Las
prisiones como negocio privado/RODRIGO
VERA
REVISTA PROCESO # 1972, 16 DE agosto de 2014
No
resolverán el hacinamiento, las violaciones a los derechos humanos ni la
corrupción. No resolverán nada pero ya están funcionando y son un buen negocio.
Tanto así que ya invierten en ellas empresarios como Carlos Slim, Olegario
Vázquez Raña o las familias Quintana y Hank. Se trata de las cárceles privadas.
Son ilegales, pues la Constitución determina como función del Estado el manejo
de las prisiones, pero cada vez habrá más de ellas, sobre todo en la medida en
que vaya en aumento el número de internos.
El
criminólogo Martín Barrón Cruz, investigador del Instituto Nacional de Ciencias
Penales, advierte: “La privatización de las cárceles mexicanas no resolverá el
problema del hacinamiento, la sobrepoblación y la violación de los derechos
humanos en nuestras prisiones. A final de cuentas seguirá en aumento el número
de reclusos debido a la política de mano dura, a las leyes cada vez más
punitivas y a la guerra contra el narcotráfico que emprende el gobierno
mexicano”.
Las
cárceles privadas sólo servirán para que “hagan negocio” los empresarios que
empiezan a invertir en el ramo, asegura el especialista a Proceso; entre ellos
Carlos Slim, Olegario Vázquez Raña y las familias Hank Rhon y Quintana.
Recalca:
“Las cárceles privadas mexicanas están copiando el modelo estadunidense. Son
una vil y vulgar copia del sistema gringo, cuyo objetivo no es la reinserción
social sino simplemente castigar y hacer negocio”.
–¿Es
la reinserción la base del sistema penitenciario mexicano?
–Así
lo marca nuestra Constitución. Incluso señala que la reinserción social debe
sustentarse en cinco principios: ofrecerle al recluso trabajo, educación,
capacitación para el trabajo, salud y deporte.
“Sin
embargo, hay que reconocerlo, en las cárceles mexicanas no han existido las
condiciones para que se cumplan estos objetivos estipulados en la Constitución.
¿Realmente a nuestros reclusos se les da educación? ¿Tienen condiciones para
trabajar y llevar una vida sana? ¡Pues claro que no!”
–¿Hoy
la cárcel privada ofrece estos beneficios?
–De
ninguna manera. Es más bien lo contrario. Y lo vemos en las cárceles que más se
están privatizando: las federales o las de máxima seguridad. Ahí se le aplica
al reo el aislamiento absoluto. Lo que no se quiere es que haya convivencia
entre internos. De manera que ni siquiera pensar en practicar deportes y cuidar
la salud.
–Pero
en esas prisiones están los reos de alta peligrosidad…
–Es
cierto. Pero la Constitución pide reinserción social para todos, estipulando
que el sistema penitenciario mexicano debe basarse en ese principio. No hace
distingos entre los presos del fuero común y los de la delincuencia organizada.
Desde
hace tiempo Barrón Cruz insiste en que –además de ser sólo un negocio para los
grupos empresariales– las prisiones privadas son “totalmente ilegales”, pues el
artículo 18 constitucional estipula claramente que únicamente el Estado debe
hacerse cargo de las cárceles y toda la cuestión penitenciaria.
“La
misma Organización de las Naciones Unidas –ha recalcado el investigador– señala
que no deben privatizarse las prisiones, cuyo objetivo final debe ser reeducar
y reintegrar al reo a la vida social, meta muy contrapuesta a la de la empresa
privada, interesada solamente en convertir a los reos en un negocio rentable”
(Proceso 1927).
En
1977, detalla Barrón, la ONU expidió los lineamientos básicos para el
tratamiento de reclusos y marcó el camino de la reinserción social, dejando
fuera a la iniciativa privada. Desde entonces se adoptaron esas reglas que
fueron firmadas y ratificadas por México, que hoy incumple estos compromisos
internacionales.
Refiere:
“En otros países, la privatización de las cárceles no ha resuelto el problema
del hacinamiento y la violación a los derechos humanos de los reclusos. Eso sí,
la privatización ha provocado un acelerado incremento de la población
penitenciaria. Hay muchos estudios sobre este tema”.
Empresarios
Pese
a que en México es muy reciente el proceso de privatización –empezó en el
gobierno de Felipe Calderón–, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos
(CNDH) emitió el año pasado la primera recomendación a una cárcel privada: el
Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) número 11, de Hermosillo,
Sonora, manejado por Ingenieros Civiles Asociados (ICA), empresa de la familia
Quintana.
