales resistan la abrumadora necesidad de una reforma, peores
serán las perspectivas económicas y financieras futuras del mundo -para no
mencionar su situación de seguridad.
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