La Yihad de Europa/ Luis de la Corte Ibáñez
ABC
| 24 de marzo de 2016
Los
atentados perpetrados el pasado martes en Bruselas buscaban producir un daño e
impacto elevados. Tales objetivos determinaron los detalles operativos del
plan, llevando al resultado de 31 víctimas mortales y unos 270 heridos. Los
perpetradores profesan una versión radical y minoritaria del islam sunní
(salafismo yihadista) y su acción fue rápidamente reivindicada por Daesh (o
autodenominado Estado islámico). Ha sido la primera acción de tales
características perpetrada en Bélgica. Este país había dado mucho que hablar
desde los ataques masivos en París, preparados en Bruselas. Preocupa
especialmente que varios de los autores de los atentados de noviembre de 2015
en París (137 muertos) hayan conseguido permanecer ocultos durante meses en
Molenbeeck, un barrio suburbial de la capital belga, lo que probablemente solo
pudo ocurrir gracias a la pervivencia de una tupida red de colaboradores y
simpatizantes. Indudablemente, Bélgica venía enfrentando unos niveles de
peligrosidad a los que su sistema de seguridad no ha sabido hacer frente y
llama la atención que esto no se haya reconocido públicamente hasta hace pocos
meses. Pues la de París no fue la primera tentativa terrorista ligada a
Bélgica.
Desde finales del siglo pasado ese país había alojado a numerosas
células y militantes radicales, incluidos responsables del 11-M y en los
últimos años se ha venido significando por emitir la mayor cantidad (en
términos proporcionales) de voluntarios desplazados desde Europa a filas
yihadistas en Siria: unos 500, de los cuales han regresado unos 120. Pero no
simplifiquemos el problema, que se extiende en círculos concéntricos, siendo
Europa el siguiente a Bélgica.
Durante
la última década del siglo pasado Europa sirvió de refugio para combatientes
yihadistas llegados desde guerras como las libradas en Afganistán hasta 1989 y
luego en Argelia, Bosnia o Chechenia. Además de permitir la creación de una
primera generación de extremistas residentes en Europa, estos veteranos y un
cierto número de predicadores aprovecharon las libertades y la seguridad de las
que aquí gozaron para apoyar la continuidad de aquellas luchas o la apertura de
otros frentes de yihad, con propaganda, logística, financiación y nuevos voluntarios
para el combate. Por tanto, antes que otra cosa Europa fue santuario de
yihadistas y sus Estados asumieron que ese papel les libraría de la violencia:
un error del que sólo se salió a base de… terror.
Desde
1995 hasta la actualidad, Europa ha padecido cuatro oleadas de intensa
actividad terrorista promovida en nombre de la yihad. La primera la
protagonizaron militantes argelinos y afectó a Francia (pero también a Bélgica
y Reino Unido, donde esa organización implantó células e infraestructuras). La
segunda, que sólo implicó tentativas fallidas, tuvo lugar desde el año 2000,
por obra de Al Qaida, con prioridad para atacar objetivos estadounidenses y
judíos. La tercera, también alentada por Al Qaida, se activó tras la invasión
de Irak (2003) y trajo los atentados de Madrid (191 víctimas mortales) y
Londres (con 56 muertos). Pero la cuarta, en la que se inscriben los atentados
de Bruselas y los de París en noviembre de 2015, ha sido principalmente
promovida por Daesh, en parte como consecuencia de la posición e influencia
ganadas gracias a las guerras de Siria e Irak. Aunque estos cortes temporales
no deben ocultar la continuidad de las dinámicas yihadistas desplegadas en
Europa. Además, varios atentados menores aparte, desde finales de los años 90
se han desarticulado cientos de redes yihadistas y abortado varias decenas de
planes terroristas preparados o por preparar en Europa, algunos de gran
letalidad. Por tanto, la amenaza se ha mantenido activa y en una dimensión muy
superior a la que sugieren los pocos ataques infligidos.
Pero
el problema no empieza ni acaba en Europa. Afecta a todo Occidente y se
concentra en varios puntos geográficos del mundo musulmán, cuyos habitantes lo
padecen en su máxima expresión, no sólo como un problema de terrorismo sino a
través de guerras abiertas, catástrofes humanitarias y como factor de
desestabilización geopolítica. Y todo eso revierte negativamente sobre Europa
en múltiples formas (donde además caemos fácilmente en el masoquismo de
culparnos por el daño que los yihadistas quieren infligirnos).
Mirando
al futuro, existen varios factores de riesgo que crean vulnerabilidades
específicas en las sociedades europeas. Europa es el corazón histórico de
Occidente y para los yihadistas es esencial continuar presentándose como los vengadores
de agravios e injusticias que atribuyen a los «cruzados». Los europeos tenemos
intereses y estamos presentes en todo el mundo, así que nunca podremos
desentendernos de lo que ocurra en los países musulmanes (como los yihadistas
desean). Y a la vista está que Europa continúa incubando vocaciones yihadistas
entre nuestras comunidades islámicas, pues la radicalización es un fenómeno
complejo, de muy difícil prevención, especialmente en ciertas áreas urbanas
donde se mezclan condiciones de marginalidad, criminalidad e impunidad. El caso
hoy más evidente es Mollenbeeck pero no hay ningún país europeo que no cuente
con uno o varios barrios más o menos semejantes. Asimismo hay que contar con
los jóvenes europeos movilizados hacia Siria, en proporciones sin precedentes
(más de 5.000).
Desde
hace dos años el retorno de una porción de esos combatientes, junto con la
frustración de otros por no haber podido desplazarse al citado conflicto, se ha
convertido en un desafío mayúsculo que sobrepasa las capacidades de los
servicios de seguridad e inteligencia y cuyas letales consecuencias ya se han
demostrado en París y Bruselas. Por último, a medida que Daesh pierda fuerza en
Siria e Irak esa debilidad seguramente se traduzca en una actividad terrorista
más intensa o frecuente en Europa.
A
todos esos problemas habrá que hacerles frente con serenidad y firmeza. El
derrotismo es una tentación contraproducente que conviene evitar. Contra lo que
se tiende a pensar tras cada atentado, no todo se ha hecho mal en estos años.
Los responsables de la seguridad europea nos han ahorrado más de una tragedia y
rara vez se reconoce. Pero, más allá de las solemnes invocaciones del momento a
los altos valores que amamos, queda mucho trabajo por hacer. Ciertamente.
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