25 mar 2016

Y después de Obama, ¿qué?/

Y después de Obama, ¿qué?/Ernesto Hernández Busto es ensayista cubano.

 El Español | 24 de marzo de 2016.
Las expectativas por una visita que ha sido calificada de “histórica” antes incluso de que tuviera lugar obligan a interpretar el ceremonial de manera simbólica: Raúl Castro no fue a recibir a Obama y su familia al aeropuerto, pero se le vio contento y relajado cuando acudió a despedirlos.
Ha pasado ya la prueba más difícil –esa amenaza tan bien captada en una foto de Reuters donde se ve el Air Force One contra un cielo nublado a punto de aterrizar en La Habana- y queda ahora la sensación de resaca tras los tres días de una visita en la que el presidente norteamericano intentó (no siempre con éxito pero tampoco sin ganancias parciales) traspasar las fronteras de una realidad editada e inevitablemente deformada por 57 años de propaganda oficial antinorteamericana.
Es evidente que, a estas alturas de su mandato, Obama quiere dejar una huella histórica en su cuestionada política exterior. Cuba ha sido la oportunidad perfecta, y sus asesores, en especial el omnipresente Ben Rhodes, no paran de repetir aquello que el presidente quiere escuchar: que la nueva doctrina podrá conjurar el fracaso de cinco décadas de políticas agresivas y fallidas. Para llegar a esta conclusión, han tenido que adelantarse al futuro, pero también que ejercer como hábiles traductores, no sólo de las intenciones de EEUU sino, a veces, de las impresentables doctrinas de sus anfitriones sobre temas como democracia, derechos humanos y “soberanía”.

