La
obsesión de Stalin pasó por México/JUAN
ALBERTO CEDILLO
Proceso # 1969, 26 de julio de 2014
En
agosto de 1945, cuando Estados Unidos lanzó su primera bomba atómica contra
Japón, Stalin quedó maravillado por el poder devastador del diabólico artefacto
y quiso tener una réplica… y la obtuvo, aunque no tuvo éxito como los
estadunidenses. Durante años, el agente soviético Leonidas Eitingon jugó un
papel destacado en materia de espionaje científico como parte de una trama en
la que tuvieron participación artistas, funcionarios y militares mexicanos.
Esta singular historia es narrada en el libro Eitingon. Las operaciones
secretas de Stalin en México, publicado por Penguin Random House Grupo
Editorial en su sello Debate, del cual se adelantan partes del capítulo seis.
A
mediados de septiembre de 1941 llegó al escritorio de Iósif Stalin un reporte
de seis páginas proveniente de uno de los apóstoles de Cambridge, una minuta
del gabinete del gobierno británico, que creaba un comité para analizar la
posibilidad de desarrollar una bomba de uranio.
(…)
Más tarde, llegaron al Departamento del Extranjero reportes desde Gran Bretaña,
Estados Unidos, Escandinavia y Alemania sobre investigaciones para fabricar una
“superbomba” con base en uranio enriquecido, y pese a que proliferaron, no
perturbaron el escepticismo de Stalin en torno de tales proyectos, confiado en
la superioridad intelectual de sus científicos sobre la ciencia que
desarrollaban los investigadores capitalistas.
También
circulaban los rumores sobre las “avanzadas” investigaciones que encabezaban
Werner Karl Heisenberg y Otto Hahn para desarrollar una bomba atómica para la
Alemania del Tercer Reich. Los informes previos, donde se hablaba de que los
nazis ya trabajaban en una superarma secreta, ya habían producido reacciones de
los científicos occidentales, quienes solicitaron a Albert Einstein que
escribiera una carta al presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, y
le llamara la atención en ese sentido.
(…)
Para principios de 1942, el dictador soviético recibió nuevos informes
provenientes de su embajada en Washington, los cuales referían que Oppenheimer,
un joven y brillante científico judío de la Universidad de California, se
preparaba para concentrar en Berkeley a una pléyade de investigadores nucleares
de la talla de Enrico Fermi, Leo Szilárd y Niels Bohr, en la que se encontraba
también el Premio Nobel de física Albert Einstein.
(…)
También recibió documentos donde se informaba que el gobierno estadunidense
estaba destinando alrededor de 20% de su presupuesto militar para investigar y
desarrollar el Proyecto Manhattan…
Desde
que arrancaron las investigaciones, los mismos científicos que colaboraban en
el Proyecto Manhattan filtraron a diplomáticos soviéticos informes cada vez más
precisos sobre las características de la bomba de uranio, ante los cuales
Stalin pasó del escepticismo a la obsesión por poseer esa superarma, lo que se
convirtió en su máxima prioridad desde los primeros días de 1943. Durante el
primer trimestre de ese año, firmó una serie de decretos que creaban organismos
especiales para desarrollar energía atómica con propósitos militares. Al mando
de Lavrenti Beria quedó un cluster industrial que en su momento intentaría
fabricar dicha arma. Entonces se reformó el aparato de inteligencia. El
comisario Beria decretó crear el Departamento S para concentrar la información
del espionaje atómico que recolectaban el Departamento del Extranjero del NKGB
y la Dirección de Inteligencia Militar (GRU).
Al
frente del Departamento S estaba el general Pavel Sudoplatov, quien no obstante
que carecía de conocimientos científicos relacionados con el tema –como la
mayoría de los mortales de esa época–, era el oficial que había recibido la
mayoría de los informes sobre la bomba de uranio de sus espías en el
extranjero. Una de las primeras tareas del departamento fue capturar a los
científicos alemanes que estaban trabajando en los proyectos atómicos. Con ese
propósito se desarrolló la versión soviética de la Operación Alsos, emprendida
por estadunidenses e ingleses en busca de apropiarse de los científicos e
instalaciones nucleares nazis.
