El
encierro, diseñado para enfermar la mente/SANTIAGO
IGARTÚA
Revista Proceso #1972, 16 de agosto de 2014
El
sistema penitenciario en México vulnera sistemáticamente los derechos humanos.
Diseñado para quebrantar voluntades, en él los presos se consumen entre muros
gélidos que nublan la vista.
“El
daño social de todos los crímenes perpetrados por todos los delincuentes
recluidos en las prisiones, no iguala al de los crímenes cometidos en contra de
ellos mismos”, escribió Karl Menninger en El crimen del castigo, libro citado
en el estudio Presos y prisiones. El sistema penitenciario desde la perspectiva
de los derechos humanos, investigación encabezada por Sergio García Ramírez
para el Programa Universitario de Derechos Humanos (PUDH) de la UNAM.
En
México el ilegal desprecio a los derechos humanos de los presos –derechos
consagrados en los artículos 1, 18 y 19 de la Constitución– ha generado
controversia.
“El
respeto a los derechos humanos, como el trabajo, la capacitación, la salud, la
educación y el deporte, no se cumplen. Al contrario, son las áreas más
deficitarias. Por eso salimos con diagnósticos muy crudos, como es la
realidad”, dice a este semanario Guillermo Andrés Aguirre Aguilar, tercer
visitador general de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
Señaladas
por políticos y miembros de la sociedad civil, en contraste, distintas
organizaciones de derechos humanos han sido vapuleadas por considerar que
protegen a criminales o por el contrario, por permanecer muy cerca del poder.
La CNDH ha sufrido ambos señalamientos.
El
estudio de la UNAM expone: “La violación de los derechos humanos de un recluso
coloca a un agresor en situación de ofendido”. Victimario vuelto víctima.
“Eso
sólo ha logrado convertirnos en un país de víctimas”, dice Aguirre Aguilar,
quien señala las fallas del Estado al tiempo que defiende a la CNDH: “No es el
hecho de que protejamos delincuentes. Eso es un estigma. No es por culpa de las
organizaciones de derechos humanos la pésima operación de las autoridades en el
tema. Para las víctimas originales de los delitos del delincuente que los
lesionó, les genera un desconcierto pavoroso que el victimario se convierta en
víctima. Pero la que los hace víctimas es la autoridad por no atender sus
obligaciones constitucionales”.
Grupos
vulnerables
Entre
sus múltiples errores, el sistema penitenciario mexicano se ha revelado como un
aparato discriminador de los grupos más indefensos en prisión. Así lo señalan
el estudio de la UNAM y el Diagnóstico Nacional de Supervisión Penitenciaria
2013, de la CNDH. Las mujeres, los indígenas, los enfermos y los homosexuales
son los más lastimados.
Contraviniendo
la Constitución, hay 77 prisiones mixtas. Las mujeres en reclusión, documenta
el texto de la UNAM, sufren una doble estigmatización: primero como mujeres y
luego como delincuentes.
Sufren
“violencia sexual más frecuentemente que los hombres” y “tratos crueles para
que se autoinculpen y acepten una responsabilidad penal, en una violación total
de las reglas del debido proceso. Han tenido que soportar revisiones en las que
tienen que desnudarse. Dormir en el piso o vivir entre hombres son algunas de
las condiciones irregulares que padecen las presas”, se asienta en la
investigación.
Sobre
derecho a la salud, García Ramírez infiere en el estudio de la UNAM que éste ha
sido trasgredido desde el gobierno federal y señala que la Secretaría de Salud
es la que “no acata la disposición normativa de acudir a las zonas de
aislamiento para supervisar las condiciones en las que se encuentra esta
población, por lo que suelen ser trasladados a la unidad médica cuando el
padecimiento ya ha impactado severamente en la salud de la persona reclusa.
“Los
hechos denunciados evidencian situaciones de abstención u omisión en brindar
una adecuada protección a la integridad física o psicológica de las personas
privadas de la libertad, actos de tortura o tratos crueles, inhumanos o
degradantes, así como la ausencia de condiciones adecuadas de estancia e
instalaciones para vivir dignamente”, continúa y agrega un dato: Desde su
creación y hasta abril de 2011, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito
Federal ha emitido 22 recomendaciones relacionadas con violaciones al derecho a
la salud de personas privadas de la libertad.
Respecto
al derecho al trabajo, garantizado también por la Constitución, el coordinador
del PUDH, Luis de la Barreda, aporta al documento que “la falta de
oportunidades de trabajo y de capacitación laboral en las prisiones impide que
los reclusos adquieran habilidades y destrezas para ganarse la vida
honestamente al quedar en libertad”.
Cientos
de enfermos mentales “deambulan por los establecimientos, lo que los hace
vulnerables a toda clase de abusos de la población general”. No tienen
programas de rehabilitación psicosocial, refiere el documento universitario, el
cual califica al sistema de “racista y criminalizador”.
Los
más de 8 mil indígenas convictos en el país sufren la “extrañeza” de su propia
patria. A menudo monolingües, no tienen traductores y son enviados a
instituciones distantes de su lugar de residencia “con el consecuente quebranto
de las relaciones familiares”.
El
Estado, supuesto garante de derechos, impone la represión a capricho,
avasallante de derechos y libertades, expone el texto de la UNAM. El agravio de
los detenidos redunda en la degradación, en tratos inhumanos.
Las
vejaciones constantes se suman al hacinamiento, deficiencias en el alojamiento
de los reclusos, desatención médica, mala alimentación, carencia de fuentes de
trabajo y educación, uso excesivo de la fuerza y la suspensión del contacto de
los internos con el exterior como castigo, rehenes de cualquier capricho y
sometidos a la incomunicación.
Las
sanciones disciplinarias son a todas luces excesivas. Concluye Aguirre: “(Los
convictos) llegan a pasar hasta meses sin salir de su celda. El sistema está
diseñado para enfermar a cualquier persona”.
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