19 jul 2013

El Obispo de Roma y la reforma de la curia vaticana


El Obispo de Roma y la reforma de la curia vaticana/ Por Alberto Gatón Lasheras, sacerdote.
Publicado en ABC, 18 de julio de 2013
Estos días la prensa publica declaraciones del Papa Francisco en las que quiere una Iglesia evangélica, es decir, humilde. Y, entre otras medidas, planea una reforma integral de su Curia vaticana, incluyendo el mal llamado (no cumple las características de un banco) «Banco vaticano», el IOR (Instituto de Obras de Religión). Un propósito en el que coincide con sus predecesores Juan Pablo II y Pablo VI: perfeccionar la naturaleza de la Curia romana de servicio y comunión con el Sucesor de Pedro y, por él, a la Iglesia.

Un servicio a la Iglesia que en las comunidades primitivas los diáconos gestionaban de manera familiar hasta que la Iglesia se expandió por el planeta, y su asesoramiento se transformó en consistorios y sínodos temporales. Consejos que pasaron a ser organismos permanentes en los Estados Pontificios cuando Sixto V en la Constitución Apostólica «Immensa aeterni Dei» del 22 de enero de 1588, dio a la Curia romana su configuración formal, al constituir quince dicasterios compuestos por cardenales con autoridad limitada a temas concretos y de naturaleza estable. Nació así la curia vaticana, que amplió sus atribuciones hasta su estructura actual por la reforma de San Pío X en la Constitución Apostólica «Sapienti Consilio» del 29 de junio de 1908, completada en el derogado Código de Derecho Canónico de 1917 de Benedicto XV. Poder curial que, tras el Concilio Vaticano II, no logró modificar Pablo VI con su Constitución Apostólica «Regimini Ecclesiae Universae» del 15 de agosto de 1967. Y que, salvo detalles menores como la pérdida del adjetivo «sagrado» de las congregaciones, tampoco afectó demasiado a su organización cuando Juan Pablo II publicó la Constitución Apostólica «Pastor Bonus» el 28 de junio de 1988, como complemento del Código de Derecho Canónico vigente.
Empero, el Papa Francisco quiere cambiar el significado y labor de la Curia romana, incluido el IOR, volviéndola a su naturaleza teológica y canónica de eclesialidad, servicio y comunión que, siguiendo la «Pastor Bonus» y el decreto «Christus Dominus» del Vaticano II, consiste en ser el conjunto de dicasterios y organismos que ayudan al Romano Pontífice en el ejercicio de su suprema misión pastoral, para el bien y servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares, reforzando la unidad de la fe y la comunión del Pueblo de Dios y promoviendo la misión propia de la Iglesia en el mundo. Así, la Curia y sus dicasterios (la Secretaría de Estado, las Congregaciones y Tribunales, y los Consejos y Oficinas, entre ellos la Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede, además del IOR), no tienen vida propia, sino que son un instrumento al servicio y comunión del Papa que rige la Iglesia para cumplir lo que el vigente Código de Derecho Canónico determina en su último canon: la «salus animarum», es decir, el bien de las almas.
Ni Pablo VI ni Juan Pablo II lograron reformar la Curia, entre otros motivos por la fuerza de las costumbres burocráticas y del lobby que domina los dicasterios de la Santa Sede. Sin embargo, el actual Obispo de Roma cuenta con factores favorables que no tuvieron sus predecesores. Uno de ellos es la globalización de las comunicaciones, con las que el Papa Francisco ha conectado desde la naturalidad y la humildad, y que es útil al buen funcionamiento de las instituciones tanto por la inmediatez de acción como por la difusión inmediata en el orbe de sus gestiones. Otro, que no está tan solo en el Vaticano como Juan Pablo II o Pablo VI, porque cuenta con un colegio cardenalicio internacionalizado (no italianizado ni curial) como una fraternal ayuda en el Gobierno de la Iglesia. Además, el Papa Francisco está al margen de intrigas eclesiásticas, y llega cuando la Iglesia requiere ad intra la asunción de responsabilidades y depuración de los diferentes escándalos que la hieren y ad extra la difusión del mensaje cristiano de amor y esperanza en un planeta sacudido por crisis económicas, golpeado por el terrorismo y enfermo por las injusticias sociales y la corrupción institucional.
El Obispo de Roma desea mejorar la Curia, no eliminarla, tornándola a su vocación evangélica, y en este tercer milenio la Iglesia necesita la Curia romana no como un instrumento de poder sino de difusión universal del mandato de Cristo: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Por el bien de la Iglesia, Dios quiera que el Papa Francisco reforme la Curia vaticana perfeccionando su naturaleza de comunión y servicio a la Iglesia y, por tanto, a la humanidad.

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