La
disputa por el IFE/JESÚS CANTÚ
Revista
Proceso
No. 1901, 7 de abril de 2013
Las
cuotas partidistas amenazan con frenar de nuevo la designación del consejero del
Instituto Federal Electoral que sustituirá a Sergio García Ramírez: el PRI se aprestó a emitir una
convocatoria, que quedó condenada al fracaso
desde un primer momento, pues la votó sólo
con el apoyo del PVEM, su aliado incondicional, mientras el PAN y el PRD se
opusieron, lo cual, en automático,
aseguraba que no se reunirían
las dos terceras partes de los votos necesarios para la designación.
Los
dos partidos opositores intentan retrasar esa votación hasta noviembre para, en
el bloque de cuatro consejeros electorales y su presidente, recomponer la
correlación de fuerzas en el Consejo
del instituto.
De
acuerdo con lo sucedido en los dos procesos de designación de consejeros electorales
en 2008 y el nombramiento –directo y en fast track– de los tres consejeros
faltantes en octubre de 2011, PRI, PAN y PRD propusieron una terna, aunque
desigual.
En
el caso del PRI, dos de los aspirantes (Sergio García Ramírez y Francisco Guerrero)
tenían una reconocida filiación partidista. El otro
(Marco Antonio Baños), sin militancia
abierta, inició su carrera en la
administración pública bajo el cobijo de
Manlio Fabio Beltrones; incluso fue promovido al IFE en 1990, cuando se creó el instituto, por sus
servicios en Gobernación.
Por
lo que atañe al PAN, dos de sus
candidatos (Benito Nacif y Macarita Elizondo) no mostraron ningún vínculo directo con el
panismo; por lo tanto, su cercanía únicamente
puede explicarse por una cierta identidad ideológica, y la tercera (María Marván) tenía como antecedente
profesional haber sido asesora de la
fracción panista en el Congreso
de Jalisco.
Con
respecto al PRD, dos de los aspirantes (Lorenzo Córdova y Alfredo Figueroa) tampoco muestran ningún vínculo laboral, profesional
o de militancia con ese partido, aunque sí una identificación ideológica. En el caso de Córdova, es conocida la
relación de su papá, Arnaldo Córdova, con Andrés Manuel López Obrador. En lo que
concierne al caso del actual Consejero Presidente (Leonardo Valdés), sí hay una militancia
reconocida.
Valdés estuvo en las filas del
Partido Mexicano de los Trabajadores en tiempos de Heberto Castillo. No
obstante, por su actuación en los órganos electorales (antes
fue consejero en el Instituto Electoral del Distrito Federal) su posición ha sido más cercana al PRI; incluso
su nominación fue más respaldada por ese
partido que por el propio PRD, aun cuando lo incluyó en sus listas.
Así, a pesar de que en los fríos números parece haber un
reparto de posiciones igualitario, al revisar los aspectos cualitativos las
diferencias son notables: mientras el PRI tiene a tres fieles escuderos, cuya
vida profesional y política ha estado vinculada a
ese partido y a sus personeros, las otras dos fuerzas políticas ocuparon sus
posiciones con personajes cuya vida no ha estado vinculada ni a los partidos ni
al Ejecutivo federal, sino a las organizaciones sociales, la academia o al
Poder Judicial.
La
lista de los 37 aspirantes a consejero electoral incluye a destacados militantes
priistas que cumplen con los requisitos establecidos en la legislación, aun cuando tienen un
claro compromiso con el PRI. Es evidente que este partido aspira a ocupar la
vacante de Sergio García Ramírez, cuya destacada
militancia priista es de sobra conocida, con un perfil muy similar, aunque sin
su trayectoria ni renombre, lo cual puede traducirse incluso en una mayor
subordinación del IFE a ese partido.
Dado
el procedimiento excepcional –también ilegal, pues no se cumplió ninguno de los pasos establecidos
en la Ley Orgánica del Congreso de la
Unión; tampoco se realizó la “amplia consulta a la
sociedad” señalada en el artículo 41 de la Constitución – que se siguió para el nombramiento de
los tres consejeros electorales, entre ellos el de García Ramírez, es evidente que PAN y
PRD están maniatados para
desconocerle al PRI el privilegio de proponer a su reemplazante. Precisamente
por ello ambas fuerzas opositoras prefieren esperarse a noviembre, cuando habrá más puestos en la negociación y, por lo tanto, los términos de la misma sean
distintos.
De
hecho, esa será una oportunidad
inmejorable (dadas las actuales condiciones) para intentar despartidizar
nuevamente el Consejo General del IFE, pues ninguno de los cuatro consejeros
que permanecerán en la institución para ese mes tendrían militancia alguna, aun
cuando se admiten los fuertes vínculos
de Marco Antonio Baños con el líder de los diputados
priistas en San Lázaro y con el
subsecretario de Enlace Legislativo de la Secretaría de Gobernación.
Designar
a cinco personalidades que tengan un pasado ajeno a la política partidista y sin
vinculaciones con los principales operadores políticos del momento a través de un proceso cuidado,
transparente y, desde luego, apegado a derecho, modificaría totalmente la dinámica del Consejo General
del IFE y, eventualmente, podría
abrir paso a una recuperación
de la confianza.
Lo
que debe vencerse es la idea que vendieron los impulsores de las cuotas y la
vinculación de los consejeros con
los partidos, según la cual los mexicanos y
mexicanas que militan en ellos y han pasado su vida o buena parte de ésta viviendo del
presupuesto público también son ciudadanos y, por lo
tanto, tienen derecho de ocupar estos puestos. Lo cierto es que, si bien son
ciudadanos, sus lazos y relaciones partidistas desvirtúan totalmente la lógica detrás de la ciudadanización de los órganos de gobierno de los
organismos autónomos.
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