¿Revolucionará
Piketty la universidad?/Pol Morillas es profesor asociado de la Universidad Autónoma de Barcelona y ESADE, y responsable del área de Políticas Euromediterráneas del Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed).
Publicado en El
País | 6 de junio de 2014;
Thomas
Piketty es el economista del momento. Su libro El capital en el siglo XXI,
convertido de inmediato en un fenómeno superventas en Estados Unidos, presenta
poderosas evidencias sobre la creciente desigualdad, debida a la acumulación de
capital en las sociedades occidentales y al fin de la meritocracia como
mecanismo de ascenso social.
Su
éxito, enraizado en la formulación académica de unas evidencias que la crisis
ha puesto de manifiesto, responde además a otra obviedad, como destacaba el
semanario The Economist. Llamar la atención sobre la desigualdad en Estados
Unidos es novedoso, pero hacerlo en Francia es una obviedad política. De ahí
que el original en francés no llegara a la lista de los 100 libros más vendidos
cuando se publicó en 2013.
Pero
más allá de la influencia política que acaben ejerciendo las tesis de Piketty,
su legado será poderoso para el estudio de la economía y las ciencias sociales
en general. El debate epistemológico de los últimos 30 años ha girado en torno
a una serie de premisas según las cuales el método científico clásico de las
ciencias naturales era trasladable a las ciencias sociales.
La
matemática y la estadística han ido ganando espacio en los programas académicos
de las mejores Facultades de economía. Pero la tendencia al positivismo en las
ciencias sociales ha permeado también en otras disciplinas como la sociología,
las ciencias políticas o las relaciones internacionales. Prestigiosas
universidades como la London School of Economics and Political Science han
hecho de la traslación del método científico a las ciencias sociales su
bandera. En esta universidad no se estudian Masters of Arts sino Masters of Science.
Y
en disciplinas como las relaciones internacionales, reciben especial atención
aquellas teorías que permiten cuantificar la probabilidad de conflictos entre
Estados sobre la base de cálculos numéricos, que relacionan su grado de
interdependencia económica o de profundidad democrática. Es lo que la teoría de
la paz democrática resume bajo el lema “las democracias no van a la guerra
entre ellas”, cuantificable mediante correlaciones entre el grado de
democratización y la disminución de la conflictividad entre países.
Francis
Fukuyama saltó a la fama a principios de los 90 por su tesis del fin de la
Historia, que predecía un mundo menos conflictivo gracias al triunfo de las
democracias liberales con el fin de la Guerra Fría. En efecto, otra muestra más
del abrazo del positivismo a las ciencias sociales (a mayor número de Estados
que entren en la fase final de la historia —la democracia liberal—, menor
presencia de conflictos internacionales). Es sintomático que, explicando el
éxito de Pikkety, Fukuyama afirmara en Twitter que “los economistas aún deben
superar su pasión infantil por las matemáticas a expensas de la investigación
histórica”.
El
auge del positivismo en las ciencias sociales coincidió también con el periodo
de “hiperglobalización” estudiado por Dani Rodrik. En este, la liberalización
de los flujos de capital y la globalización financiera se elevaron a cuotas
desconocidas hasta la fecha. Los mejores estudiantes de economía tenían un
futuro asegurado en las empresas de capital riesgo y la banca de inversiones,
consolidándose un estrecho vínculo entre universidad y sistema económico y
financiero.
Todas
las clasificaciones universitarias coincidían en otorgar las mejores
calificaciones a aquellas facultades cuyos programas académicos (positivistas)
mejor servían a las necesidades de una economía hiperglobalizada e
hiperfinanciarizada. En cierta medida, se iba confirmando la máxima de la
teoría crítica hacia los paradigmas dominantes, según la cual el conocimiento
siempre acaba sirviendo a alguien y a algún propósito.
Piketty
ha dado un paso de gigante para repensar el método de estudio de la economía.
En su libro, concluye que esta disciplina nunca debería haberse divorciado del
resto de ciencias sociales y que su avance solo será posible en conjunción con
ellas. Los estudiantes agrupados en el colectivo ISIPE (Iniciativa
Internacional de Estudiantes para el Pluralismo en Económicas, www.isipe.net)
han recogido el guante lanzado por Piketty y en su “llamamiento internacional a
favor de una enseñanza pluralista”, reclaman una enseñanza más abierta al
debate de ideas, más diversa teórica y metodológicamente y más pluralista en lo
referente a los programas de estudio. Sobra decir que el profesor suscribe su
manifiesto.
No
se trata, pues, de dar carpetazo a las aportaciones del positivismo a la
economía y el resto de ciencias sociales, sino de denunciar su supeditación al
mismo. En otras palabras, lo que se pone de manifiesto es la dificultad de
estudiar fenómenos sociales eminentemente complejos sobre la base de resultados
metodológicamente predecibles y cuantificables.
Más
allá de las contribuciones de la obra de Piketty al estudio de las
desigualdades y la concentración del capital, su impacto sobre la epistemología
de las ciencias sociales puede ser también revolucionario. Los vínculos entre
teoría y práctica económica nunca fueron más evidentes que durante los años de
la burbuja financiera. Nuevas aproximaciones metodológicas al estudio de las
ciencias sociales deberían contribuir a la gestación de políticas económicas
alternativas. ¿O no es cierto aquello de que grandes cambios sociales empiezan
a menudo en la universidad?
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