¡La
transición ha resucitado!/Gregorio Morán
La
Vanguardia | 7 de junio de 2014;
La
transición se tejió con tres mimbres: el secreto, la improvisación y el
fingimiento. Como música de fondo, el miedo. Hicieron lo que quisieron porque
era tanta nuestra inexperiencia política después de tantos años de franquismo
que hasta los partidos políticos, que estaban para eso, no tenían ni idea,
aunque fingieran tenerla. Sólo los jefes estaban en el secreto.
Salió
bien la transición. Mejor para unos que para otros, todo hay que decirlo, y
como fue breve y cargada de ansiedad apenas dio tiempo para forrarse a unos
pocos. De la muerte de Franco (noviembre de 1975) a la abrumadora victoria del
PSOE (octubre de 1982). Lo que vino luego fue una España sin oposición, fuera
de la que representaba gente como doña Montserrat Puigbó, entonces en la
Alianza Popular de Fraga Iribarne y candidata número 12 en su lista por
Terrassa; ahora convertida en ferviente independentista, hasta el punto de
agredir de palabra y obra al líder socialista Pere Navarro. (Permítanme una
pincelada de color local).
Alguno
de esos talentos estratégicos que se prodigan ha debido evocar aquella ajada
transición para promover una chapuza que de momento abrió la caja de los truenos.
Los mismos mimbres de entonces: secreto, improvisación y fingimiento. ¿Por qué
tiene que ser la abdicación de un rey un acto que debe cocinarse
clandestinamente hasta su aparición televisiva? Cuando hay secreto es que
existe algo que ocultar. Y una diferencia con el periodo de la transición,
aquella, es que la gente ni es tan idiota como éramos entonces ni está tan
acojonada por las consecuencias. Porque lo único que les angustia es la ruina a
que les han llevado los gobiernos democráticamente elegidos y descaradamente
respaldados. (Los comentaristas siempre señalan la contradicción entre un
pueblo tan avezado en política como el italiano, que votaba a Berlusconi, pero
nadie que yo sepa se ha preguntado cómo en la zona más corrupta de España -que
ya hay que esforzarse por encontrar alguna por encima de la media-, quiero
decir Valencia, ha vuelto a ganar trémulamente el Partido Popular).
Improvisación
en todo. Los exégetas de la realidad según les pagan, sostienen que la
abdicación lleva planteándosela el Rey desde enero. Falso. Por activa y por
pasiva repitió que no iba a abandonar el trono, por otra parte sería el primer
Borbón que lo hiciera, y eso marca una determinada concepción del uso del
poder. Otros talmudistas del sistema sostienen que un grupo granado de abogados
del Estado llevaba un mes preparando las consecuencias jurídicas de la
abdicación. Una estupidez. Probablemente, de reunirse tal concentración de
cerebros de Estado sería para jugar al golf, porque todo empezó a prepararse el
fin de semana último, y hasta tal punto es cierto que aún es la hora que el
príncipe Felipe desconoce el juramento que debe hacer el 19 de junio. Por
razones obvias no puede repetir el de su padre a la muerte del Caudillo. Es un
caso insólito según la jurisprudencia de Estado: primero se hace la abdicación
y luego se crea la norma jurídica para justificarla y darle continuidad con
rango de ley orgánica. Si Torcuato Fernández Miranda levantara la cabeza
moriría de vergüenza profesional.
Tal
como se nos quiere contar, su Majestad se despertó el fin de semana, llamó a
sus consejeros y les anunció que dimitía. La escena se consumó el lunes, cuando
el presidente del Gobierno anuncia que el Rey abdica y luego, como si fuera un
remake del 23-F, nos pone en el brete de esperar hasta las 12 h, en este caso
del mediodía, porque va a intervenir. No lo hace a las 12 h, y nos pasan a las
12.30 h, que tampoco, y por fin a las 13 h. ¡Cinco minutos de grabación!, que
por cierto se hace después de que lo anuncie el presidente del Gobierno. Un
tanto irregular la cosa, ¿no?
