Nacer
en Gaza/Carles Casajuana
Publicado en La
Vanguardia | 26 de julio de 2014
Hay
personas que tienen mala suerte desde el mismo momento de nacer, una mala
suerte de la que es difícil que se lleguen a recuperar nunca. Pongamos, por
ejemplo, un niño o una niña que nazcan hoy en la franja de Gaza: ¿cuántas cosas
no deberían pasar para que puedan llegar a tener una vida normal? Gaza es hoy
una trampa de la historia, un nudo que nadie sabe cómo desatar. Es un
territorio de unos cuarenta kilómetros de largo -como de Barcelona a Vilanova i
la Geltrú- y de unos seis a doce de ancho, según el lugar, y viven en él más de
un millón seiscientas mil personas, de las cuales dos tercios son refugiados.
Cercados
por Israel -y ahora también por Egipto- y condenados al hacinamiento y a la
miseria, los habitantes de la franja están atrapados en una espiral de violencia
y destrucción de la que es muy difícil escapar. Separados físicamente del resto
del territorio palestino a causa de la ocupación, también están separados
políticamente. En Cisjordania, gobierna un movimiento no islamista -Fatah-
dirigido por Mahmud Abas, el actual presidente de la Autoridad Palestina, un
líder moderado partidario del entendimiento con Israel. Pero en Gaza gobierna
Hamas, un movimiento islamista muy radical en relación con el conflicto con
Israel, hasta el punto de que la comunidad internacional lo considera un grupo
terrorista, pero que ha establecido una eficaz red de asistencia social que le
ha ganado un apoyo mayoritario entre la población.
Mientras
Israel mantenga el bloqueo, es muy difícil que los habitantes de Gaza dejen de
votar a favor de Hamas y apoyen a Fatah, pero a la vez es muy difícil que
Israel levante el bloqueo mientras Hamas no renuncie a la violencia y al
objetivo de destruir el Estado de Israel. La división de los palestinos
conviene al ala más radical de Hamas, porque hace muy difícil la negociación
con Israel, y conviene a los partidos más radicales de Israel, que así pueden
negarse a negociar con la Autoridad Palestina alegando que Mahmud Abas no es un
interlocutor fiable, porque no gobierna todo el territorio palestino, o bien,
si Abas consigue formar un Gobierno de unidad nacional con Hamas, que no es un
interlocutor válido porque se alía con terroristas.
¿Qué
culpa tiene la población civil de Gaza de esta convergencia de intereses entre
los radicales de un lado y del otro y de que tanto unos como otros puedan
boicotear fácilmente cualquier proceso de acercamiento, tanto entre Hamas y
Fatah como entre Palestina e Israel, tirando cohetes fabricados en casa o
construyendo nuevos edificios en territorio palestino?
Ninguna,
obviamente. Tampoco tiene ninguna culpa de que la negativa a apoyar a Bashar al
Asad en la guerra civil de Siria y la afinidad con el movimiento islamista de
los Hermanos Musulmanes de Egipto, sometido a una represión feroz a cargo del
Gobierno militar del general Sisi, hayan aislado internacionalmente a Hamas,
convirtiéndolo en un movimiento que necesita aglutinar fuerzas -y nada como una
guerra para lograrlo- y en una presa muy fácil para Israel, que puede
bombardear Gaza sabiendo que muchos países árabes mirarán a otro lado. ¿Qué
culpa tienen las víctimas colaterales de los bombardeos israelíes de que hace
un mes unos descerebrados -probablemente miembros de un grupo palestino radical
llamado Qawasmeh- secuestraran y asesinaran a tres seminaristas israelíes, de
que el Gobierno israelí culpara a Hamas y de que la escalada de represalias y
contrarrepresalias haya conducido a una guerra asimétrica de la que nadie puede
salir ganador y en la que ya han muerto casi setecientos civiles de Gaza, más
de la mitad mujeres y niños?
Ninguna,
sin duda. Como no tienen ninguna culpa del Holocausto, ni de los errores
estratégicos de los británicos durante la Primera Guerra Mundial, cuando
prometieron al movimiento sionista un Estado en Palestina y ofrecieron al
monarca de Damasco el control de la región a cambio del apoyo contra el imperio
turco. Ni tienen ninguna culpa de que los ciudadanos de Israel estén
comprensiblemente hartos de procesos de paz frustrados y de que, de una forma
más difícil de comprender, ya no crean más que en las represalias y en una
extraña ley del talión en la que un muerto israelí vale por cincuenta muertos
palestinos, una vía que sólo puede conducir a más odio y violencia, ya que ¿qué
seguridad puede tener Israel después de los bombardeos actuales?
Son
tragedias de las que los habitantes de Gaza no tienen ninguna culpa, pero que
pesan como una losa sobre su futuro. No sé si es verdad aquello de que nacer en
un país de la Unión Europea es sacar el gordo en la lotería de la vida. En
muchos rincones de Europa la vida también puede ser complicada, bien que lo
sabemos. Pero nacer en Gaza equivale a nacer con una pena de prisión, de
pobreza, de violencia y humillación de una duración que, hoy por hoy, debemos
considerar indefinida.
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