En
su recomendación 35/2013 la CDNH aseguró que en dicho penal los reclusos viven
en “condiciones infrahumanas y peligrosas”, mientras que las “deficiencias”
carcelarias son incluso “mayores” respecto a las prisiones manejadas por el
gobierno.
Ha
trascendido que la CNDH prepara más recomendaciones a otros penales privados,
como los de Miahuatlán, Oaxaca, y Ocampo, Guanajuato, pues van en aumento las
quejas por las graves violaciones a los derechos humanos en esos centros
(Proceso 1927).
Barrón
comenta: “La prisión de Ocampo, Guanajuato, incluso fue inaugurada antes de que
concluyera su construcción. Eso nos dice mucho sobre las irregularidades en
estas prisiones. ¡Vaya! ni siquiera sabemos exactamente cuántas ya están en
manos de la iniciativa privada, qué empresarios las están manejando y cuánto
tiempo las administrarán”.
Toda
esta información, dice, la mantiene en secreto la dependencia encargada del
sistema penitenciario del país, que es la Comisión Nacional de Seguridad (CNS),
encabezada por Monte Alejandro Rubido García, quien depende de Miguel Ángel
Osorio Chong, secretario de Gobernación.
Proceso
solicitó la misma información a la CNS. Le fue negada pues –explicó su
encargado de prensa, René Hernández Cueto– está catalogada como “información
reservada de origen”.
Pese
a la cerrazón del gobierno, poco a poco se han conocido los nombres de algunos
empresarios que lucran con las cárceles.
Carlos
Hank González, presidente del Grupo Financiero Interacciones, ya tiene bajo su
control el Centro de Reclusión Estatal de Ciudad Valles, San Luis Potosí, en el
cual invirtió mil 200 millones de pesos en asociación con ICA. También financió
dos cárceles en el Distrito Federal.
Hank
González pertenece al Grupo Atlacomulco, como el presidente Enrique Peña Nieto.
Por el lado paterno es nieto del profesor Carlos Hank González, y por el
materno, del empresario Roberto González Barrera. Algunos miembros de su
familia han estado implicados en escándalos por fraudes y acopio de armas.
Carlos
Slim, dueño de Telmex y uno de los hombres más ricos del mundo, tampoco quiere
quedarse fuera del negocio carcelario. Firmó un acuerdo para participar en la
construcción de dos prisiones: una en Morelos y otra en Chiapas.
Esta
participación la tenía la desarrolladora de vivienda Homex, que decidió
vendérsela a Grupo Financiero Inbursa y a Impulsora del Desarrollo y el Empleo
en América Latina, ambas de Slim.
Olegario
Vázquez Raña, dueño del periódico Excélsior y de la cadena de hospitales
Ángeles, también participa en el negocio por medio de su empresa Promotora y
Desarrolladora Mexicana, la cual construye cárceles en Durango y Michoacán.
ICA
–dirigida por Alfonso Quintana– edificó el cefereso de Hermosillo, regido por
el esquema empresarial Proyectos de Prestación de Servicios y el cual recibió
la recomendación de la CNDH. En ese penal federal de alta seguridad está preso
el doctor José Manuel Mireles, exlíder de las autodefensas michoacanas.
Otras
compañías que intervienen en el negocio carcelario son Tradeco, Arendal, La
Nacional y La Peninsular, entre otras. Construyen prisiones federales y
estatales en el Distrito Federal, Coahuila, Chiapas, Durango, Morelos, Guanajuato,
Sonora, Michoacán…
Pedro
Aspe –afín al Grupo Atlacomulco y secretario de Hacienda en el sexenio de
Carlos Salinas de Gortari– se encarga de diseñar proyectos de inversión
carcelaria con su empresa Protego Asesores (Proceso 1906).
El
viernes 15 el diario Reforma dio a conocer que por primera vez en el Distrito
Federal habrá dos cárceles de máxima seguridad manejadas por la iniciativa
privada, que las acaba de construir a un lado del Reclusorio Norte.
Fueron
edificadas por las empresas Infraseg Sapi y Cevaseg, las cuales invirtieron mil
643 millones de pesos en su construcción y equipamiento. Ambas empresas
obtuvieron una concesión de 12 años para administrarlas. El gobierno capitalino
les pagará a las empresas una renta mensual cuyo monto es secreto.