Y,
por fin, el fingimiento. ¿Por qué ahora estas loas a la juventud y la savia
nueva si ha tenido meses en los que podría haberlo hecho con tiempo,
tranquilidad y en situación menos borrascosa? El último sondeo del siempre
moderado y oficialista CIS le otorga al Rey una valoración ciudadana del 3,72
sobre 10, la más baja de su trayectoria. Pero además está el momento para la
abdicación. No podía ser peor. Esperar a las elecciones europeas donde los dos
partidos dinásticos -PP y PSOE- han sufrido el batacazo más descomunal y menos
esperado por los medios que jaleaban una conjunción de peperos y socialistas.
Ahora se entienden las palabras de Felipe González llamando a la gran
coalición. El sí estaba en el secreto, Rubalcaba no; lo que vuelve a repetir en
parodia un fenómeno fundamental de la vieja transición. Cuantos menos lo sepan,
mejor.
Tardamos
varios años en conocer con alguna precisión quién y cómo presionaron a Adolfo
Suárez para que dimitiera, y hasta de enterarnos de los entresijos de su
grabación en la TVE, en la que “no explicaba” su dimisión pero dejaba miguitas
en el bosque para que algún día pudiéramos seguirle la pista. Escribí de esto y
con algún detalle en Adolfo Suárez. Ambición y destino (2009), no me voy a
repetir. Ahora acabamos de inaugurar otra charada.
¿Cuántos
meses o años necesitaremos para saber quién presionó al Rey de tal modo que le
fue imposible mantener la ficción de que estaba como una flor y podía seguir en
el trono hasta el último aliento? Nadie hace el esfuerzo de exhibición y de
voluntad de las últimas semanas, sembradas de viajes agotadores, entrevistas,
negocios, reuniones, como nunca había hecho con tal celo y tan aceleradamente,
si no es para demostrar que se equivocan, que aún le queda cuerda para rato.
Pues
no, hubo quien dijo “Majestad cada semana que pase será más difícil una
abdicación y un traslado de poderes al príncipe Felipe. Estamos al borde del
colapso y lo peor que podemos hacer quienes nos inventamos las mentiras es
creérnoslas nosotros. La imagen de la institución se ha deteriorado de tal modo
que o le damos un impulso, ahora que aún somos los partidos mayoritarios, o
mañana puede ser demasiado tarde“.
Los
listos del lugar llevan meses diciendo boberías sobre Cánovas y Sagasta. Todas
esas historias están enterradas, no tienen nada que ver con lo que le está
sucediendo a la monarquía; los tiempos son otros y la sociedad también. Si
queda algo de aquello será un cierto halo a lo don Antonio Maura: intentar
explicar a un monarca frívolo, como era Alfonso XIII, que los días estaban
contados y que el tiempo corría contra la institución.
Hay
pocas épocas históricas tan despreciadas y criticadas hoy como la transición
democrática y la Constitución de 1978. Han bastado los diez últimos años -¡qué
digo diez, basta con cinco!-, y sus secuelas de crisis, corrupción, desdén por
la ciudadanía y sobre todo el brutal descubrimiento de que los partidos
políticos eran instrumentos para la venalidad, que así hemos acabado. Perplejos
ante un Felipe González anunciando el futuro, un líder cuya autoridad ética
roza el suelo. ¿No ganan lo suficiente a nuestra costa para que necesiten aún
más y se vuelvan asesores de grandes empresas? Ellos, que lo tendrían prohibido
por dignidad, que no por ley, porque disfrutan de información privilegiada, la
máxima que existe en un Estado: haber sido jefe de Gobierno y nombrar a los
ministros de cada ramo.
Pues
ahí lo tienen. Probablemente uno de los protagonistas de la movida que explicó
al Rey en tono más que perentorio que esto era como un 23-F, pero al revés, y
que había llegado la hora de retirarse. Lloró dos veces mientras leía un texto
que a todas luces no le gustaba nada y hubo que repetir las tomas de TVE. ¿Pena
o cabreo? Qué importa eso a la historia. A todos esos pamplinas que escriben
las mismas tonterías desde hace 30 años, y que en algunos casos son los mismos
o sus discípulos en la mayordomía, habría que animarles a que por una vez le
echaran redaños y explicaran una verdad incontrovertible. El hijo del Rey lo
tiene más difícil que lo tuvo su padre cuando se iniciaba la transición. Ya no
domina el miedo, sino la indignación.
Gregorio
Morán
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