Cuando
Bergoglio se arrodilló a limpiar un baño
Entrevista
con el jesuita padre Guillermo Ortiz, su alumno desde 1977: «El 80 por ciento
de lo que dice el Papa son experiencias vividas: cuando lo escucho a menudo
puedo relacionar sus palabras con situaciones concretas. No es un teórico, es
un práctico. Y sabe aprender del santo pueblo de Dios»
Vatican Insider, 16/02/2016
ANDREA
TORNIELLI
«El
80 por ciento de lo que dice el Papa son experiencias vividas: cuando lo
escucho a menudo puedo relacionar sus palabras con situaciones concretas. No es
un teórico, es un práctico. Y sabe aprender del santo pueblo de Dios». El padre
Guillermo Ortiz, jesuita argentino, que trabaja en la Radio Vaticana y está
siguiendo el viaje de Francisco a México, lo tuvo como rector y director
espiritual. Recuerda que en el Colegio Máximo hablaba de espiritualidad y de la
propia vida de fe dando de comer a los cerdos. Habló con Vatican Insider sobre
las experiencias que vivió con el entonces rector Bergoglio, y explicó por qué
es tan importante para él la devoción popular.
-Padre
Ortiz, ¿cuál ha sido hasta ahora el momento más importante del viaje a México?
Creo
que la oración frente a la Virgen de Guadalupe. Es importantísima la devoción
del Papa por María. Hay que leer y releer los discursos de los primeros dos
días: en los textos y en las palabras de Francisco se reconoce la gran
importancia de la fe popular, la importancia del pueblo. En el Catecismo se
encuentra la infalibilidad papal sobre temas de fe y de moral, pero se recuerda
poco que también en el Catecismo está la infalibilidad del pueblo de Dios en su
manera de expresar la fe. Hablando con
los obispos de México, el 13 de febrero, el Papa hizo una especia de movimiento
pendular, como el de la ecografía. Describió a la Virgen y después habló sobre
el pueblo, con el cordón umbilical de la religiosidad popular. Invitó a los
obispos a inclinarse sobre el regazo de la fe del pueblo. La Virgen que es el
regazo del Hijo de Dios y el santo pueblo fiel de Dios.
-¿El
Papa «aprende» de la fe de la gente?
Lo
dijo antes de salir hacia México; dijo que venía a aprender. El Papa es un hijo
de la Virgen, pero también es un hijo del pueblo de Dios. Él sabe que Dios
actúa en el pueblo, conoce el «sensus fidei» del pueblo, el pueblo pobre que no
tiene nada.
En
la homilía de la misa en la Basílica de Guadalupe Francisco citó un himno
litúrgico: «Mirarte, Madre; contemplarte apenas, el corazón callado en tu
ternura, en tu casto silencio de azucenas». Es un texto que es muy importante
para el Papa. Está en el Breviario. Él lo fotocopió y recortó para regalármelo,
dándomelo como consejo espiritual, como oración: simplemente estar juntos,
contemplando la mirada de María, poniendo frente a Ella lo que tenemos en el
corazón.
-¿Desde
cuándo conoce a Bergoglio?
Soy
argentino, de Córdoba. Lo encontré en mi ciudad en julio de 1977. Yo tenía 17
años y quería volverme jesuita. Fui a hablar con él porque era él el
Provincial, es decir el superior de los jesuitas en Argentina. Le dije: «Quiero
ser jesuita». Él me escuchó. Es muy importante escuchar para él. Y después me
dijo: «Está bien, vamos a ver si dentro de seis meses tienes todavía esta
idea». Llegué al Colegio Máximo en 1981. Él, mientras tanto, fue nombrado
rector, después de su mandato Provincial. Desde el primer día del noviciado yo
trabajaba en el barrio y él quiso que se transformara un edificio que servía
como depósito para animales en una parroquia. Hicimos una Iglesia. Me invitó a
trabajar en la calle y me siguió de cerca.
-¿Cómo
era como rector el padre Bergoglio? ¿Es cierto que los acostumbraba a los
trabajos más humildes?
Sí,
es cierto. Pero no se podía hacer de otra manera. Había trabajado mucho por las
vocaciones, había muchos estudiantes y no teníamos cómo sustentarnos, no había
becas. No teníamos dinero para la comida. Así, Bergoglio compró un par de
vacas, de cerdos, de ovejas, y durante los primeros asó tuvimos que ocuparnos
del ganado. Y luego la carne… nos salía hasta por las orejas. Nosotros teníamos
que cuidar a estos animales, y esto a algunos que eran «delicaditos» no les
gustaba. Yo limpiaba a los cerdos, es decir el mismo trabajo que hizo el Hijo
pródigo antes de volver a la casa del padre. Bergoglio nos daba el ejemplo. Si
estábamos hablando, para verificar mi camino espiritual, y luego llegaba la
hora de poner la lavadora, íbamos juntos y él ponía toda la ropa interior en la
máquina enorme. A él le tocaba poner la ropa sucia, luego nosotros la
tendíamos. Él mismo iba a darle de comer a los cerdos. Y cuando lo hacía a
veces seguí hablando con alguno de nosotros sobre la espiritualidad. Él no
hacía ninguna diferencia entre la teoría y la práctica. Fue exigente con
nosotros, pero nosotros teníamos que ser puestos a la prueba. Teníamos que
aprender con sacrificio. Esto también es formación.
-¿Era
una manera para estar más presente en la realidad de la gente común?
Recuerdo
que en sus discursos de formación siempre repetía que para nosotros, que
hacemos voto de pobreza, esto tenía que significar también trabajar. Decía: la
pobreza es trabajo. Un pobre tiene que trabajar y hacer esfuerzo. Nosotros, en
el Colegio Máximo, estábamos a 60 kilómetros de Buenos Aires: la gente viajaba
dos horas para llegar a la capital y luego otras dos para regresar, y hay que
sumarle otras 8, 10, 14 horas de trabajo. Trabajar y hacer esfuerzo ayudaba en
el sentido de la realidad y te permitía tocar las llagas de la gente. Es un
sentido de la realidad, este, que es un don de Dios. No es un discurso que te
tienes que meter en la cabeza. Una vez, en el Colegio Máximo, vino una mujer
que tenía frío y estaba buscando una cobija. Le dijimos que ya no teníamos. Y
la mujer le dijo a Bergoglio: «Entonces dame la tuya». Él fue por ella y se la
dio. Esta mujer, decía, le había enseñado que hay que compartir y dar lo que se
tiene, no lo que sobra.
-¿Recuerda
algún otro episodio?
Yo
estuve con él hasta diciembre de 1984, luego fui al Colegio del Salvador en
Buenos Aires. Y cuando él acabó como rector, en diciembre de 1985, sin tener ya
ningún cargo, fue a vivir al mismo colegio que yo: ya no era formador o mi
superior. Vivíamos en el mismo piso, estábamos a algunas puertas de distancia y
en medio estaba el baño común. Yo me iba temprano por la mañana para enseñar y
regresaba ya tarde en la noche. Una vez se me olvidaron unos papeles en mi cuarto
y regresé por otra puerta, por la de atrás. A esa hora no había nadie. Y vi a
Bergoglio mientras estaba limpiando la taza del wáter, arrodillado. Es uno muy
atento a las necesidades del otro, atento a las necesidades de todo. Recuerdo,
por ejemplo, las atenciones que reservaba los padres más ancianos, cómo los
escuchaba… Él es un hombre para los demás, no se refiere a sí mismo. El 80 por
ciento de lo que dice el Papa son experiencias vividas: cuando lo escucho a
menudo puedo relacionar sus palabras con situaciones concretas. No es un
teórico, es un práctico.
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