25 mar 2016

La Yihad de Europa/ Luis de la Corte Ibáñez

La Yihad de Europa/  Luis de la Corte Ibáñez
ABC | 24 de marzo de 2016
Los atentados perpetrados el pasado martes en Bruselas buscaban producir un daño e impacto elevados. Tales objetivos determinaron los detalles operativos del plan, llevando al resultado de 31 víctimas mortales y unos 270 heridos. Los perpetradores profesan una versión radical y minoritaria del islam sunní (salafismo yihadista) y su acción fue rápidamente reivindicada por Daesh (o autodenominado Estado islámico). Ha sido la primera acción de tales características perpetrada en Bélgica. Este país había dado mucho que hablar desde los ataques masivos en París, preparados en Bruselas. Preocupa especialmente que varios de los autores de los atentados de noviembre de 2015 en París (137 muertos) hayan conseguido permanecer ocultos durante meses en Molenbeeck, un barrio suburbial de la capital belga, lo que probablemente solo pudo ocurrir gracias a la pervivencia de una tupida red de colaboradores y simpatizantes. Indudablemente, Bélgica venía enfrentando unos niveles de peligrosidad a los que su sistema de seguridad no ha sabido hacer frente y llama la atención que esto no se haya reconocido públicamente hasta hace pocos meses. Pues la de París no fue la primera tentativa terrorista ligada a Bélgica. 

Desde finales del siglo pasado ese país había alojado a numerosas células y militantes radicales, incluidos responsables del 11-M y en los últimos años se ha venido significando por emitir la mayor cantidad (en términos proporcionales) de voluntarios desplazados desde Europa a filas yihadistas en Siria: unos 500, de los cuales han regresado unos 120. Pero no simplifiquemos el problema, que se extiende en círculos concéntricos, siendo Europa el siguiente a Bélgica.
Durante la última década del siglo pasado Europa sirvió de refugio para combatientes yihadistas llegados desde guerras como las libradas en Afganistán hasta 1989 y luego en Argelia, Bosnia o Chechenia. Además de permitir la creación de una primera generación de extremistas residentes en Europa, estos veteranos y un cierto número de predicadores aprovecharon las libertades y la seguridad de las que aquí gozaron para apoyar la continuidad de aquellas luchas o la apertura de otros frentes de yihad, con propaganda, logística, financiación y nuevos voluntarios para el combate. Por tanto, antes que otra cosa Europa fue santuario de yihadistas y sus Estados asumieron que ese papel les libraría de la violencia: un error del que sólo se salió a base de… terror.
Desde 1995 hasta la actualidad, Europa ha padecido cuatro oleadas de intensa actividad terrorista promovida en nombre de la yihad. La primera la protagonizaron militantes argelinos y afectó a Francia (pero también a Bélgica y Reino Unido, donde esa organización implantó células e infraestructuras). La segunda, que sólo implicó tentativas fallidas, tuvo lugar desde el año 2000, por obra de Al Qaida, con prioridad para atacar objetivos estadounidenses y judíos. La tercera, también alentada por Al Qaida, se activó tras la invasión de Irak (2003) y trajo los atentados de Madrid (191 víctimas mortales) y Londres (con 56 muertos). Pero la cuarta, en la que se inscriben los atentados de Bruselas y los de París en noviembre de 2015, ha sido principalmente promovida por Daesh, en parte como consecuencia de la posición e influencia ganadas gracias a las guerras de Siria e Irak. Aunque estos cortes temporales no deben ocultar la continuidad de las dinámicas yihadistas desplegadas en Europa. Además, varios atentados menores aparte, desde finales de los años 90 se han desarticulado cientos de redes yihadistas y abortado varias decenas de planes terroristas preparados o por preparar en Europa, algunos de gran letalidad. Por tanto, la amenaza se ha mantenido activa y en una dimensión muy superior a la que sugieren los pocos ataques infligidos.
Pero el problema no empieza ni acaba en Europa. Afecta a todo Occidente y se concentra en varios puntos geográficos del mundo musulmán, cuyos habitantes lo padecen en su máxima expresión, no sólo como un problema de terrorismo sino a través de guerras abiertas, catástrofes humanitarias y como factor de desestabilización geopolítica. Y todo eso revierte negativamente sobre Europa en múltiples formas (donde además caemos fácilmente en el masoquismo de culparnos por el daño que los yihadistas quieren infligirnos).
Mirando al futuro, existen varios factores de riesgo que crean vulnerabilidades específicas en las sociedades europeas. Europa es el corazón histórico de Occidente y para los yihadistas es esencial continuar presentándose como los vengadores de agravios e injusticias que atribuyen a los «cruzados». Los europeos tenemos intereses y estamos presentes en todo el mundo, así que nunca podremos desentendernos de lo que ocurra en los países musulmanes (como los yihadistas desean). Y a la vista está que Europa continúa incubando vocaciones yihadistas entre nuestras comunidades islámicas, pues la radicalización es un fenómeno complejo, de muy difícil prevención, especialmente en ciertas áreas urbanas donde se mezclan condiciones de marginalidad, criminalidad e impunidad. El caso hoy más evidente es Mollenbeeck pero no hay ningún país europeo que no cuente con uno o varios barrios más o menos semejantes. Asimismo hay que contar con los jóvenes europeos movilizados hacia Siria, en proporciones sin precedentes (más de 5.000).
Desde hace dos años el retorno de una porción de esos combatientes, junto con la frustración de otros por no haber podido desplazarse al citado conflicto, se ha convertido en un desafío mayúsculo que sobrepasa las capacidades de los servicios de seguridad e inteligencia y cuyas letales consecuencias ya se han demostrado en París y Bruselas. Por último, a medida que Daesh pierda fuerza en Siria e Irak esa debilidad seguramente se traduzca en una actividad terrorista más intensa o frecuente en Europa.
A todos esos problemas habrá que hacerles frente con serenidad y firmeza. El derrotismo es una tentación contraproducente que conviene evitar. Contra lo que se tiende a pensar tras cada atentado, no todo se ha hecho mal en estos años. Los responsables de la seguridad europea nos han ahorrado más de una tragedia y rara vez se reconoce. Pero, más allá de las solemnes invocaciones del momento a los altos valores que amamos, queda mucho trabajo por hacer. Ciertamente.

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