Fue
un operativo calculado/GABRIELA
HERNÁNDEZ
Revista Proceso # 1969, 26 de julio de 2014
SAN
BERNARDINO CHALCHIHUAPAN, PUE.– Los testimonios de los sobrevivientes de la Ley
Bala, que presentan heridas similares a la que causó la muerte de José Luis
Alberto Tehuatlie Tamayo, echan por tierra la versión que defiende el
gobernador Rafael Moreno Valle de que el niño fue víctima de un cohetón que
lanzaron los manifestantes en la protesta del miércoles 9.
Aún
convalecientes, Martín Romero Montes, Hugo Jiménez Varela, Vicente Tecalero
Jiménez y Filemón Pacio Grande –cuyas fotografías circulan en las redes
sociales– no tienen dudas al señalar el origen de sus lesiones.
Son
producto, dicen de los cartuchos de gas lacrimógeno que desde tierra y aire
dispararon los elementos de la Policía Estatal de Puebla contra los pobladores
de Chalchihuapan, que ese día bloquearon por hora y media la autopista
Puebla-Atlixco para exigir que el servicio del Registro Civil fuera restituido
a las juntas auxiliares.
“Primero
fueron los granaderos, pero luego atacaron al pueblo desde un helicóptero, fue
como si estuviéramos en guerra”, relata una joven, que igual que Tehuatlie
Tamayo salió de la escuela poco antes de las dos de la tarde, justo cuando los
uniformados iniciaron el desalojo.
Vio
a los uniformados cuando avanzaron en bloque haciendo sonar escudos y toletes:
“¡No pueden hacer esto. Hay muchos niños, acaban de salir de la escuela!”, les
gritó. Estaban a cinco metros de él. Lo ignoraron y empezaron a disparar
cartuchos de gas sin importarles la presencia de mujeres –una de ellas estaba
embarazada–, niños y ancianos.
Romero
no pudo brincar el muro de contención de la carretera para correr como lo
hicieron otros; trató de agacharse pero uno de los proyectiles lo impactó en la
mejilla izquierda. Su fotografía circuló en los días siguientes en internet.
Hoy
apenas puede hablar. Sus dientes están unidos por ligas, luego de dos operaciones
en las cuales se le reconstruyó su quijada. Según sus hijos, quizá sea sometido
a otra intervención quirúrgica.
Mediante
señas y con ayuda de una foto en la que aparecen los artefactos que
recolectaron los pobladores el jueves 10, Romero sostiene que su herida fue
causada por un cartucho metálico en forma cilíndrica de unos 25 centímetros de
largo y cinco de diámetro.
Tecalero
Jiménez, de 21 años, no sabe exactamente qué lo golpeó. Estaba parado a un lado
de la carretera mirando hacia la manifestación cuando sintió el impacto en su
cabeza y se desmayó. Despertó en el hospital, donde estuvo 15 días debatiéndose
entre la vida y la muerte.
Pacio
Grande, quien aparece en una fotografía con una herida en el abdomen, sí vio el
artefacto –un “torpedo de plástico negro”– relleno de un líquido que le provocó
ardor y quemaduras cuando golpeó su cuerpo.
Jiménez
Varela, por su parte, relata que iba en un taxi con su esposa y sus hijos, una
menor de seis años y otro de dos, cuando vio la refriega. Corrió para proteger
a su familia pero los policías los siguieron. Cuando volteó vio un cartucho de
aluminio; no puedo esquivarlo.
En
un hospital particular, porque no lo quisieron atender en ningún otro, tuvo que
ser sometido a una operación para detener una hemorragia en su ojo izquierdo,
una reconstrucción del párpado y la reparación de la fractura de nariz.
–¿Qué
opina de la versión del gobernador Moreno Valle según la cual Tehuatlie Tamayo
murió por un cohetón que lanzó la gente? –se le pregunta.
–Yo
creo que el gobierno lo que quiere es lavarse las manos.
De
las mantas a las piedras
Los
pobladores de Chalchihuapan insisten en que el miércoles 9 sólo llevaban
cartulinas y una manta.
Eso
puede verse en uno de los videos en el cual se aprecia que ninguno de los manifestantes
cargaba piedras, palos o cohetones cuando la policía avanzó hacia ellos y
comenzó a lanzarles gases, comenta Javier Montes Bautista, presidente auxiliar
de la localidad.
