La
VI JJ Asiática concluyó con la misa de Francisco
La
VI Jornada de la Juventud Asiática (JJA) concluyó este domingo 17 de agosto con
una misa celebrada por el papa Francisco en el castillo de Haemi, en su día del viaje apostólico del papa Francisco a Corea.
Un
día que inició temprano con el bautismo del coreano Lee Ho Jin, en la capilla de
la nunciatura; se .trata del papá de uno de los jóvenes muertos en el naufragio
del ferri Sewol. Después fue el viaje en helicóptero hacia la
localidad de Haemi, a unos cien kilómetros de distancia de Seúl. En Haemi
visitó el"Santuario del mártir desconocido", porque se ignora la
identidad de la mayor parte de los 132 mártires asesinados en ese lugar.
Y como siempre, el vehículo se detuvo varias veces para permitir que
el papa diera su bendición y besara a varios niños. Entre el numeroso
público coreano se encontraban unos 6 mil jóvenes que participaron a la Jornada
de la Juventud Asiática, provenientes de 22 países.
"Queridos
amigos:
«La
gloria de los mártires brilla sobre ti». Estas palabras, que forman parte del
lema de la VI Jornada de la Juventud Asiática, nos dan consuelo y fortaleza.
Jóvenes de Asia, ustedes son los herederos de un gran testimonio, de una
preciosa confesión de fe en Cristo. Él es la luz del mundo, la luz de nuestras
vidas. Los mártires de Corea, y tantos otros incontables mártires de toda Asia,
entregaron su cuerpo a sus perseguidores; a nosotros, en cambio, nos han
entregado un testimonio perenne de que la luz de la verdad de Cristo disipa las
tinieblas y el amor de Cristo triunfa glorioso. Con la certeza de su victoria
sobre la muerte y de nuestra participación en ella, podemos asumir el reto de
ser sus discípulos hoy, en nuestras circunstancias y en nuestro tiempo.
Esas
palabras son una consolación. La otra parte del lema de la Jornada –«Juventud
de Asia, despierta»– nos habla de una tarea, de una responsabilidad. Meditemos
brevemente cada una de estas palabras.
En
primer lugar, "Asia". Ustedes se han reunido aquí en Corea llegados
de todas las partes de Asia. Cada uno tiene un lugar y un contexto singular en
el que está llamado a reflejar el amor de Dios. El continente asiático, rico en
tradiciones filosóficas y religiosas, constituye un gran horizonte para su testimonio
de Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como jóvenes que no sólo viven en
Asia, sino que son hijos e hijas de este gran continente, tienen el derecho y
el deber de participar plenamente en la vida de su sociedad. No tengan miedo de
llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos de la vida social.
Además,
como jóvenes asiáticos, ustedes ven y aman desde dentro todo lo bello, noble y
verdadero que hay en sus culturas y tradiciones. Y, como cristianos, saben que
el Evangelio tiene la capacidad de purificar, elevar y perfeccionar ese
patrimonio. Mediante la presencia del Espíritu Santo que se les comunicó en el
bautismo y con el que fueron sellados en la confirmación, en unión con sus
Pastores, pueden percibir los muchos valores positivos de las diversas culturas
asiáticas. Y son además capaces de discernir lo que es incompatible con la fe
católica, lo que es contrario a la vida de la gracia en la que han sido
injertados por el bautismo, y qué aspectos de la cultura contemporánea son
pecaminosos, corruptos y conducen a la muerte.
Volviendo
al lema de la Jornada, pensemos ahora en la palabra "juventud".
Ustedes y sus amigos están llenos del optimismo, de la energía y de la buena
voluntad que caracteriza esta etapa de su vida. Dejen que Cristo transforme su
natural optimismo en esperanza cristiana, su energía en virtud moral, su buena
voluntad en auténtico amor, que sabe sacrificarse. Éste es el camino que están
llamados a emprender. Éste es el camino para vencer todo lo que amenaza la
esperanza, la virtud y el amor en su vida y en su cultura. Así su juventud será
un don para Jesús y para el mundo.
Como
jóvenes cristianos, ya sean trabajadores o estudiantes, hayan elegido una
carrera o hayan respondido a la llamada al matrimonio, a la vida religiosa o al
sacerdocio, no sólo forman parte del futuro de la Iglesia: son también una
parte necesaria y apreciada del presente de la Iglesia. Permanezcan unidos unos
a otros, cada vez más cerca de Dios, y junto a sus obispos y sacerdotes
dediquen estos años a edificar una Iglesia más santa, más misionera y humilde,
una Iglesia que ama y adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que
están solos, a los enfermos y a los marginados.
En
su vida cristiana tendrán muchas veces la tentación, como los discípulos en la
lectura del Evangelio de hoy, de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre
y a quien tiene el corazón destrozado. Estas personas siguen gritando como la
mujer del Evangelio: «Señor, socórreme». La petición de la mujer cananea es el
grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es el grito
de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros
contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte
en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». Este mismo grito surge a menudo en
nuestros corazones: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que
rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese
reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde
siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y compasión.
Finalmente,
la tercera parte del lema de esta Jornada: «Despierta», habla de una
responsabilidad que el Señor les confía. Es la obligación de estar vigilantes
para no dejar que las seducciones, las tentaciones y los pecados propios o los
de los otros emboten nuestra sensibilidad para la belleza de la santidad, para
la alegría del Evangelio. El Salmo responsorial de hoy nos invita repetidamente
a "cantar de alegría". Nadie que esté dormido puede cantar, bailar,
alegrarse. Queridos jóvenes, «nos bendice el Señor nuestro Dios» (Sal 67); de
él hemos «obtenido misericordia» (Rm 11,30). Con la certeza del amor de Dios,
vayan al mundo, de modo que «con ocasión de la misericordia obtenida por
ustedes» (v. 31), sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus
conciudadanos y todas las personas de este gran continente «alcancen
misericordia» (v. 31). Esta misericordia es la que nos salva.
Queridos
jóvenes de Asia, confío que, unidos a Cristo y a la Iglesia, sigan este camino
que sin duda les llenará de alegría. Y antes de acercarnos a la mesa de la
Eucaristía, dirijámonos a María nuestra Madre, que dio al mundo a Jesús. Sí,
María, Madre nuestra, queremos recibir a Jesús; con tu ternura maternal,
ayúdanos a llevarlo a los otros, a servirle con fidelidad y a glorificarlo en
todo tiempo y lugar, en este país y en toda Asia. Amén".
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