Las
cárceles –dos torres de cuatro pisos cada una— empezarán a operar a finales de
este año. Cada una está diseñada para albergar 768 internos. Por lo que en
total tendrán capacidad para mil 536 reos de alta peligrosidad.
En
aumento
Las
empresas referidas se beneficiarán del incesante crecimiento de la población
penitenciaria. En su artículo “Cárcel de Apodaca: haciendo leña del árbol
caído” (Revista Penal, agosto de 2012), Barrón da las siguientes cifras: “En
1992 había 101 presos por cada 100 mil habitantes; luego, en 1996, la cifra
ascendió a 102; una década después, en 2006, era de 200 presos, y para 2010 era
de 206”.
La
investigación –realizada a partir de la matanza de 44 internos del penal de
Apodaca, Nuevo León, en 2012– también detalla el incremento anual de espacios
carcelarios. En 1990, por ejemplo, las 444 cárceles mexicanas que había
entonces tenían capacidad para 61 mil 173 internos. En 2011 había menos
cárceles, 418, pero ya tenían capacidad para 187 mil 752 presos. De manera que
la capacidad carcelaria se triplicó en ese lapso.
Pese
al aumento en espacios disponibles, éstos han resultado insuficientes para
albergar a la creciente población carcelaria. El dato más reciente es
revelador: en 2013, las 418 cárceles mexicanas tenían capacidad para 196 mil
742 personas y sin embargo alojaban a 244 mil 960 reos. De modo que tenían una
sobrepoblación de 48 mil 218.
¿A
qué obedece este acelerado crecimiento de la población carcelaria en México?
El
estudio indica que se debe a varios factores, entre ellos “la lucha contra el
narcotráfico”, emprendida a partir de los ochenta y que puso énfasis en
penalizar la producción, tráfico, suministro y comercio de drogas. A esto se
suma “la disputa entre las organizaciones dedicadas al narcotráfico” que
provoca reyertas y muertes sangrientas. También obedece a la “militarización de
la seguridad pública”, que ha llevado a emplear a las fuerzas armadas en tareas
de policía. Y, por último, a las “reformas al marco jurídico” con las cuales se
endurecieron las penas.
Sobre
este punto, Barrón comenta: “Actualmente hay un crecimiento punitivo en
nuestras leyes; cada vez los delitos son más graves y las penas a esos delitos
son más altas. Esto ha provocado que la mayoría de la población carcelaria esté
presa por haber cometido un robo menor de 5 mil pesos.
“Es
muy común que arresten a alguna persona que entra a algún supermercado y se
roba, por ejemplo, un Gansito. Y si va acompañado de un amigo el delito se
agrava porque ya lo hacen en pandilla y los meten a la cárcel por años. Son,
pues, los pobres quienes abarrotan nuestras prisiones.”
El
investigador pone como caso ilustrativo el Distrito Federal, donde se empezó
con una política altamente punitiva desde que Marcelo Ebrard era secretario de
Seguridad Pública e introdujo la política llamada de “tolerancia cero”, que no
es otra cosa más que “una dura represión contra delitos menores”.
Esto
ha provocado –dice– que los 10 centros penitenciarios del Distrito Federal,
cuya capacidad es de 22 mil 324 mil reos, tengan a más de 41 mil. Menciona otro
caso: el de las Islas Marías, que pasó de mil a 8 mil reclusos concentrados en
un área natural protegida y quienes actualmente ya padecen hasta escasez de
agua dulce.
Respecto
a los arrestados por narcotráfico señala: “A la gran mayoría de los detenidos
en los operativos contra el narco no se les pueden comprobar nexos con el
crimen organizado. Por ejemplo, de diciembre de 2006 a septiembre de 2011 la
Policía Federal detuvo a 75 mil 276 personas. De éstas sólo 2 mil 554 tenían
ligas con el narcotráfico. Un porcentaje mínimo. De manera que la sangrienta
lucha contra el narco tiene resultados muy exiguos”.
–¿Incluso
cuando se detiene a los grandes capos?
–Eso
es lo que nosotros llamamos descabezamiento, porque se quita sólo la cabeza y
de inmediato esta cabeza tiene reemplazo; aparece un nuevo líder y queda
intacta toda la estructura de la organización delictiva.
“Para
colmo, muchos narcotraficantes que son llevados a prisión siguen participando
en extorsiones, secuestros y venta de droga desde la cárcel. La prisión no los
aleja del delito. Eso es muy grave.”
–¿La
cárcel privada podrá solucionar este problema?
–No
lo creo. En ese sentido también está destinada al fracaso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario