Las
mentiras de la gente ocupada/Laura
Vanderkam, es escritora. Su libro más reciente es “I Know How She Does It: How Successful Women Make the Most of Their Time”.
The
New York Times, 22 de mayo de 2016
–¿Cómo
te va?
–Ay,
estoy muy ocupada.
Así
es la mecánica de la conversación moderna: una aseveración constante de la
escasez de tiempo.
Algunos
sentimos esto con mayor intensidad que otros: en 2015 una encuesta del Centro
de Investigación Pew descubrió que 9 de cada 10 madres trabajadoras en Estados
Unidos decían que se sienten apuradas todo el tiempo o la mayor parte de este.
En
un intento de entender este frenesí, pasé los últimos 12 meses analizando mi
uso del tiempo en el que puede haber sido el año más ocupado de mi vida.
Tuve
otro bebé en enero de 2015, lo que suma un total de cuatro niños menores de 8
años. Publiqué un libro en junio y pasé una gran parte de mi tiempo en viajes
de trabajo y dando conferencias. Mi esposo también viaja con frecuencia por
motivos de trabajo. A pesar de que nos las arreglábamos bastante bien con tres
niños y dos trabajos, cuando llegó el cuarto —incluso con la ayuda de la nana y
nuestras familias— nos sentimos al borde del caos.
Así
que registré en una hoja de cálculo bloques de media hora para cada una de las
8784 horas que constituyen un año bisiesto. No descubrí cómo agregar una hora
extra a cada día, pero sí aprendí que las historias que me contaba a mí misma
sobre cómo pasaba mi tiempo no eran siempre ciertas. El ritmo por hora de mi
vida no era tan agitado como yo pensaba.
Después
de llegar a la hora 8784 a las 5:00 el 20 de abril, comencé a analizar mis
registros y agregar categorías. Si yo quisiera escribir una historia de la
locura —el tipo de historia que las mujeres profesionales nos contamos unas a
otras mientras competimos en las olimpiadas de la desgracia—, tendría algunos
momentos muy competitivos: me extraje leche en los baños del tren. Estuve
despierta de 23:30 a 2:00 con el bebé la noche antes de un vuelo a Tampa,
Florida, para dar una conferencia. Registré las horas en que lavé ropa
—sábanas, mantas, almohadas— mientras un bicho terrible bajaba por el sistema
gastrointestinal de los cuatro niños. Para recuperar tiempo, trabajé durante la
noche, trabajé durante fines de semana. Trabajé en las vacaciones.
Pero
también hay muchas muestras de una vida más tranquila. Fui a que me dieran ocho
masajes. Me di tiempo para ir a correr los fines de semana (eso es parte de las
232,75 horas en que hice ejercicio). Fui a cenar con amigos. Pasé tiempo,
cuando los niños ya estaban dormidos, sentada en el porche, leyendo revistas de
moda o de chismes. (Mi lectura sumó un total de 327 horas. Pude haber leído
“Guerra y paz”. No lo hice.)
Esta
no es la primera vez que analizo registros de tiempo. Escribo sobre
organización del tiempo. Cuando hago investigación para mis libros, les pido a
cientos de personas, principalmente que trabajan en oficina, asalariados e
independientes, que registren cómo pasan su tiempo durante una semana.
Sé
que los profesionales tienden a sobreestimar sus horas de trabajo; recordamos
nuestras semanas más ocupadas como si fueran lo típico. Esto se debe en parte a
que las experiencias negativas sobresalen más en nuestra mente que las
positivas, y también a que nos gusta vernos como personas muy trabajadoras. Un
estudio de la Revista Monthly Labor de junio de 2011 encontró que la gente que
calculaba sus semanas de trabajo como de 75 horas se equivocaba, en promedio,
en 25 horas.