Se
queja porque, dice, ningún funcionario acudió a ofrecerles instalar una mesa de
diálogo; uno de los policías incluso les advirtió que tenían cinco minutos para
retirarse, pero ni siquiera esperó, pues él y sus compañeros empezaron a
avanzar contra la gente.
Y
empezaron las detenciones de Félix Montes Xelhua, Sergio Clemente Jiménez
Tacalero, Santiago Pérez Tamayo y Antonio Víctor Montes Contreras, a quienes
acusaron de ataque a las vías de comunicación y a la seguridad de los medios de
transporte, así como de lesiones, daño en propiedad ajena doloso, motín,
privación ilegal de la libertad, homicidio y robo.
La
averiguación previa 468/2014/DMZS es tan falsa, dice, que se acusa a Pérez
Tamayo, quien tiene más de 72 años, de “levantar en vilo” a un policía.
Durante
una reconstrucción de los hechos, peritos de la Procuraduría General de
Justicia del Estado y representantes de la CNDH, un joven relató que estaba
cerca de Tehuatlie Tamayo, en la zona poniente, donde están escuelas, cuando
empezaron los disparos. La madre del niño, Elia Tamayo, caminaba unos metros
atrás.
En
las fotografías publicadas en los medios locales se observa cuando algunos
policías comenzaron a disparar cartuchos y balas de goma; otros empuñaban
carabinas lanzagás AM-600, marca Cóndor calibre 37/38 mm y DEF TEC 1315,
calibre 37mm.
La
semana antepasada, un grupo de uniformados llevaron un documento al periódico
Intolerancia en el que admiten que en el operativo del miércoles 9 recibieron
órdenes de disparar “con todo”. Llevaban cartuchos de gas lacrimógeno caducos,
que no estallaron y se convirtieron en proyectiles.
La
madre de Tehuatlie Tamayo insiste en que la fotografía en la cual su hijo está
agarrando una manta es un fotomontaje. Los vecinos coinciden con ella.
El
niño cayó herido en el cuadrante sur-poniente de la intersección que se forma
entre la autopista y el puente que conduce a Chalchihuapan, mientras que las
mantas estaban al lado contrario de la vía de cuota.
Ante
la agresión, la gente enardeció y empezó a juntar piedras y palos para repeler
a los policías. En ese momento, precisamente cuando el menor y otros vecinos
cayeron heridos, arrinconaron a uno de los agresores.
Facundo
Rosas Rosas, secretario de Seguridad Pública del Estado, se mantuvo como
observador dentro de su camioneta, estacionada a pocos metros del lugar,
custodiado por granaderos.
Muchos
pobladores que no habían participado en la protesta se sumaron a la lucha al
enterarse de que entre los heridos había niños y que otros se desmayaron al
inhalar los gases que, según declararon, los “inmovilizaban y les dificultaban
la respiración”.
Como
a las tres de la tarde un helicóptero empezó a sobrevolar la zona y a lanzar
otros cartuchos de manera indiscriminada. Fue entonces cuando habitantes de
otras comunidades vecinas llegaron al lugar con cohetones y comenzaron a
lanzarlos al aire para que el humo entorpeciera los ataques aéreos.
Una
vez que los pobladores superaron en número a los policías, atraparon al menos a
20 de ellos y los despojaron de toletes, escudos y cascos.
Alrededor
de las cinco de la tarde la subsecretaria de Seguridad, Ofelia Flores Ramos, se
comunicó por teléfono con los inconformes para negociar la liberación de los
rehenes. La mayoría fueron puestos en libertad; sólo dos que estaban heridos se
quedaron. Las autoridades locales batallaron para evitar que la turba los
linchara, sobre todo los familiares de Tehuatlie Tamayo, quienes clamaban
venganza.
La
madrugada del jueves 10, los pobladores dejaron que una ambulancia entrara al
pueblo para llevarse a los policías heridos.
José
Salomé Pacio Grande, presidente subalterno de San Martín Tlamapa, asegura que
el operativo fue planeado para intimidar a las autoridades tradicionales que
defienden las juntas auxiliares.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario