El reinicio de
la revolución en Egipto/ Hedi Larbi e Ishac Diwan
Larbi is a former director for the
Middle East and North Africa at the World Bank. Ishac Diwan teaches Public
Policy at Harvard University’s Kennedy School of Government and is the director
for Africa and the Middle East at the Center for International Development.
Traducción
de Kena Nequiz.
Project
Syndicate | 17 de julio de 2013.
Es
debatible que el primer presidente democráticamente electo en la historia de
Egipto haya sido derribado por un golpe militar. Lo que es innegable es que las
protestas del 30 de junio que precipitaron su caída fueron el movimiento de
masas más grande que se haya visto en el país. También es un testimonio
manifiesto del fracaso de la primera fase de la revolución egipcia.
Los
políticos, generales y juristas no pudieron hacer a un lado sus intereses
miopes para construir los fundamentos de una nueva república. Debió haberse
evitado la destitución por la fuerza de un presidente democráticamente electo
–la oposición liberal habría podido aliviar la furia popular exigiendo al
gobierno que hiciera algunas concesiones hasta que se realizaran las elecciones
legislativas, que se celebrarían más tarde este año. Con buenos resultados,
habrían podido obligar a la Hermandad Musulmana de Morsi a aceptar los arreglos
necesarios.
Las
consecuencias más peligrosas del derrocamiento de Morsi se hicieron patentes el
8 de julio, cuando las fuerzas de seguridad abrieron fuego contra decenas de
miles de simpatizantes que pedían su restitución y mataron a más de 50
personas. Ahora los egipcios temen un desenlace como el de Argelia en 1992,
cuando los militares ignoraron las elecciones y desataron una sangrienta guerra
civil, o el de Pakistán en 1999, cuando el general Pervez Musharraf encabezó un
golpe que muchos celebraron – y pronto lamentaron – contra el primer ministro
Nawaz Sharif.
Egipto
está en su punto más volátil desde la caída del ex presidente Hosni Mubarak a
principios de 2011. No obstante, los errores del pasado también han dado
lecciones importantes a los egipcios sobre lo que se necesita para una
transición exitosa.
La
primera transición no obtuvo legitimidad popular amplia. En lugar de unir a las
distintas fuerzas políticas en torno a un conjunto aceptado de instituciones
democráticas, el proceso constitucional acabó por polarizar a la sociedad según
sus distintas identidades debido en gran parte a una secuencia equivocada: a
diferencia de lo que sucedió en Túnez, se eligió a un presidente con plenos
poderes antes de que se elaborara una nueva constitución.
Como
resultado, los incentivos que Morsi tenía eran para consolidar el poder, no
para producir una constitución incluyente. Cuando se sometió a un referéndum, el
borrador apoyado por la Hermandad fue aprobado con un 64% de los electores,
pero con una participación de apenas el 33%. Las fuerzas opositoras también son
culpables; se negaron a cooperar con la Hermandad, apostando a que el
aislamiento político y el deterioro de la economía acabarían por debilitar a
sus adversarios.
La
segunda revolución subrayó que una gran parte de la diversificada población de
Egipto no estaba dispuesta a aceptar este proceso no incluyente. Lo que
impulsaba a quienes salieron a la calle a exigir cambios –en su mayoría
egipcios educados, liberales y seculares– no eran solamente reivindicaciones
políticas y económicas, sino también, como en el caso de las clases medias
descontentas en otros lugares, las aspiraciones de libertad e inclusión.
Con
estos antecedentes, el progreso futuro depende de tres factores principales. En
primer lugar, Egipto necesita una constitución que goce de un amplio apoyo y
una hoja de ruta política. El nuevo proceso de transición debe hacer hincapié
en el consenso y tener como principio rector que no hay vencedores ni vencidos.
La revisión de la constitución debe incluir el debate público y el texto
resultante debe ser aprobado por una enorme mayoría en un referéndum popular.
Un
requisito para el progreso es asegurar que se incluya a los grupos islámicos en
el proceso político. Los islamistas egipcios cambiaron la violencia militante
por la moderación y la participación cuando comenzaron a presentarse en las
elecciones parlamentarias durante la administración de Mubarak. Los
acontecimientos recientes amenazan esta transformación histórica. A menos que
se incluya permanente a los islamistas en la política, la militancia podría
volver en formas más violentas en el futuro.
En
segundo lugar, los nuevos líderes del país tendrán que adoptar medidas
impopulares destinadas a revitalizar la debilitada economía. Esto exigirá
explicar a la población los verdaderos retos económicos a que se enfrenta el
país. El nuevo gobierno debe convencer a la clase media de que acepte reducciones
en los subsidios a la energía que actualmente representan el 30% del gasto
público, y garantizar una mejor reglamentación de la competencia y la
democratización del crédito. Debe proteger a los pobres y darles seguridad y
mayor acceso a los servicios públicos, y debe convencerlos de que las reformas
los beneficiarán.
Por
último, “la calle” tendrá que seguir presionando a los políticos para
garantizar que la transición dé origen a un acuerdo político que satisfaga a
los participantes principales. La calle se ha vuelto mucho más estratégica.
Tamarod,
el movimiento de base que encabezó las protestas recientes recabando millones
de firmas para exigir elecciones presidenciales adelantadas, ha obligado a los
fragmentados partidos liberales a tener mayor disciplina. Si bien los
seguidores de Morsi también han mostrado resistencia, el aumento del apoyo a
otros partidos religiosos refleja la insatisfacción con el desempeño de la
Hermandad incluso entre los islamistas.
El
éxito exige dialogar y hacer concesiones. La secuencia de la hoja de ruta que
anunció el presidente interino, Adli Mansour, es un buen inicio – primero una
constitución, después un parlamento y por ultimo un presidente. El primer
ministro interino, Hazem El-Beblawi, un economista acreditado y un
administrador y diplomático experimentado, es a la vez un liberal respetado y
un heredero de la mezquita Al-Azhar, la máxima autoridad del Islam sunnita.
Está en las mejores condiciones para encabezar un gabinete tecnócrata de último
recurso.
Tanto
Mansour como Beblawi pueden resistir las tentaciones de corto plazo porque no
participarán en las próximas elecciones. Mientras tanto, se debe castigar a los
militares, que deben optar por mantenerse alejados, por sus recientes errores.
La
transición democrática de Egipto aún puede tener éxito, pero el progreso hacia
instituciones incluyentes y perdurables requerirá que los egipcios aprendan de
los principales errores cometidos en los últimos dos años y medio.
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