Revista
Proceso # 2076, a 14 de agosto de
2016
Janis
Joplin”/ JAVIER BETANCOURT
Cuando
entré al cuarto de hotel sentí que estaba vacío”, afirma John Cooke, uno de los
asociados de la última banda de Janis Joplin. En esa habitación del hotel de
Hollywood en el que se hospedaba ya no estaba la legendaria cantante de blues y
rock, sólo quedaba su cadáver: a los 27 años, una sobredosis de heroína había
consumido para siempre la bola de fuego que solía arder en el escenario, a la
manera de un acto erótico, según sus palabras.
El
documental dirigido por Amy Berg, Janis Joplin (Janis: Little Girl Blue; EU,
2015) desborda la pantalla con la exuberancia de la rockera, contrastando el
fenómeno con el inventario de su vida de adolescente acosada en la escuela, más
la lectura de la cartas de Janis a familiares y amigos. Entre más ardía el
fuego en sus conciertos, más tétrica se hacía la soledad en privado.
El
esquema de este documental es meramente convencional: material de archivo,
entrevistas actuales a familiares de la cantante, compañeros, socios, parejas.
Quizá consciente de sus limitaciones, la realizadora no experimenta con la
imagen, pues ya bastante trepidantes y sensacionales resultan la presencia y la
voz de Janis Joplin. La vestimenta, los formatos, la cadencia hippie, el
registro de conciertos míticos y públicos –como los del Monterey Pop Festival o
el de Woodstock– son ya bastante extravagantes. Lo curioso es que la presencia
de Joplin, fallecida en 1970, se siente más cercana que varios de los
personajes de melenas amarillentas, gastados por el tiempo o por las
adicciones, que dan su testimonio acerca de la ultra viva roquera.
No
cabe duda que aún hace falta un documental capaz de captar la conmoción y el
efecto en la historia de la música de Morrison, Hendrix y Joplin. Lo insípido
de este formato, sin embargo, transmite el sabor de las emociones de la
artista; a diferencia de la mayoría de los documentales sobre inaccesibles
monstruos sagrados, Amy Berg destaca el lado humano por encima de la notoriedad
artística. La lectura en off de la cantante Cat Power de las cartas de Janis
Joplin reconstruye el paisaje sentimental de su vida interna, desde sus primeras
escapadas lejanas a su natal Texas, su regreso ilusionado por la promesa de la
boda, fallida después, hasta la última, poco antes de su desaparición, donde le
escribe a los padres que ya no le exijan un éxito mayor.
Quien
sube a cantar con su banda, Big Brother and the Holding Company, es esa
adolescente acosada en la escuela –donde no le perdonaban el sobrepeso y acné
ni el abogar contra la discriminación racial–, que se sale de su capullo y se
transforma. El público acompaña a esta niña triste, como poetiza el título en
inglés, en sus vuelos y caídas; la tensión sube al máximo, como en un drama de
ficción, cuando la artista, que transgrede su propio mandamiento de no
inyectarse antes de un concierto, sube a cantar en Woodstock; el presentimiento
del colapso da lugar a la sorpresa cuando despliega voz y emoción.
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