Un
nuevo impulso real/Juan Rossell Lastortras, presidente de CEOE.
ABC
| 6 de junio de 2014;
EL
president Tarradellas, republicano histórico, aceptó de Su Majestad el Rey Juan
Carlos I el título de marqués de Tarradellas. Sentía por el Rey una admiración
solo semejante al cariño que le profesaba. Después de 37 años de exilio en
Francia, sus ideas políticas obviamente habían madurado y su visión era harto
distinta a la del día siguiente de su salida hacia el exilio. Recuerdo una
noche en la que, con mi padre y un buen amigo, nos invitó a cenar en su casa
para visionar de un tirón la serie inglesa de televisión sobre la Guerra Civil
española que Televisión Española adquirió, pero nunca llegó a emitir. Fue
Calviño en persona quien se la regaló, pues Tarradellas era personaje y
protagonista en algunas partes del guión. «¡Qué barbaridades hicimos!
–exclamaba–. Eso hoy, con este Rey, ya no sería posible». Guardo en mi memoria
abundantes comentarios del president aquella noche. «Fijaos cómo íbamos a la guerra:
¡con alpargates y muertos de frío! Tanta pobreza nos llevó al desastre»,
repetía ante determinadas escenas.
De
aquella España dura de la II República se salió con una guerra fratricida y
cainita. De los difíciles años del franquismo se salió con un joven Rey que,
«de la Ley a la Ley», produjo el cambio absoluto con una decisión y sabiduría
sorprendente. El impulso del Rey Juan Carlos I produjo el reencuentro y la
reconciliación de las dos Españas eternas del conflicto, según la gélida
expresión de Antonio Machado. Y es aquí donde pretendo poner el énfasis, en el
ingente cambio; en la variación sustancial que las cifras y los hechos nos
ofrecen a día de hoy a pesar de la brutal crisis, de la que, Dios quiera,
hayamos dado ya con la luz de salida.
La
abdicación de Don Juan Carlos I arroja un balance social sorprendente que
establece la dimensión histórica del cambio. La cuantificación resulta más
determinante aún que las palabras.
La
España de 1975 tenía 35,4 millones de habitantes. Hoy son –según el censo de
2013– 47 millones. El valor de la economía (PIB) en 1975 era de 38.447 millones
de euros (datos Maluquer de Motes), en tanto que en la actualidad asciende a
1.022.988 millones de euros. El PIB per cápita en 1977 era de 1.081 euros
(datos Maluquer de Motes), llegando al cerrar el año 2012 a 24.938 euros. Si
nos atenemos al drama actual del desempleo, los porcentajes no dejan tampoco de
sorprendernos con todas las repercusiones de la crisis a partir de 2008. Si
partíamos en 1976 de 12,7 millones de ocupados en España, en 2007 la población
ocupada era superior a 20,5 millones, y en la actualidad es de 17 millones de
ocupados, pero creciendo de nuevo.
Tales
magnitudes ofrecen una radiografía cuantitativa de notable éxito. Ni España es
la misma tras 39 años de reinado ni las dudas que algunos pretenden introducir
sobre la hondura de los cambios sociales y económicos resisten un análisis
pesimista. Hemos sido capaces de crear en cuatro décadas una sociedad con una
amplia clase media que ahora se resiente y muy mucho con la crisis, pero los
fundamentos son suficientemente sólidos como para volver a remontar.
Parece
obvio que el impacto de unos cambios estructurales de tal naturaleza acreditan
la magnitud de unas políticas eficaces de una Monarquía eficiente e impulsora
de los intereses económicos generales, cuya repercusión en las economías
familiares y en las condiciones de vida de la población española carece de
parangón en el pasado de nuestra Historia. El conjunto de tales políticas
públicas –en particular la Sanidad y Educación gratuitas, la Seguridad Social
para nuevas capas de población, pasando de 4 a 9 millones de pensionistas; y la
consolidación y mejora del poder adquisitivo de la economía familiar– ha
provocado otro salto específico en el bienestar y en la expectativa de vida de
los españoles, que se incrementó nada menos que en diez años. Si en 1975 la
expectativa media de vida era de 73,32 años, hoy hemos llegado a 82,2 años,
según los baremos de 2012. Y si a este indicador añadimos la mejora en educación
primaria, la obligatoriedad de la formación secundaria, no puede sorprender a
nadie ese salto asombroso que la Universidad ofrece como garantía de la
optimización de los recursos humanos en las nuevas generaciones, al haberse
multiplicado por 3,5 el número de alumnos de nuestras universidades: de 463.456
matriculados en el curso 1975-1976, se matricularon 1.633.183 alumnos en el
curso 2010-2011. Un problema distinto será si nuestra economía actual está en
condiciones de absorber a tantos miles de graduados al año. Ahora bien, nada
que objetar al elevado nivel de cualificación que nuestros jóvenes denotan en
sus innumerables casos de pertenencia y competencia en muchos centros de
investigación en el mundo.
El
cambio operado en la España del Rey Juan Carlos I supera cualquier expectativa,
a la luz de lo que España fue a lo largo de los siglos. Ni cuantitativa ni
cualitativamente admite discusión, y, como Paul Preston y otros muchos
hispanófilos acreditan, ese motor del cambio fue el Rey. Un Monarca que se va
en medio de un escenario enormemente complicado, de una coyuntura política
enrevesada, de un panorama económico en el que cerebros y gurús no concuerdan
ni en la prospectiva ni tampoco en la realidad intrínseca de nuestros males.
Ahora bien, debemos confiar en la prudencia del pueblo español, en las bondades
del camino recorrido hasta ahora y en el impulso reactivo de una sociedad que,
a diferencia de la contemplada hace cuarenta años, ahora se soporta sobre el
colchón de una clase media que ha sufrido enormemente durante la crisis y que
debe recuperarse y ampliarse para que tengamos un país estable y socialmente
justo.
Se
va el mejor Rey de la historia, los números lo demuestran. No son opiniones,
son realidades. Viene el nuevo Rey, el mejor preparado, con la mayor
experiencia práctica acumulada, una visión global del mundo y ya con enormes
cualidades demostradas, como son su grandísima sensibilidad social y una sobria
sencillez, teniendo como máxima preocupación el lograr entre todos acabar hasta
donde sea posible con el gran drama del desempleo.
¡Que
así sea!
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