Pensé
que yo sería más sensata al respecto, pero también exageré cuando supuse que
trabajaba de 45 a 50 horas a la semana. Cronometré 1.995,75 horas al año, un
promedio de 37,4 horas por semana. Si resto las cuatro semanas de vacaciones en
las que trabajé mucho menos de lo normal, eso aumenta el promedio a 40 horas
semanales.
Dormí
51,81 horas por semana, nada maravilloso pero tampoco tan horrible, un poco
menos de siete horas y media al día. En algún momento recuperé el tiempo
transcurrido amamantando durante la noche (registré 146 noches interrumpidas).
De hecho, mi registro muestra siestas, gloriosas noches largas yo sola en
cuartos de hotel y mañanas en las que le pasaba el bebé a mi esposo con un
simple “te toca”.
La
semana tiene 168 horas. Si trabajé 37,4 y dormí 51,81, quedan 78,79 horas para
otras cosas. Esto es mucho tiempo. Aunque sentía que me la pasaba todo el
tiempo preparando almuerzos, dediqué solamente 9,09 horas a la semana a
quehaceres domésticos y recados. Hubo algo de tiempo al volante –7,84 horas a
la semana— pero también para ir a cantar al karaoke dos veces, cosechar fresas,
melocotones y manzanas, e incluso dos días en la playa para mí sola: uno en el
Atlántico y otro en el Pacífico.
No
soy la única a quien llevar la cuenta del tiempo le generó un sentimiento de abundancia.
Descubrí que, en especial para las mujeres, es el mejor antídoto contra los
discursos perniciosos que dictan que el éxito profesional requiere grandes
sacrificios en casa.
Amy
Mahon, socia en la oficina de Londres del despacho de abogados Clifford Chance,
trabaja 60 horas a la semana. Eso podría sugerir que nunca ve a su hija de 4
años. Pero sus registros muestran otra cosa: trabaja hasta tarde dos días y los
otros tres va a su casa para cenar con su familia (trabaja un poco después de
que su hija se duerme). Es raro que vaya a la oficina en fines de semana
(trabaja una o dos horas en casa antes o después de los compromisos
familiares).
El
discurso normal lamenta las dos noches e ignora sábados y domingos, así como el
hecho de que casi todos los días lleva a su hija a la escuela.
Al
demostrarnos que de hecho sí gozamos del privilegio de tener tiempo libre,
llevar un registro también nos empuja a tomar decisiones más inteligentes
acerca de qué hacemos con ese tiempo.
Después
de llevar un registro de su calendario algunas semanas, Barb Zant, una gerente
de ventas de Tampa, se dio cuenta de que su horario no era tan terrible como
pensaba: “Ni siquiera se acercaba a las 80 horas de trabajo por semana”, dijo.
Con respecto a su hogar, se percató de que muchas noches entre semana y muchas
tardes de fin de semana las pasaba frente a la televisión. Ahora todavía ve sus
programas favoritos, pero muchos días no prende la televisión y así puede
dedicar horas de su tiempo libre a otras cosas.
Para
ser honestos, mucha gente que he entrevistado descubre que no todo está bien.
Algunos renuncian a sus trabajos después de estudiar los registros de sus
vidas.
Llevar
un registro del tiempo también puede tomar mucho tiempo. Le dedicaba más o
menos tres minutos al día, no demasiado a primera vista, pero si se multiplica
por 366 días, significa que más de 18 de mis 8784 horas las pasé llevando un
registro del resto de mi tiempo. Eisha Armstrong registró su tiempo durante un
mes después de empezar a trabajar como directora de productos y servicios
analíticos en la compañía E.W. Scripps. Felizmente, se dio cuenta de que
dedicaba tiempo para sus prioridades tanto en el trabajo como en casa.
Ya
que hoy en día nos monitoreamos sin descanso para saber cuántos pasos damos, creo
que registrar el tiempo vale la pena. La vida se vive en horas. Lo que hagamos
con nuestras vidas estará en función de cómo pasemos esas horas, que tenemos
contadas.
La
vida es plena y en la vida hay espacio. No hay contradicción en ello.
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