A diferencia de otros visitantes complicados, como los papas Juan Pablo II y Francisco, o el ex presidente James Carter, que tuvieron pocas oportunidades de cuestionar el discurso oficial ante una audiencia amplia, Obama desplegó una agenda muy bien diseñada, con la intención de conectar directamente con el pueblo cubano. No programó un encuentro con Fidel Castro, que habría sido un espaldarazo simbólico al castrismo y una ofensa para el exilio cubano. Dejó claro que se reuniría con los disidentes. Pidió que su discurso oficial fuera televisado en vivo para toda la isla. Su participación en el programa humorístico más visto de la TV cubana, y sus múltiples guiños lingüísticos -no siempre felices- en el argot local apuntaban al cubano de a pie.
Por los testimonios independientes que pudimos ver, no hay dudas de que el presidente correspondió a la curiosidad de los cubanos y logró ganarse sus simpatías. En su paseo bajo la lluvia por la Habana Vieja o la comida en una paladar elegante, el recibimiento y la obamanía de los habaneros logró desbordar por momentos el acartonado protocolo oficial y los cordones sanitarios de la propaganda oficial, que había advertido contra un exceso de efusividad.
Horas antes de su visita, el Gobierno de Raúl Castro había dejado claro que seguiría reprimiendo: por 45º domingo consecutivo, las Damas de Blanco y los activistas del Foro por los Derechos y Libertades fueron detenidos con violencia; también esta vez se repitió la rutina de la represión y la vigilancia (golpes, progroms de dudosos simpatizantes espontáneos coreando consignas progubernamentales e insultando a los disidentes, teléfonos móviles desconectados por la única compañía telefónica del gobierno, medios censurados, gente detenida al salir de su casa, periodistas independientes amenazados, traslados a las estaciones de policía y liberación pocas horas después, etcétera).
Cuando el avión presidencial tocó la pista del Aeropuerto Internacional José Martí, y @POTUS envió un tuit que decía “Que bolá, Cuba” ya las agencias de noticias mostraban imágenes de una aparatosa represión contra un puñado de cubanos que insisten valerosamente en  hablarle a una nación de sordos.
Al mismo tiempo, un grupo de compañías (cruceros Carnival, AirB&B, ahora con permiso para abrir su base de datos cubana al público europeo, Western Union, Booking, la cadena de hoteles Starwood…) se apresuraban a anunciar sus nuevos planes de negocio en la isla. ¿Podrán estas inversiones -vinculadas sobre todo al creciente turismo y obligadas aún a negociar a través de intermediarios estatales o a pactar con las poderosas compañías militares que controlan la industria turística- mejorar la vida del cubano común y corriente? Es posible. ¿Acabarán por “empoderar”, -como no se cansan de repetir el presidente Obama y sus asesores- a la sociedad civil cubana en su conjunto? Es más que dudoso.
Tras la surrealista coreografía que tanto ha impactado a los corresponsales extranjeros (esa foto oficial de la delegación norteamericana en la Plaza de la Revolución, con un gigantesco Che Guevara como telón de fondo, cuestiona cinco décadas de Guerra Fría), Obama dejó escrito en el libro de visitantes al Monumento José Martí la siguiente frase. “Su pasión por las libertades civiles, por la libertad y la autodeterminación vive todavía hoy en el pueblo cubano”.
Bonito, pero falso. Tras cinco décadas de propaganda y promesas incumplidas, hoy la inmensa mayoría de los cubanos, sobre todos las nuevas generaciones, está atrapada entre el apoliticismo, el miedo, la lucha por la supervivencia y el deseo de emigrar. Una reciente columna de un periodista cubano, publicada en una recién inaugurada web de periodismo independiente, explica en detalle la manera minuciosa en que el Estado castrista ha terminado por alejar de la nación cubana todos esos ideales martianos que Obama cita y elogia.
No hubo mejor escenario de estas contradicciones que la improvisada conferencia de prensa en que un locuaz Obama y un nervioso y antipático Raúl Castro se enfrentaron a la prensa extranjera. La conferencia había sido cancelada, pero Obama, al parecer, consiguió convencer a su anfitrión de que salieran juntos a responder “una o dos cuestiones”. Algunos opinan que fue una trampa. Pero hubiera sido raro para el protocolo que no salieran ambos a calmar las expectativas de los corresponsales locales (los adocenados periodistas oficiales cubanos) y extranjeros.
El espectáculo que siguió, y que toda Cuba pudo seguir por televisión, fue uno de los grandes momentos de esta visita. La habitual torpeza de Raúl Castro ante la prensa no complaciente demostró a propios y ajenos lo lejos que está Cuba de tener como presidente a un verdadero estadista, y los años luz que la separan de un gobierno realmente democrático. El ridículo de ver a un enfurecido Raúl Castro negar la existencia de presos políticos en la isla (con los mismos argumentos que Videla negaba la existencia de “desaparecidos” en la Argentina de 1979) fue una experiencia didáctica y no por divertida menos preocupante.
Como comentaba alguien en Twitter, lo que evidencia una dictadura no es sólo que haya presos políticos, o que el general presidente dispense un trato intimidatorio a los periodistas que no le hacen la corte, sino que pida públicamente que le den los nombres para “liberarlos ya”. Sobre la lista, el campeón de ajedrez Kasparov hizo un chiste memorable (también en Twitter): “¿Lista? ¡El país completo es un prisionero político!”.
Tras un saludable e interesante encuentro con jóvenes cuentapropistas (algunos reales, otros viejos cuadros del régimen reciclados como empresarios), Obama tuvo su otro gran momento cubano: un discurso en el Gran Tetro de La Habana donde defendió las virtudes de la democracia norteamericana y alabó al exilio cubano.
Lejos de los grandes momentos de John F. Kennedy (“Ich bin ein Berliner“) o de Ronald Reagan en Berlín (“Mr. Gorbachev, tear down this Wall!”) su estilo conciliador dejó claro, sin embargo, que el gobierno cubano “no debe temer a EEUU ni a las voces diferentes del pueblo”.
Sin embargo, detrás de esta retórica soft power y la confianza en que el turismo creciente y la nueva dinámica económica lograrán facilitar una transición política, hay un problema conceptual: esa política ahora criticada tenía una razón de ser (expropiaciones, fusilamientos, financiación de guerrillas a través de todo el continente, presos políticos, campos de concentración/trabajo forzado, discriminación violenta contra homosexuales y disidentes, y un larguísimo etcétera que por desgracia, como recordaba el académico Pablo de Cuba, no ha perdido la menor actualidad).
De ahí que los escasísimos aplausos que se oyeron en el Gran Teatro de La Habana luego de un discurso más que civilizado, que jugó muy bien con las referencias culturales que unen a las dos naciones y tocó de forma incisiva el tema del futuro de los jóvenes cubanos, sean la mejor respuesta a quienes dicen que valió la pena hacer concesiones a una dictadura o a quienes ya han calificado de épica y trascendental esta incursión en territorio comanche.
El equipo de Tampa derrotó a los cubanos en el partido amistoso de béisbol. Se fueron Obama y su sonrisa, y todo en la isla volvió a la gris normalidad. Ahora, como me decía un amigo, será difícil explicarle a los cubanos que Obama no es su presidente; que todas esas esperanzas que habían depositado en él -y que antes depositaron en Chávez, y antes aún en la Unión Soviética-, deben enfrentarse a la dura realidad de un régimen que busca cómo perpetuarse aunque para ello tenga que despojarse, como en tantas ocasiones anteriores, de una ideología repetida durante años. Lo que siempre ha importado, tanto a Fidel como a Raúl Castro, es el poder, no las palabras que lo envuelven.
Por lo pronto, la propaganda oficial ha vuelto a desplegar su maquinaria para opacar el mensaje democrático de Obama. El discurso del “miedo al Imperio” goza, por lo visto, de excelente salud. Un joven que protestó “en directo” y gritó “¡Abajo los Castro!” ante unas cámaras de TV norteamericanas fue arrestado de inmediato ante los ojos atónitos del comentarista deportivo. Y la nueva orientación del Partido es repetir, de todas las maneras y en todos los canales posibles, que los cambios que Cuba necesita se hicieron “hace 57 años”.

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