Para
el 9 de diciembre de 1945 se integró formalmente, con funcionarios e
investigadores, el Comité para el Problema Número Uno, que coordinaría todo el
aparato militar y económico con una sola finalidad: poseer la bomba atómica. En
consecuencia, se reorganizaron los laboratorios de la Academia de Ciencias de
la URSS con la intención de replicar la reacción en cadena que se había logrado
en la Universidad de Chicago.
(…)
Los avances para desarrollar la bomba atómica fueron proporcionados a los
espías de Moscú por personas vinculadas directamente con los tres personajes
que encabezaban el Proyecto Manhattan: Robert Oppenheimer, Enrico Fermi y Leo
Szilárd. Los científicos acordaron compartir sus investigaciones
subrepticiamente con la URSS, primero, ante el temor de que la Alemania de
Adolf Hitler se anticipara a desarrollar la bomba atómica; en segundo lugar,
porque previeron que si una sola nación poseía superioridad nuclear, impondría
su voluntad al resto del mundo, así que decidieron crear un “equilibrio del
terror”.
Desde
diciembre de 1941, Oppenheimer filtró los incipientes planes secretos al jefe
de la rezidentura de San Francisco, Gregori Kheinfez, cuando coincidieron en
actividades para recolectar fondos destinados a los refugiados de la Guerra
Civil española.
Posteriormente,
se resolvió que sería contactado por Elizabeth Zarubina, la nueva esposa del
agente Vasily Zarubin –después de que Leonidas Eitingon le había arrebatado a
Olga, cuando trabajaban juntos en Harbin, China–. Zarubin se desempeñaba ahora
como jefe de la rezidentura en la embajada de Washington. Su esposa recibía
informes orales sobre los avances del Proyecto Manhattan a través de la esposa
de Robert Oppenheimer, Katherine.
Los
servicios de inteligencia soviéticos designaron a Oppenheimer con el nombre
clave de Star, mientras que Fermi fue codificado como Editor, en el entendido
de que no eran sus agentes, sino, más bien, amigos de la Unión Soviética.
Por
recomendaciones de los rusos, los jefes del proyecto ultrasecreto incluyeron a
jóvenes científicos simpatizantes de los comunistas en las diversas
instalaciones donde se desarrollaban las investigaciones, entre ellos al físico
alemán nacionalizado británico Klaus Fuchs, quien sería el responsable de sacar
los máximos secretos del laboratorio de Los Álamos.
La
inteligencia soviética necesitaba decenas de nuevos espías para conseguir
documentos, fotografías, detalles técnicos sobre las recientes instalaciones,
las firmas que trabajaban para el Departamento de Defensa y las novedosas
aleaciones de materiales que se estaban desarrollando para la fabricación de la
nueva superbomba. Ante esto, Leonidas Eitingon propuso a su amigo Sudoplatov
que echara mano de los desconocidos moles que había reclutado en Estados
Unidos, España y la capital mexicana para que se convirtieran en los “correos”
que llevarían los secretos a Moscú. Entre ellos se encontraban los destacados
españoles Antonio Meiji, Margarita Nelken y el suizo Hans Meyer, los mexicanos
Luis Arenal y la escritora Anita Brenner, quien en esa época radicaba en Nueva
York. Destacaban también los funcionarios mexicanos Adolfo Oribe de Alba y el
general brigadier del Ejército Mexicano Roberto Calvo Ramírez, jefe de la
comandancia en la entonces Baja California Norte.
Algunos
de ellos habían colaborado cruzando ilegalmente a agentes a través de la
frontera (el mencionado mecanismo creado extraoficialmente por Eitingon) y
otros se desempeñaron como “correos”.
En
España se había hecho contacto con el judío Morris Cohen, excombatiente en las
brigadas internacionales, quien junto con su esposa, Lona Cohen, Nicolás y
María Fisher, y Katty Harry, se sumó al selecto círculo de espías atómicos que
también realizaban continuos viajes desde México a Estados Unidos.
Otro
círculo lo conformaron antiguos colaboradores de la inteligencia rusa, entre
los que sobresalía una pareja de comunistas de origen judío: Ethel Greenglass y
Julius Rosenberg.
