La
respuesta está en los jóvenes/Nicolás Hernando de Larramendi es miembro del Youth Council for the Future.
El
País | 5 de abril de 2016..
Tras
los brutales atentados de Bruselas, hemos podido ver cómo se ha sucedido una
cadena de emociones en la opinión pública europea. La incredulidad inicial, el
dolor por la pérdida de vidas humanas y las muestras de solidaridad han dado
paso a sensaciones de rabia y de preocupación por la gestión de la crisis.
También se han producido algunas manifestaciones de odio y extremismo
ideológico. Es indudable que Daesh ha querido golpear el corazón de las
instituciones comunitarias, y sembrar el miedo entre la población belga. Se
abre ahora el debate de cómo debemos hacer frente a este desafío, y de qué
analizar los fallos que han dado lugar a esta situación. Parece claro que es necesaria
una mayor coordinación de los sistemas de seguridad de los Estados miembros en
los niveles policial, de inteligencia y de defensa. La puesta en marcha
definitiva del registro de pasajeros debe ser una prioridad. Sin embargo, este
tipo de medidas de seguridad no van a acabar con la raíz del problema.
Desde
la iniciativa My Europe nos interesa la respuesta que podemos proponer los
jóvenes ante estos acontecimientos. Consideramos que es fundamental acudir a
las causas sociales del fenómeno del terrorismo islamista para poder
erradicarlo. Recientemente ha sido difundido en los medios de comunicación un
vídeo en el que se puede ver a los hermanos Abdeslam bailando y bebiendo en una
discoteca de Bruselas. Nada hacía prever que ocho meses después estos dos
jóvenes perpetrarían y ejecutarían con precisión la matanza que dejó ciento
treinta fallecidos en París. Los hermanos Abdeslam nacieron en Bruselas y
crecieron en el barrio de Molenbeek. Forman parte de toda una generación de
jóvenes musulmanes que a pesar de haber nacido en Europa, no se ha integrado en
la sociedad. Muchos de estos jóvenes se encuentran en situaciones de
marginalidad, de exclusión social y cometen delitos menores. Y algunos de ellos
abrazan el extremismo radical buscando un sentido a sus vidas. Viajan a Siria,
se enlistan para combatir en las filas de Daesh, son adiestrados militarmente y
retornan a Europa para planear y cometer atentados terroristas.
Las
medidas de vigilancia y seguridad son necesarias para prevenir futuros ataques,
pero deben ir acompañadas de políticas de integración que eviten la
radicalización de los jóvenes musulmanes europeos. El terrorismo islamista debe
comenzar a tratarse como un problema social. En este sentido, es muy
interesante el plan de prevención que se está llevando a cabo en la ciudad
danesa de Aarhus. Dinamarca es, tras Bélgica, el segundo país europeo con mayor
porcentaje de jóvenes que han viajado a luchar en Siria o Iraq (27 por cada
millón de habitantes). El Modelo Aarhus ofrece a aquellos jóvenes retornados
que no han cometido delitos en Siria la posibilidad de reintegrarse en la
sociedad. También trata de persuadir a los que tienen intención de marcharse a
combatir para que finalmente no lo hagan. Se basa en una extensa red de
trabajadores sociales, padres, profesores, y asociaciones juveniles que alertan
a la policía cuando detectan que una persona está en riesgo de radicalizarse.
Estos jóvenes reciben atención personalizada y orientación por parte de
mentores y pueden acudir además a grupos de autoayuda. Es la propia comunidad
musulmana la que trabaja para prevenir el extremismo entre sus jóvenes.
Al
hilo de este ejemplo conviene destacar las palabras que pronunció la Alta
representante de la Unión para Asuntos exteriores y Política de Seguridad, Federica
Mogherini, nada más conocer los atentados de Bruselas: “creemos en el Islam de
la paz, la cooperación y el diálogo, que es lo que necesitamos en esta región y
en Europa”. Hizo estas declaraciones en Amman, acompañada de su homólogo
jordano al que abrazó entre lágrimas al terminar la rueda de prensa.
Sólo
fomentando la tolerancia y el respeto entre los jóvenes podremos vislumbrar un
atisbo de solución al desafío terrorista que se cierne sobre nosotros. El
radicalismo, la xenofobia y el regreso a las reliquias nacionales no harán más
que agravar el problema. El proyecto europeo nació tras el siglo de guerras más
sangrientas que vivió el continente en toda su historia. Fue un proyecto de
reconciliación y de paz. Uno de sus padres fundadores, Robert Schuman, hijo de
un alemán y nacionalizado francés supo encarnar ese espíritu y defendió la
necesaria superación de la “oposición secular” entre Francia y Alemania, que
diese lugar a una “solidaridad de hecho” entre naciones.
Como
reconoció en un reciente artículo el escritor Antonio Muñoz Molina, la idea de
Europa no se basa en “los lazos místicos de la sangre, ni en una lengua
primigenia, ni en la leyenda de una comunidad originaria. Nadie se va a llevar
la mano al corazón delante de una bandera europea, ni va a dejar que le corran
lágrimas por la cara al escuchar su himno”. Sin embargo, Europa representa un
horizonte, un auténtico proyecto de futuro basado en los valores de la
solidaridad, la tolerancia y la paz. Sólo defendiendo y poniendo en práctica
esos valores que propugnó Robert Schuman podremos algún día vencer al terror.
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