- Obama, go home/JOHN M. ACKERMAN
Revista
Proceso
No. 1901, 7 de abril de 2013
La
visita de Barack Obama a México
programada para la primera semana de mayo será una excelente oportunidad para que el pueblo
mexicano le demuestre al mandatario estadunidense su indignación frente al inhumano y
degradante trato a que ha sido sometido por las políticas de Washington en los
años recientes. Enrique Peña Nieto y Obama buscarán utilizar el encuentro
para acarrear reflectores mediáticos
y legitimar de manera falsa los pactos cupulares que han caracterizado a ambos
gobiernos. Pero la sociedad tiene el deber de ofrecer una visión alternativa y exigir
cambios radicales en la relación
bilateral.
En
su primera visita a México en abril de 2009,
Obama fue recibido con los brazos abiertos por una sociedad esperanzada en que
su llegada a la presidencia de los Estados Unidos pudiera ayudar a mejorar la
situación de los mexicanos de
ambos lados de la frontera. Muchos ciudadanos salieron a las calles para ver y
saludar al afamado político que había llegado a la presidencia
de Estados Unidos bajo la promesa del “cambio”, algunos incluso se
arremolinaban en los puentes del Paseo de la Reforma con la ilusión de poder ver el paso de
la caravana del nuevo mandatario.
Pero
Obama no se dignó ni siquiera a sacar la
mano de su limusina para saludar la tradicional hospitalidad mexicana.
Simplemente se limitó a encerrarse con Felipe
Calderón para girarle
instrucciones al mandatario mexicano y a su equipo. Esa actitud marcó una diferencia radical con
sus primeras visitas a Europa y a África, que fueron caracterizadas por discursos en
plazas llenas y diálogos con una gran
diversidad de actores políticos y sociales.
Desde
entonces, el presidente estadunidense ha ratificado una y otra vez su falta de
respeto para México y los mexicanos. Ha
expulsado de Estados Unidos a cientos de miles de connacionales, gastado
cantidades exorbitantes en “sellar” la frontera con México e intervenido de
manera agresiva e intrusiva en la política de seguridad mexicana. Hoy las instituciones
de seguridad y de inteligencia mexicanas se encuentran plenamente infiltradas
por las agencias estadunidenses. Los más de 70 mil muertos, 25
mil desaparecidos y 250 mil desplazados durante la administración de Calderón son también responsabilidad de
Washington.
Durante
sus primeros cuatro años, Obama no logró avanzar en su país con respecto a la
necesaria reforma migratoria, el control de armas de fuego o la legalización de las drogas. Los pequeños pasos que empiezan a
darse hoy en estos temas no se deben a su liderazgo, sino a la acción ciudadana, a reformas de
nivel local en los estados de la Unión Americana y al renovado interés del Partido Republicano,
de derecha y abiertamente antimexicano, de simular un falso apoyo a la
comunidad “hispana” para evitar una total desbandada del sector en las próximas elecciones.
Como
ya se ha vuelto costumbre, los Estados Unidos concibe a sus relaciones con México más como un asunto de política interna que de política exterior. Hoy más que nunca México se consolida como el “patio trasero” del
imperio. Mientras, Peña Nieto acepta gustoso su
papel subordinado e incluso presume su deseo de apoyar a Washington en su
proyecto de lograr la “independencia energética de América del Norte”. No sorprendería si el mandatario
mexicano incluso aprovechara la visita de Obama para invitarlo a formar parte
de su Pacto por México.
Obama
viene a México por dos razones.
Primero, para acarrear el apoyo de los votantes de ascendencia mexicana en los
Estados Unidos con una muestra de supuesta “amistad” con México. Segundo, para urgir la privatización petrolera y respaldar la
consolidación del proyecto neoliberal
enarbolado por Peña Nieto. Obama y los Estados Unidos no conocen de
principios o ideales en sus relaciones internacionales, ellos únicamente tienen intereses
estratégicos. El botín del petróleo mexicano es
particularmente importante hoy para el país vecino por el contexto de inestabilidad política tanto en el Medio
Oriente como en Asia. Y todas las petroleras norteamericanas sin excepción tienen puesto el ojo en
Pemex.
Obama
ha traicionado la esperanza de los mexicanos. Hoy, en lugar de poner la otra
mejilla, habría que demostrarle al
presidente norteamericano que no aceptamos que su gobierno siga fomentando la muerte, la explotación y el saqueo de México y los mexicanos. Los
ciudadanos deberían mostrarle a Obama su
inconformidad y decirle con todas sus letras que si el presidente estadunidense
no está dispuesto a cambiar sus
políticas y respetar al pueblo
mexicano, lo mejor será que se regrese a la Casa
Blanca. Ya tenemos suficientes políticos deshonestos en México como para importar
otros más desde el norte.
De
manera paralela, también valdría la pena ir desarrollando
una nueva agenda ciudadana con respecto a las relaciones México-Estados Unidos. Esta
agenda podría incluir, por ejemplo,
cancelación de todo financiamiento
militar y de seguridad hacia México,
renegociación del Tratado de Libre
Comercio, incorporación de México en la OPEP, así como una fuerte y decidida
defensa de los connacionales al norte de la frontera. Un presidente mexicano
realmente digno también exigiría al ocupante de la Casa
Blanca el pago de reparaciones por la enorme destrucción humana y material
causada por la guerra contra las drogas ideada y coordinada desde Washington. México solamente avanzará en el concierto de las
naciones a partir de una actitud digna y de acciones decididas a favor de su
soberanía y fortaleza nacional.
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