Con
esos grupos, el jefe de la rezidentura, Zarubin, un alto oficial también de
origen judío llamado Semyon Semyonov y Eitingon crearon una estructura paralela
que trabajaría al margen de su organización diplomática, ya que sus embajadas y
consulados estaban férreamente vigilados por los servicios de inteligencia
estadunidenses.
(…)
El selecto grupo de agentes dedicados al espionaje atómico pronto identificó
siete grandes centros de investigación y 27 científicos de muy alto nivel que
trabajaban en el Proyecto Manhattan, en tanto que para mediados de junio de
1943, el Departamento S ya había recibido 286 publicaciones clasificadas sobre
las investigaciones científicas acerca de la energía nuclear.
Los
moles que Eitingon reclutó empezaron a rendir frutos. Uno de esos contactos era
el principal asistente de Fermi en la Universidad de Chicago, Bruno Pontecorvo,
científico de origen ruso, de cuyas manos los soviéticos recibieron información
muy precisa sobre los trabajos en el reactor.
(…)
Los reportes se transmitían encriptados a Moscú desde cuatro centros
designados: el consulado soviético en San Francisco, las embajadas de
Washington y México, así como la oficina de Nueva York. Los más relevantes,
para que los soviéticos replicaran la bomba de uranio, provenían del científico
Klaus Fuchs, hijo de un pastor luterano en cuya juventud cambió sus
convicciones religiosas por el comunismo. Fuchs había huido del fascismo alemán
para refugiarse en Inglaterra. Estudió física en la Universidad de Bristol y posteriormente
se nacionalizó ciudadano británico.
Después
de sus largas jornadas de trabajo en Los Álamos, el reservado Fuchs redactaba
en su habitación los informes que preparaba para los rusos. Sin embargo, se
enfermaba cada vez que tenía que entrevistarse con el agente designado para
entregarlos. En ellos detallaba particularidades muy específicas sobre la
bomba; describía que tenía un núcleo de plutonio sólido y especificaba el
disparador de la explosión…
El
hombre que fue designado por el servicio de inteligencia soviética para recoger
los documentos era uno más de los moles, Harry Gold, un inocente químico nacido
en Suiza, de familia rusa con orígenes judíos, que trabajaba como asistente de
laboratorio en una compañía procesadora de azúcar de Pensilvania y solicitaba
permiso cada ocasión que tenía que viajar a Nuevo México.
Gold
se entrevistó en varias ocasiones con Fuchs, primero en Filadelfia, para
informar sobre las nuevas instalaciones de Los Álamos. Harry intentó ofrecerle
un sobre con mil 500 dólares, pero el científico lo rechazó con molestia. Días
después se volvieron a encontrar en Boston, donde se entregaron los primeros
documentos con información clasificada que pormenorizaba el método para hacer
detonar la bomba atómica: precisaba la masa crítica relativa del plutonio en
comparación del uranio 235 y daba detalles para su fabricación, como las
dimensiones exteriores de los componentes.
(…)
Los reportes que recibían algunos de los moles deberían entregarlos en Nueva
York, en el barrio de Brooklyn. Para el intercambio, el espionaje soviético
diseñó un estricto protocolo: en el caso de Harry Gold, debería llevarlos bajo
el brazo, envueltos en el ejemplar de cierto periódico, el mismo que portaría
el agente soviético que los recibiría. Primero se aproximaban pausadamente, en
previsión de que el encuentro eventualmente se interrumpiría en cualquier
momento, caso ante el cual cada quien seguiría por su lado. Después del
encuentro, se saludaban brevemente, caminaban juntos un par de calles y en un
determinado momento intercambiaban los diarios para luego separarse y seguir
por caminos distintos.
Los
encuentros se repitieron en diversas ocasiones. Los sobres envueltos en
periódico se transferían a Moscú. Cuando se entregaban a los científicos,
causaban conmoción, ya que consideraban su contenido “particularmente excelente
y muy valioso”.
