El
Daesh y los fuegos fatuos/Baltasar Garzón es jurista y Dolores Delgado es fiscal.
El
yihadismo debe combatirse sin las limitaciones de nuestros propios miedos e
intereses
El País, 24
MAR 2016
Tras
los atentados del 13 de noviembre en París, donde perdieron la vida 130
personas, Bélgica se puso en estado de alerta. Se encapsuló la capital,
Bruselas, por el origen y la vinculación de algunos de los partícipes en
aquellos atentados. Se buscó hasta debajo de las piedras a los terroristas. Las
investigaciones no han cesado, y, sin embargo, como si de un reloj de precisión
se tratara, a pesar de las medidas extremas, el terror se ha hecho de nuevo
presente en el metro y en el aeropuerto de la capital belga el 22 de marzo. Los
terroristas siempre tienen su agenda propia. Nos evalúan, nos estudian, nos
amenazan, y, cuando consideran adecuado, nos golpean.
Los
ataques sobre el territorio sirio o iraquí, ahora en Libia y después donde
corresponda, no hacen disminuir la tensión que los terroristas generan porque
su particular califato lo tienen en la cabeza y lo aplican y establecen en
cualquier microespacio que les convenga. Ese califato no es necesariamente un
lugar donde vivir, ni un lugar donde luchar, aunque también, sino un espacio en
el que morir por algo que no podemos erradicar ni combatir de forma definitiva.
Ahora,
tras los atentados terroristas ocurridos en Bruselas en los que, de momento,
han perdido la vida 34 personas y más de 200 han quedado heridas, la pregunta
que surge es: ¿cuál será el siguiente? Si, como afirmamos, el califato es una
entelequia, una quimera, algo inmaterial, seguiremos sintiendo el aliento del
terror en la nuca. Eso es lo que pretenden los terroristas, apropiarse de
nuestra vida, para destruirla, ocupar nuestras mentes, sin opciones diferentes
al terror. Por eso necesitamos racionalizar sobre lo ocurrido, procesar los
datos que nos llegan y encontrar respuestas que nos permitan prever posibles
acciones terroristas.
Insistir
en que el terrorismo es la sinrazón, uno de los crímenes más perversos
imaginables, nos convierte en más vulnerables, porque eso es lo que persiguen
quienes revientan a decenas de personas en cualquier lugar del mundo. Analizar
la irracionalidad de ese actuar es necesario, pero no puede quedar solo ahí. En
Bruselas se han repetido los perfiles de los terroristas que actuaron el pasado
13 de noviembre en París. Los patrones de conducta son los mismos. La forma de
actuar con acciones violentas secuenciales es idéntica. No nos sorprendería que
algunos de los actores que han participado en estos atentados coincidan con los
que tuvieron alguna intervención en los del país vecino. A la espera de
confirmación, las armas empleadas pueden tener idéntico origen y los artefactos
explosivos los mismos componentes y la misma mano creadora. París fue golpeado
en el ocio y Bruselas en el trabajo. Pero, en cualquiera de los casos, los
objetivos finales eran los mismos: generar terror, crear el caos y obtener la
máxima repercusión pública de sus acciones.
La
amenaza terrorista depende de factores geopolíticos, socioeconómicos,
diplomáticos, culturales o de una coyuntura
Frente
al dolor y la tristeza por las víctimas, nuevamente se tendrá la tentación de
responder desde las tripas, con la desesperación. Llamar a la guerra contra el
terrorismo puede consolar la frustración frente a ese califato inmaterial, pero
no atajará la amenaza terrorista. La militancia de la organización terrorista
del Estado Islámico (Daesh) está en Europa. Por ello, la reacción debe ser
mucho más profunda. Una política como la que estamos enfrentando respecto a la
inmigración suscita elementos favorables a la ampliación del califato; una
falta de persecución efectiva contra el tráfico de armas, también. Los
explosivos no vinieron de Irak; los terroristas tampoco. Hemos generado un
monstruo que, como los fuegos fatuos, emerge en las ciénagas de la incompetencia,
que se desvanece cuando te acercas y se regenera cuando debates sobre su propia
existencia. Como aquellos, el mal anida en las mentes contaminadas, y es ahí
donde debemos combatirlo porque ningún análisis científico, geoestratégico u
operativo nos va a dar la solución.
Es
cierto que la amenaza terrorista depende de muchísimos factores geopolíticos,
socioeconómicos, diplomáticos, culturales o de una determinada coyuntura. Por
ejemplo, cuando España apoyó la guerra en Irak aumentó exponencialmente nuestro
riesgo de atentado. Y, por ello, es preciso estar atento a esas circunstancias,
que pueden disparar el nivel de riesgo concreto, pero, como estamos
comprobando, los mecanismos de respuesta rápida no funcionan. Nuestra sociedad
está diseñada para vivir en forma abierta, la del Estado Islámico en forma
herméticamente cerrada, y por ello nos ganarán la partida a corto plazo. De
momento, hacemos lo previsible, pero es el tiempo de plantearnos acciones a
largo plazo. Acciones no meramente reactivas frente a un ataque, sino
proactivas y trasversales. Necesitamos preparar nuestras mentes para esta
realidad, no cerrar los ojos ante ella; precisamos un buen trabajo coordinado
de inteligencia; un trabajo sistemático y coordinado de policías, jueces y
fiscales, políticos, sindicatos, empresarios, educadores, servicios sociales,
clérigos de las comunidades religiosas involucradas, mas allá de una respuesta
sectorial, esta debe ser global. Serán políticas de integración y no de
discriminación las que venzan el sentimiento de venganza que está germinando
respecto de Occidente. Precisamos expulsar el califato de las mentes
receptivas, aislarlo de los principios que lo impulsan, y, por supuesto de los
medios que lo mantienen.
La
universalidad o globalidad de las acciones terroristas yihadistas y su
multiforme desarrollo, deben combatirse sin las limitaciones que nuestros
propios miedos e intereses nos imponen. No podemos combatir esa explosión
universal del terror con la limitación universal de las respuestas que favorecen,
no la ampliación de los derechos, sino la expansión e instalación del califato
entre nosotros. El objetivo es detener su expansión, evitar que se extienda esa
ideología patógena a miles de seguidores, porque, en otro caso, un ejército de
hombres y mujeres pondrán sus mentes y cuerpos a disposición de una
"causa" inabarcable para quienes traten de confrontarla.
Los
explosivos no vinieron de Irak; los terroristas tampoco. Hemos generado un
monstruo
Internet
y las redes sociales como aplicaciones de telefonía móvil se han convertido en
una herramienta increíblemente eficaz para los terroristas. A través de la Red
se recluta, se adoctrina, se prepara, se incentiva, se realizan actividades de
propaganda y comunicación. Además, se establecen sistemas de financiación. Se
facilitan contactos, rutas, caminos para realizar la Yihad. Convirtiéndose en
un campo de entrenamiento virtual en el que se aprende desde la fabricación de
un artefacto explosivo hasta las técnicas más sofisticadas de ocultarse ante
una investigación o seguimiento policial.
Se
trata, pues, de un terrorismo metamórfico y mutante. Ello ha obligado a los
investigadores a modificar sus sistemas de investigación y a moverse en
aquellos espacios, incluidos los virtuales, por los que transitan los terroristas,
que han aprendido de todos sus errores y de los nuestros y usan las tecnologías
como aquellos que les combaten. Han aprendido, ellos sí, que la universalidad
de sus acciones es imparable y se expande por la Red en todos los recovecos
posibles e insondables de la comunicación. Hoy, además del triunfo de la
muerte, se ha producido el de la propaganda que adoctrina, prepara, incentiva,
a miles o quizás millones de seguidores del terror.
Sigue
siendo válida la afirmación cuatro siglos después el planteamiento de Castelio
frente a Calvino. Conciencia frente a violencia. La sociedad, hoy rota por el
dolor, debe dar muestras de solidez en lo político, qué decir de España; en lo
social y humanitario, qué decir de Europa; en la conjugación de los principios
de seguridad y libertad, para prevenir los males que nos atenazan y nos
oprimen.
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