18 abr 2016

La magna noticia/Ian Gibson, escritor

La magna noticia/Ian Gibson, escritor
El Periódico, 18 de abril de 2016..

Entre tanto cansancio, tanta indignación, tanta desilusión, tanto cenagal, tanto hedor a putrefacción –¡esos políticos incapaces de ponerse de acuerdo, esos desvergonzados ricachos off-shore!– llega la magna noticia consoladora. Noticia que apenas se ha comentado en los medios de comunicación españoles, consecuencia, quizás, de las generadas a raudales por los papeles panameños que, con su ración cotidiana de nuevos casos escandalosos, nos tienen a todos sobreexcitados. La buena nueva de marras procede del Vaticano. Este ya nos sorprendió hace unos pocos años con la revelación de que el Infierno, cuya amenaza lleva milenios aterrorizando a la humanidad, es solo… una metáfora. Así de golpe quedaban obsoletas –con otras muchas visiones de espanto diseñadas para tener amilanados a los fieles– las del Dante («Abandonad toda esperanza vos que entráis aquí»), del panel derecho del milagroso ‘El jardín de las delicias’, de ‘El triunfo de la muerte’ (ambos en el Prado) y de los tremebundos ejercicios espirituales de los jesuitas. ¡Tanta angustia cuando, ahora nos lo dicen, solo se trataba de una metáfora! ¡Vaya por Dios!

Abolido el infierno el actual ocupante de la silla de Pedro, además de otras bondades –una sonrisa amable, una actitud tolerante hacia los divorciados que vuelven a casarse, cierta comprensión de la homosexualidad y una arremetida decidida contra los abusos sexuales del clero–, el actual pontífice, digo, nos acaba de asegurar, en su exhortación ‘Amoris Laetitia’, que “de ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por bien de la familia, sino como un don de Dios”. ¡Habemus Papam! Y Papa capaz de decirnos ¡que el sexo es una dádiva del Creador, independientemente del buen o mal uso que de él hagan los mortales! ¡Una bendición del Altísimo, del Todopoderoso! No sabemos si, al echar mano del término «erótico», el argentino fue consciente de estar mentando al dios Eros (el Cupido de los romanos), hijo de la hermosa Afrodita, más conocida como Venus. Hay que suponer que sí. Con lo cual nos ha invitado a volver los ojos a la Grecia antigua, donde los inquilinos del Olimpo, empezando con el padre Zeus, no padecían prejuicios ni pudibundeces, todo lo contrario, a la hora de desenvolverse sexualmente.
La Iglesia católica se ha especializado, desde su conversión en religión oficial del Imperio romano bajo Constantino, en el empeño de controlar rigurosamente la vida íntima de los creyentes, así como en la persecución brutal de heterodoxos y opositores. En este sentido el sacramento de la confesión (ausente en el protestantismo) ha sido uno de sus instrumentos más eficaces. Desmenuza el tal empeño Fernando Vallejo, con desparpajo, humor corrosivo y rabia, en La puta de Babilonia (Seix Barral, 2007). El autor colombiano lo tiene claro: la Iglesia ha demostrado ser, a lo largo de los siglos, uno de los mayores enemigos del ser humano. Y ello, para más inri, con el nombre de Cristo en la boca.
También lo tenía claro Federico García Lorca, cuyo tremendo ‘Grito hacia Roma’ constituye un alegato antivaticanista único en los anales de la poesía universal. La diatriba, para que se oiga bien, la lanza en dirección a la Ciudad Eterna desde lo más alto del Chrysler Building de Nueva York, en 1929 todavía la torre más enhiesta del mundo. En solidaridad con el sufrimiento de los demás, «el hombre vestido de blanco», «el viejo de las manos traslúcidas» (se trata de Pio XI, cómplice de Mussolini y del fascismo), debería de ponerse una inyección para adquirir la lepra. Pero nada, entona «paz, paz, paz» y «amor, amor, amor» sin saber que este se halla «en las carnes desgarradas por la sed», «en la choza diminuta que lucha con la inundación», «en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas».
‘Grito hacia Roma’, profundamente cristiano en su indignación, termina pidiendo que «se cumpla la voluntad de la Tierra / que da sus frutos para todos». Me gustaría saber si Bergoglio lo conoce. A ver si alguien se lo pregunta. No le creo capaz de indiferencia ante un documento tan poderoso, escrito por más señas en su idioma materno. ¿Cuándo dará el próximo paso y abrirá un debate a fondo sobre el celibato forzoso del clero? Si el sexo es un regalo de Dios, como acaba de insistir, y no fuente obligada de miseria y pecado, ¿por qué tan férrea abstención? Los Evangelios no la imponen, a no ser que se tomen al pie de la letra las recomendaciones de Pablo. Yo, entretanto, me quedo con la sonrisa reconfortante de este Papa, tan distinta a la dureza de ademanes a los cuales nos tienen acostumbrados demasiados jerarcas eclesiásticos españoles.


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