Homilía de la Misa del Papa con sacerdotes y religiosos en Morelia
Fueron más de 20 kil los participantes...
Frasncisco fue recibido por el cardenal Alberto Suárez Inda - su amigo-, en medio de un gran ambiente de fiesta con gritos como “¡Te queremos, Papa, te queremos!” o “¡Papa, amigo, eres bienvenido!”.
Antes de iniciar la Misa pidió rezar por el Arzobispo Emérito de Hermosillo, Mons. Carlos Quintero Arce, fallecido ayer a la edad de 96 años, dijo: “en esta Santa Misa les pido que recordemos a Monseñor Carlos Quintero Arce (1920-2016), Arzobispo Emérito de Hermosillo, que el Señor llamó anoche a los 96 años, que lo premie por todo su trabajo en medio de su pueblo”.
Don Carlos fue uno de los padres participantes del Concilio Vaticano II.
En su homilía, ha dicho que “nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida”.
“Ay de nosotros si no somos testigos de lo que hemos visto y oído, ay de nosotros. No somos ni queremos ser funcionarios de lo divino, no somos ni queremos ser nunca empleados de Dios, porque somos invitados a participar de su vida, somos invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: «Padre nuestro».
La homilía que pronunció:
Y a los seminaristas cuando entran al seminario muchas veces me preguntaban Padre pero yo quisiera tener una oración más profunda, más mental. Mira sigue rezando como te enseñaron en tu casa y después poco a poco tu oración irá creciendo como tu vida fue creciendo. A rezar se aprende como en la vida.
Y
nos ha invitado a nosotros a lo mismo. Nuestra primera llamada es a hacer
experiencia de ese amor misericordioso del Padre en nuestra vida, en nuestra
historia. Su primera llamada es introducirnos en esa nueva dinámica de amor, de
filiación. Nuestra primera llamada es aprender a decir «Padre nuestro», como
Pablo insiste, Abba.
¡Ay
de mí sino evangelizara!, dice Pablo. ¡Ay de mí! porque evangelizar -prosigue-
no es motivo de gloria sino de necesidad (cf. 1 Co 9,16).
Nos
ha invitado a participar de su vida, de la vida divina, ay de nosotros si no la
compartimos..-consagrdas.., seminaristas, obispos..- ay de nosotros consagrados, consagradas, seminaristas, obispos, ay
de nosotros si no la compartimos, ay de nosotros si no somos testigos de lo que
hemos visto y oído, ay de nosotros.
¡No queremos ser funcionarios de lo divino!, no somos ni queremos ser nunca empleados de la empresa de Dios, porque somos invitados a participar de su vida, somos invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: «Padre nuestro». ¿Y qué es la misión sino decir con nuestra vida, desde el principio hasta el final como nuestro hermano obispo que murió anoche, que es la misión sino decir con nuestra vida: «Padre nuestro»?
¡No queremos ser funcionarios de lo divino!, no somos ni queremos ser nunca empleados de la empresa de Dios, porque somos invitados a participar de su vida, somos invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: «Padre nuestro». ¿Y qué es la misión sino decir con nuestra vida, desde el principio hasta el final como nuestro hermano obispo que murió anoche, que es la misión sino decir con nuestra vida: «Padre nuestro»?
A
este Padre nuestro es a quien rezamos con insistencia todos los días: y que le
decimos en una de esas cosas no nos dejes caer en la tentación. El mismo Jesús
lo hizo. Él rezó para que sus discípulos -de ayer y de hoy- no cayéramos en la
tentación. ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar? ¿Cuál
puede ser una de las tentaciones que brota no sólo de contemplar la realidad
sino de caminarla? ¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces
dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio
por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la
precariedad? ¿Qué tentación podemos tener nosotros una y otra vez, nosotros
llamados a la vida consagrada, al presbiterado, al episcopado, que tentación
podemos tener frente a todo esto, frente a esta realidad que parece haberse
convertido en un sistema inamovible?
Creo
que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y frente a esta
realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la
resignación. ¿Y qué le vas a hacer?, la vida es así. Una resignación que nos
paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una
resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras
«sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide
anunciar, sino que nos impide alabar. Nos quita la alegría, el gozo de la
alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena
para arriesgar y transformar.
Por
eso, Padre nuestro, no nos dejes caer en la tentación.
Qué
bien nos hace apelar en los momentos de tentación a nuestra memoria. Cuánto nos
ayuda el mirar la «madera» de la que fuimos hechos. No todo ha comenzado con
nosotros, y tampoco todo terminará con nosotros, por eso cuánto bien nos hace
recuperar la historia que nos ha traído hasta acá.
Y,
en este hacer memoria, no podemos saltearnos a alguien que amó tanto este lugar
que se hizo hijo de esta tierra. A alguien que supo decir de sí mismo: «Me
arrancaron de la magistratura y me pusieron en el timón del sacerdocio, por
mérito de mis pecados. A mí, inútil y enteramente inhábil para la ejecución de
tan grande empresa; a mí, que no sabía manejar el remo, me eligieron primer
Obispo de Michoacán» (Vasco Vázquez de Quiroga, Carta pastoral, 1554).
Agradezco,
paréntesis, al Señor Cardenal Arzobispo que haya querido que se celebrase esta
Eucaristía con el báculo de este hombre y el cáliz de él. Con ustedes quiero
hacer memoria de este evangelizador, conocido también como Tata Vasco, como «el
español que se hizo indio». La realidad que vivían los indios Purhépechas
descritos por él como «vendidos, vejados y vagabundos por los mercados,
recogiendo las arrebañaduras tiradas por los suelos», lejos de llevarlo a la
tentación y de la acedia de la resignación, movió su fe, movió su vida, movió
su compasión y lo impulsó a realizar diversas propuestas que fuesen de
«respiro» ante esta realidad tan paralizante e injusta.
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