Vacas sagradas y política non sancta en
la India/ Shashi Tharoor, a former UN under-secretary-general and former Indian Minister of State for Human Resource Development and Minister of State for External Affairs, is currently an MP for the Indian National Congress and Chairman of the Parliamentary Standing Committee on External Affairs. His most recent book is Pax Indica: India and the World of the 21st Century.
Traducción: Esteban Flamini.
Project Syndicate |11/11/2015
Estas últimas semanas, leer noticias en
la India se volvió una experiencia muy desagradable. Sorprendentemente, el
protagonista central de muchas es un animal de lo más pacífico e inocente: la
vaca.
En un pueblo a una hora de Nueva Delhi,
una turba asesinó a golpes a un musulmán al que rumores acusaban de haber
matado y comido una vaca, animal sagrado para los hindúes. Otro hombre murió
tras un ataque por parte de aldeanos que lo creían implicado en contrabando de
ganado. Y un camionero fue asesinado en Udhampur (estado de Jammu y Cachemira),
por rumores que lo implicaban en matanzas de vacas. Tres muertes en solo tres
semanas.
También hay funcionarios públicos
implicados. Cuando hace poco el jefe de ministros de Karnataka (perteneciente
al partido opositor Congreso Nacional Indio) declaró que si quería comer carne
de vaca nadie podía impedírselo, un político del gobernante Partido Popular
Indio (Bharatiya Janata Party) amenazó con cortarle la cabeza si lo hacía.
Veinte
policías irrumpieron en la cantina de la representación oficial del estado de
Kerala en Delhi porque en su menú se anunciaba un cocido de carne. A un
legislador de Cachemira, el ingeniero Abdul Rashid, le embadurnaron la cara con
pintura negra por organizar un “encuentro” en el que se sirvió carne. Y Manohar
Lal Khattar, jefe de ministros del estado de Haryana (gobernado por el BJP),
declaró que los musulmanes residentes en la India deben abstenerse de ella.
Es cierto que no han faltado otras
historias repelentes de intolerancia que no tienen nada que ver con las vacas.
Hace poco, dos niños de la empobrecida comunidad dalit murieron quemados en su
propia casa, incendiada por matones de una casta superior. Un destacado
intelectual público terminó con la cara bañada en tinta negra por organizar el
lanzamiento de un libro de un ex ministro de asuntos exteriores paquistaní en
Mumbai. Y fanáticos hinduistas irrumpieron en una reunión de la Junta de
Control del Cricket para impedir que se discutiera la organización de un
campeonato entre la India y Pakistán (que ahora parece poco probable).
Pero ninguno de estos incidentes fue
tan dañino como los ataques a personas acusadas de no respetar la vaca sagrada.
De hecho, una clara señal antiliberal del régimen del BJP bajo el primer
ministro Narendra Modi ha sido volver a hacer de la vaca una herramienta de
confrontación política. Y la reciente ola de ataques revela un serio problema
en la trayectoria del país con Modi.
Por cierto, la vaca tiene un lugar en
la política india hace mucho tiempo: la constitución incluye una cláusula que
aboga expresamente por un movimiento gradual hacia la total prohibición de
matar vacas (que ya se ha implementado en la mayoría de los estados).
Pero durante la mayor parte de la
existencia de la India, se mantuvo como norma implícita una postura de “vivir y
dejar vivir”: que cada cual hiciera su propia elección respecto de la carne de
vaca y dejara a los demás hacer lo mismo. Yo mismo soy vegetariano, pero jamás
consideré asunto mío lo que otros comen. Allí donde la carne de vaca fuera
legal, la consumían no solo los musulmanes y otras minorías, sino también
muchos hinduistas pobres que no pueden comprar otras clases de carne.
Pero eso solo fue posible en tanto el
poder estuvo en manos de funcionarios relativamente liberales o moderados
(incluidos los de un anterior gobierno de coalición del BJP). Pero al gobierno
de Modi no parece caberle esa descripción. En cambio, está lleno de dirigentes
que parecen más preocupados por lo que entra en las bocas de otras personas que
por lo que sale de las suyas propias.
El gobierno de Modi dio voz a una clase
peculiar de chauvinismo hinduista que adopta una afirmación militante de una
interpretación estrecha de la fe. No se lo puede describir como
“fundamentalismo”, porque el hinduismo es una religión singularmente
desprovista de dogmas fundamentales: no tiene libro sagrado único, ni versión
única de la divinidad y ni siquiera el equivalente de un día sagrado de
descanso. De hecho, los hinduistas que comen carne de vaca y los que reniegan de
ella por igual pueden hallar en los antiguos textos y escrituras de la religión
argumentos que convaliden sus creencias.
Lo que el gobierno de Modi ha fomentado
es más bien una forma de intolerancia subjetiva, cuyos partidarios,
envalentonados por la mayoría absoluta del BJP, imponen su visión particular de
lo que debería ser India, pese a quien pese. La reciente prohibición de la
carne de vaca en el estado de Maharashtra (que amenaza dejar sin medios de vida
a un millón de carniceros y camioneros musulmanes) no hubiera sido impuesta
antes de ahora por ningún gobierno de estado ni apoyada por ningún gobierno
nacional en Nueva Delhi.
Lo que está en juego no es la carne de
vaca, sino la libertad. En general los indios se han sentido libres de ser
ellos mismos, dentro de una sociedad dinámica y diversa. Esa libertad es lo que
ahora los legisladores y seguidores del BJP ponen en tela de juicio.
La buena noticia es que ya surgió una
reacción. Casi 40 distinguidos escritores y poetas han devuelto sus prestigiosos
premios de la Sahitya Akademi (Academia Literaria) en protesta por el silencio
de la academia y otros organismos gubernamentales tras el asesinato de tres
intelectuales a manos de presuntos extremistas hinduistas. Ahora se les sumó un
científico de primer nivel que devolvió su Padma Bhushan, la tercera
condecoración más importante del gobierno. Conforme estos gestos llaman la
atención sobre la explosión del chauvinismo hinduista, el apoyo a Modi ha
comenzado a debilitarse.
Cuando Modi asumió el poder, los
observadores extranjeros lo aclamaron como la clase exacta de reformador
económico, decidido y promercado, que India necesitaba para hacer realidad todo
su potencial. Durante la campaña electoral, Modi pareció darle más importancia
a obtener buenos resultados económicos que a la política de identidad religiosa
por la que es conocido su partido.
Para decepción de muchos, a la par que
los logros económicos de Modi han sido escasos, los fanáticos religiosos están
desatados y secuestraron su agenda de desarrollo. Y el silencio de Modi frente
a todo esto confirma lo que muchos en India temían: que su discurso económico
fuera meramente una estratagema para conseguir el poder. Ahora ese poder se
está convirtiendo en una herramienta de la agenda inaceptable que promueven los
chauvinistas hinduistas que hicieron posible su ascenso.
En consecuencia hoy la política de la
división tiene supremacía sobre la política económica constructiva. Por
desgracia para la India, es probable que esto siga así hasta el día que las vacas
vuelen.
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