El Obispo de
Roma y la reforma de la curia vaticana/ Por Alberto Gatón Lasheras, sacerdote.
Publicado en ABC, 18 de
julio de 2013
Estos
días la prensa publica declaraciones del Papa Francisco en las que quiere una
Iglesia evangélica, es decir, humilde. Y, entre otras medidas, planea una
reforma integral de su Curia vaticana, incluyendo el mal llamado (no cumple las
características de un banco) «Banco vaticano», el IOR (Instituto de Obras de
Religión). Un propósito en el que coincide con sus predecesores Juan Pablo II y
Pablo VI: perfeccionar la naturaleza de la Curia romana de servicio y comunión
con el Sucesor de Pedro y, por él, a la Iglesia.
Un
servicio a la Iglesia que en las comunidades primitivas los diáconos
gestionaban de manera familiar hasta que la Iglesia se expandió por el planeta,
y su asesoramiento se transformó en consistorios y sínodos temporales. Consejos
que pasaron a ser organismos permanentes en los Estados Pontificios cuando
Sixto V en la Constitución Apostólica «Immensa aeterni Dei» del 22 de enero de
1588, dio a la Curia romana su configuración formal, al constituir quince
dicasterios compuestos por cardenales con autoridad limitada a temas concretos
y de naturaleza estable. Nació así la curia vaticana, que amplió sus
atribuciones hasta su estructura actual por la reforma de San Pío X en la
Constitución Apostólica «Sapienti Consilio» del 29 de junio de 1908, completada
en el derogado Código de Derecho Canónico de 1917 de Benedicto XV. Poder curial
que, tras el Concilio Vaticano II, no logró modificar Pablo VI con su
Constitución Apostólica «Regimini Ecclesiae Universae» del 15 de agosto de
1967. Y que, salvo detalles menores como la pérdida del adjetivo «sagrado» de
las congregaciones, tampoco afectó demasiado a su organización cuando Juan
Pablo II publicó la Constitución Apostólica «Pastor Bonus» el 28 de junio de
1988, como complemento del Código de Derecho Canónico vigente.
Empero,
el Papa Francisco quiere cambiar el significado y labor de la Curia romana,
incluido el IOR, volviéndola a su naturaleza teológica y canónica de
eclesialidad, servicio y comunión que, siguiendo la «Pastor Bonus» y el decreto
«Christus Dominus» del Vaticano II, consiste en ser el conjunto de dicasterios
y organismos que ayudan al Romano Pontífice en el ejercicio de su suprema
misión pastoral, para el bien y servicio de la Iglesia universal y de las
Iglesias particulares, reforzando la unidad de la fe y la comunión del Pueblo
de Dios y promoviendo la misión propia de la Iglesia en el mundo. Así, la Curia
y sus dicasterios (la Secretaría de Estado, las Congregaciones y Tribunales, y
los Consejos y Oficinas, entre ellos la Prefectura de los Asuntos Económicos de
la Santa Sede, además del IOR), no tienen vida propia, sino que son un
instrumento al servicio y comunión del Papa que rige la Iglesia para cumplir lo
que el vigente Código de Derecho Canónico determina en su último canon: la
«salus animarum», es decir, el bien de las almas.
Ni
Pablo VI ni Juan Pablo II lograron reformar la Curia, entre otros motivos por
la fuerza de las costumbres burocráticas y del lobby que domina los dicasterios
de la Santa Sede. Sin embargo, el actual Obispo de Roma cuenta con factores
favorables que no tuvieron sus predecesores. Uno de ellos es la globalización
de las comunicaciones, con las que el Papa Francisco ha conectado desde la
naturalidad y la humildad, y que es útil al buen funcionamiento de las
instituciones tanto por la inmediatez de acción como por la difusión inmediata
en el orbe de sus gestiones. Otro, que no está tan solo en el Vaticano como
Juan Pablo II o Pablo VI, porque cuenta con un colegio cardenalicio
internacionalizado (no italianizado ni curial) como una fraternal ayuda en el
Gobierno de la Iglesia. Además, el Papa Francisco está al margen de intrigas
eclesiásticas, y llega cuando la Iglesia requiere ad intra la asunción de
responsabilidades y depuración de los diferentes escándalos que la hieren y ad
extra la difusión del mensaje cristiano de amor y esperanza en un planeta
sacudido por crisis económicas, golpeado por el terrorismo y enfermo por las
injusticias sociales y la corrupción institucional.
El
Obispo de Roma desea mejorar la Curia, no eliminarla, tornándola a su vocación
evangélica, y en este tercer milenio la Iglesia necesita la Curia romana no
como un instrumento de poder sino de difusión universal del mandato de Cristo:
amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Por el bien de
la Iglesia, Dios quiera que el Papa Francisco reforme la Curia vaticana
perfeccionando su naturaleza de comunión y servicio a la Iglesia y, por tanto,
a la humanidad.
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