La
red de moles reclutados por Eitingon también se concentraba en conseguir todas
las puntualizaciones sobre la fabricación de un reactor de grafito que se
realizaba en las instalacionesY10 y Y12 del Oak Ridge National Laboratory. Los
científicos incrustados por los soviéticos proporcionaban a los espías
nucleares datos sobre la forma de separar electromagnéticamente dos isótopos de
uranio y producir así el material para fabricar la bomba atómica. Los correos
seleccionados por Eitingon trasladaban los reportes a México, para que se
expidieran a Moscú desde la embajada soviética ubicada en el Distrito Federal.
La
embajada mexicana mantenía continuos reportes al Departamento S sobre las
entregas de los documentos, señalando en clave “entregas de regalos”, nuevas
“operaciones quirúrgicas”.
La
rezidentura del Distrito Federal detallaba los pagos para “las delegaciones”:
se destinaban entre 75 y 200 dólares por mes para que cada “correo” pagara por
una casa segura, combustible, comidas y todo cuanto requiriera para su misión.
También
reportaban que OKH, el nombre clave de Adolfo Oribe de Alba, había entregado
visas para que los moles Nicolás y María Fisher, identificados en pareja como
Cheta, viajaran a Tiro (Nueva York) e hicieran la entrega a Michael W. Burd,
alias Bass, el propietario en Nueva York de la Midland Export Corporation.
Los
informes a Moscú aclaraban que Burd utilizó sus contactos en Washington para
conseguir visas de tránsito para los Fisher y que pudieran recorrer varios
puntos del país. Burd le pagó alrededor de 600 dólares a David Niles, un asesor
de los presidentes Roosevelt y Truman, para obtener los permisos.
El
dinero entre el Distrito Federal y Nueva York corría eficientemente para el
Proyecto Enormous. Leonidas no padeció, como ocurrió en la Operación Gnomo, los
retrasos de fondos. Los dólares destinados a financiar a los agentes que salían
del Distrito Federal para cruzar a Estados Unidos se acrecentaban cada vez más.
Se mandaban a una cuenta de Oribe de Alba. Los grandes montos llegaron a poner
en jaque al funcionario, ya que en una ocasión le transfirieron 8 mil 248
dólares, equivalentes a 40 mil pesos, en ese entonces una fortuna. Lombardo
Toledano tuvo que intervenir para prohibir que se sacara de un solo retiro tal
cantidad de dinero, ya que “una suma así atraería de inmediato la atención
hacia Oribe”, argumentó.
(…)
Para
los primeros días de junio de 1945, se informó a Moscú que en menos de dos
semanas se realizaría el primer ensayo de la bomba atómica, precisamente en un
campo de tiro llamado Alamogordo, ubicado a 200 millas al sur de Los Álamos. El
experimento se realizó con éxito el 16 de junio de ese año.
(…)
El 6 de agosto, un bombardero del ejército estadunidense arrojó la primera
bomba atómica, bautizada como Little Boy, contra Hiroshima. La superarma mató
al instante a alrededor de 140 mil japoneses. Tres días después se lanzó una
bomba de implosión de plutonio, Fat Man, sobre Nagasaki, con lo que murieron
alrededor de 40 mil personas al instante. Japón se rindió días más tarde, el 14
de agosto.
El
mariscal Stalin quedó fascinado con el poder destructor de la bomba y demandó a
sus equipos que redoblaran los esfuerzos para obtenerla. A finales de ese año,
ya se habían reunido los materiales necesarios para replicar un reactor. Sin
embargo, el dictador soviético corroboró que la supuesta superioridad
intelectual de la Academia de Ciencias de la URSS sobre la ciencia capitalista
no era más que propaganda política de su partido. Para noviembre, el primer
reactor ruso quedó edificado, aunque no fue posible generar la reacción en
cadena; sí, en cambio, con el manejo de material radioactivo, el primer
accidente nuclear de la historia.
(…) El experimentado Leonidas Eitingon fue
ascendido a general y sumó otra presea a su larga carrera, que hacía olvidar su
fracaso en el atentado del excanciller alemán Von Papen o el fallido plan para
rescatar a Mercader. Su reciente éxito se sumaba a sus logros, donde destacaba
el asesinato de Trotsky…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario