Texto
completo del discurso del papa Francisco a los jóvenes en Morelia.
Estadio Morelos y Pavón en Morelia.
Buenas
tardes. Ustedes jóvenes de México, están aquí, que están mirando por
televisión, están escuchando. Y quiero enviar un saludo y una bendición a los
miles de jóvenes que en la arquidiócesis de Guadalajara están reunidos en la
plaza San Juan Pablo II siguiendo lo que está pasando aquí. Y como ellos tantos
otros, pero me mandaron avisar que eran miles y miles allí reunidos escuchando.
Así que somos dos Estadios. La plaza San Juan Pablo II de Guadalajara y
nosotros aquí. Y después tantos otros.
Yo
conocía las inquietudes de ustedes porque me habían hecho llegar el borrador de
lo que más o menos iban a decir. Es verdad, para qué les voy a mentir. Pero a
medida que hablaban también iba tomando notas de cosas que me parecían
importantes para que no quedaran en el aire si no aparecen en lo que yo resumí
de lo que ustedes me habían dicho y como respuesta.
Les
cuento que cuando llegué a esta tierra fui recibido con una calurosa
bienvenida, constaté ahí mismo algo que intuía desde hace tiempo: la
vitalidad, la alegría, el espíritu festivo del Pueblo mexicano.
«Ahorita»…,
después de escucharlos, pero especialmente después de verlos, constato
nuevamente otra certeza, algo que le dije al Presidente de la Nación en mi
primer saludo. Uno de los mayores tesoros de esta tierra mexicana tiene rostro
joven, son sus jóvenes. Sí, son ustedes la riqueza de esta tierra.
Cuidado,
no dije la esperanza de esta tierra, dije: «Su riqueza». La montaña puede tener
minerales ricos, que van a servir para el progreso de la humanidad, es su
riqueza. Pero esa riqueza hay transformarla en esperanza con el trabajo como
hacen los mineros cuando van sacando esos minerales. Ustedes son la riqueza.
Hay que transformarla en esperanza.
Y
Daniela al final, echó un desafío y además también nos dio la pista sobre la
esperanza. Pero todos los que hablaron cuando marcaban las dificultades, las
cosas que pasaban decían una verdad muy grande, que todos podemos vivir. Pero
no podemos vivir sin esperanza.
Sentir
el mañana, no podemos sentir el mañana si primero uno no logra valorarse, no
logra sentir que su vida, sus manos, su historia vale la pena. Sentir eso que
Alberto decía que ‘con mis manos, con mi corazón y con mi mente puedo construir
esperanza’. Si yo no siento eso, la esperanza no podrá entrar en mi corazón. La
esperanza nace cuando se puede experimentar que no todo está perdido, y para
eso es necesario el ejercicio de empezar «por casa», empezar por sí mismo. No
todo está perdido. No estoy perdido, yo valgo, yo valgo mucho. Les pido
silencio ahora. Cada uno se contesta en su corazón.
¿Es verdad que no todo está
perdido? ¿Yo estoy perdido, estoy perdida? ¿Yo valgo? ¿Valgo poco? ¿Mucho?
La
principal amenaza a la esperanza son los discursos que te desvalorizan, te van
como chupando el valor y terminas como caído, ¿no es cierto? Como arrugado con
el corazón triste. Discurso que te hacen
sentir de segunda, sino de cuarta.
La principal amenaza a la esperanza
es cuando sentís que no le importas a nadie o que estás dejado de lado. Esa es
la gran dificultad para la esperanza. Cuando en una familia o en una sociedad,
o en una escuela, o en un grupo de amigos te hacen sentir que no les importas.
Y eso es duro, es doloroso. Pero sucede, ¿o no sucede? ¿Sí o no? Sí, sucede.
Eso mata, eso nos aniquila y esa es la puerta de ingreso para tanto dolor. Pero
también hay otra principal amenaza a la esperanza, la esperanza de que esa
riqueza que son ustedes crezca y dé su fruto. Y hacerte creer que empiezas a
ser valioso cuando te disfrazas de ropas, marcas del último grito de la moda,
o cuando te volves prestigio, importante por tener dinero pero, en el fondo, tu
corazón no cree que seas digno de cariño, digno de amor. Y eso tu corazón lo
intuye. La esperanza está amordazada por lo que te hacen creer, no te la dejan
surgir. La principal amenaza es cuando uno siente que tiene que tener plata
para comprar todo, incluso el cariño de los demás. La principal amenaza es
creer que por tener un gran «carro» sos feliz. ¿Es verdad esto, que por tener
un gran carro sos feliz?
Ustedes
son la riqueza de México, ustedes son la riqueza de la Iglesia. Y no les
estoy, permítanme que les diga una frase de mi tierra, no les estoy sobando el
lomo, no los estoy adulando. Y entiendo que muchas veces se vuelve difícil
sentirse la riqueza cuando nos vemos expuestos continuamente a la pérdida de
amigos o de familiares en manos del narcotráfico, de las drogas, de
organizaciones criminales que siembran el terror. Es difícil sentirse la
riqueza de una nación cuando no se tienen oportunidades de trabajo digno,
Alberto lo expresaste claramente. Posibilidades de estudio y capacitación,
cuando no se sienten reconocidos los derechos que terminan impulsándolos a
situaciones límites. Es difícil sentirse la riqueza de un lugar cuando, por
ser jóvenes, se los utiliza para fines mezquinos seduciéndolos con promesas
que al final no son reales, son pompas de jabón. Es difícil sentirse rico así.
La riqueza la llevan adentro y la esperanza la llevan adentro. Pero no es fácil
por todo esto que les estoy diciendo y dijeron ustedes.
Faltan
oportunidades de trabajo, dijeron Alberto y Roberto. Pero, pese a todo, esto no
me voy a cansar de decirlo: ustedes son la riqueza de México. Roberto vos
dijiste una frase que se me escapó cuando leí tu apunte. Quiero detenerme. Vos
dijiste que perdiste algo. Y no dijiste que perdí el celular, perdí la
billetera con plata, perdí el tren porque llegué tarde. Perdiste, perdimos el
encanto de disfrutar del encuentro, perdimos el encanto de caminar juntos,
perdimos el encanto de soñar juntos. Y para que esta riqueza movida por la
esperanza vaya adelante hay que caminar juntos, hay que encontrarse, hay que
soñar, no pierdan el encanto de soñar. Atrévanse a soñar. Soñar, que no es lo
mismo que estar dormilones, eso no ¿eh?
No
crean que les digo esto, de que ustedes son la riqueza de México y esa riqueza
con la esperanza va adelante, porque soy bueno, o porque la tengo clara, no
queridos amigos, no es así. Les digo esto y estoy convencido, ¿saben por qué?
Porque como ustedes creo en Jesucristo. Y creo que Daniela fue muy fuerte
cuando nos habló de esto. Yo creo en Jesucristo y por eso les digo esto. Él es
quien renueva continuamente en mí la esperanza, es Él el que renueve
continuamente mi mirada. Es Él quien despierta en mí, o sea en cada uno de
nosotros, el encanto de disfrutar, el encanto de soñar, el encanto de trabajar
juntos. Es él quien continuamente me invita a convertir el corazón. Sí,
amigos míos, les digo esto porque en Jesús yo
encontré a Aquel que es capaz de encender lo mejor de mí mismo. Y es de
su mano que podemos hacer camino, es de su mano que una y otra vez podemos
volver a empezar, es de su mano que podemos animarnos a decir: Es mentira que
la única forma de vivir, de poder ser joven es dejando la vida en manos del
narcotráfico o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar
destrucción y muerte. Eso es mentira y lo decimos de la mano de Jesús. Es
también de la mano de Jesús, de Jesucristo el Señor que podemos decir que es
mentira que la única forma que tienen de vivir los jóvenes aquí es en la
pobreza y en la marginación; en la marginación de oportunidades, en la
marginación de espacios, en la marginación de la capacitación y educación,
en la marginación de la esperanza. Es Jesucristo el que desmiente todos los
intentos de hacerlos inútiles, o meros mercenarios de ambiciones ajenas. Son
las ambiciones ajenas las que a ustedes los marginan para usarlos en todas
estas cosas que yo dije y que saben y que terminan en la destrucción. Y el
único que me puede tener bien fuerte de la mano es Jesucristo. Él hace que esta
riqueza se transforme en esperanza.
Me
han pedido una palabra de esperanza, la que tengo para darles, la que está en
la base de todo, se llama Jesucristo. Cuando todo parezca pesado, cuando
parezca que se nos viene el mundo encima, abracen su cruz, abrácenlo a Él y,
por favor, nunca se suelten de su mano aunque les esté llevando adelante
arrastrando. Y si se caen una vez, déjense levantar por Él. Los alpinistas
tienen una canción muy linda que a mí me gusta repetirla a los jóvenes.
Mientras suben van cantando: ‘En el arte de ascender, el triunfo no está en no
caer sino en no permanecer caído’. Ese es el arte. ¿Y quién es el único que te
puede agarrar de la mano para que no permanezcas caído? Jesucristo. El
único. Jesucristo que a veces te manda un hermano para que te hable y
te ayude. No escondas tu mano cuando estás caído. No le digas no me mires que
estoy embarrado o embarrada. No me mires que ya no tengo remedio. Solamente
déjate agarrar la mano y agárrate a esa mano. Y la riqueza que tienes adentro,
sucia, embarrada, dada por perdida, va a empezar otra vez de la esperanza a dar
su fruto pero siempre pero siempre agarrado de la mano de Jesucristo. No se
olviden. En el arte de ascender, el triunfo no está en no caer sino en no
permanecer caído. No se permitan permanecer caídos. Nunca ¿De acuerdo? Y si ven
un amigo o una amiga que se pegó un resbalón en la vida y se cayó, anda y
ofrécele la mano. Ofrécesela con dignidad. Ponte al lado de él, al lado de
ella, escúchalo. No le digas ‘te traigo la receta’ No, como amigo, despacito,
dale fuerza con tu palabra, dale fuerza con la escucha. Esa medicina que se va
olvidando la “escucho-terapia”. Déjalo hablar, déjalo que te cuente y entonces
poquito a poco te va a ir extendido la mano y vos lo vas a ayudar en nombre de
Jesucristo. Pero si vas de golpe y empiezas a predicarle y a darle, darle, pues
pobrecito lo vas a dejar peor que como estaba. ¿Está claro?
Nunca
se suelten de la mano de Jesucristo. Nunca se aparten de Él. Y si se apartan,
se levantan y sigan adelante. Él comprende lo que son estas cosas. Porque de la
mano de Jesucristo es posible vivir a fondo, de su mano es posible creer que la
vida vale la pena, vale la pena dar lo mejor de sí, ser fermento, ser sal, ser
luz en medio de sus amigos, de sus barrios, de su comunidad, en medio de la
familia. Después Rosario voy a hablar un poquito de esto que vos dijiste de la
familia. Por eso, queridos amigos, de la mano de Jesús les pido que no se
dejen excluir, no se dejen desvalorizar, no se dejen tratar como mercancía.
Jesús nos dio un consejo para esto, para no dejarnos excluir, para no dejarnos
desvalorizar. Sean astutos como serpientes y humildes como palomas. Las dos
virtudes juntas. A los jóvenes viveza no les falta, a veces les falta la
astucia para que no sean ingenuos. Las dos cosas, astutos pero sencillos,
bondadosos. Es cierto, que por este
camino capaz que no tendrán el último carro en la puerta, no tendrán los
bolsillos llenos de plata, pero tendrán algo que nadie nunca podrá sacarles
que es la experiencia de sentirse amados, abrazados y acompañados. Es el
encanto de disfrutar del encuentro, el encanto de soñar en el encuentro de todos.
Es la experiencia de sentirse familia, de sentirse comunidad. Y es la
experiencia de mirar al mundo, a la cara, con la frente alta. Sin el carro, la
plata, pero la frente alta, la dignidad. Tres palabras que las vamos a repetir:
riqueza, que se la dieron; esperanza porque quieren abrirse a la esperanza;
dignidad. ¿Lo repetimos? Riqueza, esperanza, dignidad. La riqueza que Dios le dio a ustedes, ustedes
son la riqueza de México. La esperanza que les da Jesucristo. Y la dignidad que
les da el no dejarse sobar el lomo y ser mercadería para los bolsillo de otros.
Hoy
el Señor los sigue llamando, los sigue convocando, al igual que lo hizo con el
indio Juan Diego. Los invita a construir un santuario. Un santuario que no es
un lugar físico, sino una comunidad, un santuario llamado parroquia, un
santuario llamado Nación. La comunidad, la familia, el sentirnos ciudadanos,
es uno de los principales antídotos contra todo lo que nos amenaza, porque nos
hace sentir parte de esta gran familia de Dios. No para refugiarnos, no para
encerrarnos, para escaparnos de las amenazas de la vida o los desafíos, al
contrario, para salir a invitar a otros; para salir a anunciar a otros que ser
joven en México es la mayor riqueza y por lo tanto, no puede ser sacrificada.
Y porque es riqueza es capaz de tener esperanza y nos da dignidad. Otra vez las
tres palabras. Riqueza, esperanza y dignidad. Riqueza, esa que Dios nos dio y
tenemos que hacer crecer.
Jesús,
el que nos da la esperanza, nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos
llama discípulos, nos llama amigos. Jesús nunca nos mandaría al muere, sino
que todo en Él es invitación a la vida. Una vida en familia, una vida en
comunidad; una familia y una comunidad a favor de la sociedad. Y aquí Rosario
retomo lo que vos dijiste, una cosa tan linda. En la familia se aprende
cercanía, se aprende solidaridad, se aprende a compartir, a discernir, a llevar adelante los problemas unos de
otros, a pelearse y arreglarse, a discutir y abrazarse y besarse. La familia es
la primera escuela de la nación. Y en la familia está esa riqueza que tienen
ustedes. La familia es como quien custodia esa riqueza. Y en la familia van a
encontrar esperanza porque está Jesús. Y en la familia van a tener dignidad.
Nunca, nunca dejen de lado la familia. La familia es la piedra de base de la
construcción de una gran nación. Ustedes son riqueza, tienen esperanza y
sueñan, también Rosario habló de soñar. ¿Ustedes sueñan con tener una familia?
Casi no escuché la respuesta ¿eh?
Queridos
hermanos ustedes son la riqueza de este país y, cuando duden de eso, miren a
Jesucristo, que es la esperanza, el que desmiente todos los intentos de
hacerlos inútiles, o meros mercenarios de ambiciones ajenas.
Les
agradezco este encuentro y les pido que recen por mí. Gracias.
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