¿Será
capaz el PMDB de gobernar Brasil?/Gaspard Estrada es director ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC)
El
País, 13 de mayo de 2016.
La
crisis brasileña ha evidenciado la complejidad y la opacidad de su sistema
político. En efecto, hasta hace pocas semanas, la prensa internacional orientó
su mirada –y su crítica– hacia el Partido de los Trabajadores (PT), la
formación política de la presidenta Dilma Rousseff y del expresidente Lula. La
impopularidad de la presidenta, los malos resultados en la economía y una
opinión pública exasperada por la avalancha de denuncias de corrupción
concentraban la agenda mediática. Sin embargo, al avanzar el proceso de
destitución de la presidenta en el Congreso, así como el número de implicados
en el escándalo Java-Jato (incluyendo miembros eminentes de la oposición), el
ángulo de la cobertura noticiosa cambió.
En
particular, se puso de relieve la dificultad para la/el presidenta/e de dirigir
un país siendo minoritaria/o en el Congreso –lo que Sergio Abranches,
politólogo brasileño, definió como el “presidencialismo de coalición”-, a la
par de la extrema promiscuidad entre el dinero y la política en Brasil,
encarnado por la figura de Eduardo Cunha, el presidente de la Cámara de
Diputados hasta hace pocos días. Hoy en día, con el inicio del interinato de
Michel Temer en la presidencia de la República, el Partido del Movimiento
Democrático Brasileño (PMDB) acapara la atención de la opinión pública. ¿Acaso
el PMDB podrá liderar un Gobierno capaz de dar respuestas inmediatas en el
plano de la economía, cimentar una mayoría política fuerte y estable en el
Congreso, y dar total libertad a las investigaciones de la justicia en el
escándalo Java-Jato? ¿Tendrá la osadía de impulsar la reforma política y del
financiamiento de la vida política de Brasil, después de haber sido el
principal beneficiario de este sistema?
Visto
de manera general, es posible afirmar que el PMDB nunca ha dejado de gobernar,
ya sea desde el Planalto (la sede de la presidencia, entre 1985 y 1990), desde
la explanada de los ministerios de Brasilia (a excepción de los dos primeros
años del primer Gobierno de Lula), y -sobre todo- en la mayoría de los Estados
y municipios de Brasil. Esta presencia territorial le ha permitido elegir
numerosas bancadas en el Congreso, lo cual le da la posibilidad de exigir a
cualquier Gobierno, de izquierda o de derecha, una porción importante del
pastel ministerial.
Por
ende, si bien el PMDB ha gobernado desde 1985, sería preciso indicar que más
bien este partido ha tenido el usufructo del poder, mas no ha asumido los
costes políticos del ejercicio gubernamental. El PMDB surge y se alimenta de la
disputa política local, y proyecta esta fuerza en Brasilia, usando para ello el
arma de la división. En efecto, a diferencia del Partido de la
Social-Democracia Brasileña (PSDB), una escisión del PMDB, y del PT, que
siempre han privilegiado un proyecto político nacional, y que por ende cedieron
espacios importantes de la maquina gubernamental, tanto a nivel nacional como
regional y local, a cambio de tener la preeminencia de la orientación política
de sus coaliciones, los caciques del PMDB siempre han negociado de manera
separada sus espacios en la máquina pública, tomando como referencia la
correlación de fuerzas a nivel local, y respetando una división tácita, pero
consistente, entre las bancadas del Senado y de la Cámara de Diputados.
La
multiplicidad de las agendas y la fragmentación territorial del PMDB, aliado a
liderazgos endebles en el plano de la opinión pública, hacen que el PMDB
prospere en la división. Paradójicamente, un PMDB unido es un PMDB frágil o
fracturado. El problema para este partido –y en particular, para su presidente
honorífico, Michel Temer- es que, hoy en
día, quien tiene que dar la orientación política del Gobierno es el propio
PMDB. Si bien se trata de la primera fuerza política del país, sigue siendo minoritario
en el Congreso, como lo fueron el PSDB y el PT en su momento.
La
economía –la principal preocupación de los brasileños– será sin duda el gran
desafío del Gobierno interino (inclusive para intentar ocultar el hecho de que
una buena parte de la cúpula del PMDB se encuentra bajo investigación de la
justicia). Sin embargo, a diferencia de 2003, cuando Lula tenía no solo la
legitimidad de las urnas sino que tenía la fuerza política para imponer a su
partido y a los partidos de su coalición medidas impopulares, hoy en día una
parte no despreciable de la opinión pública considera a Michel Temer como un
presidente “ilegítimo”.
En
el Congreso, Michel Temer tendrá que lidiar con la misma mayoría parlamentaria
que no quiso aprobar medidas impopulares durante el año 2015. ¿Sobre todo, el
PMDB estará dispuesto a sacrificarse en aras de obtener la gobernabilidad del
país? En el libro El Gatopardo, Guiseppe Lampedusa, decía que “todo tenía que
cambiar para que nada cambie”. El problema es que tal vez en esta ocasión la
opinión pública no esté de acuerdo.
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