Memoria
y libertad/Sergio
Ramírez
El
País, 22 de mayo de 2016,
Hace
cuatro años surgió la idea de reunir a un grupo de narradores centroamericanos
para que hablaran entre ellos de su oficio y de las dificultades que ejercerlo
conlleva en países como los nuestros, donde las barreras de la incomunicación
parecen alzarse a veces de manera insalvable. Juntar a los escritores maduros,
pero sobre todo a los jóvenes, que tienen ya por campo de batalla este siglo
XXI tan sorpresivo y lleno de desafíos, cuando el oficio de narrar sufre
cambios tan severos.
Cómo
circulan en Centroamérica los libros o por qué no circulan. Cuáles son las
dificultades de editar, y la terca sobrevivencia de las ediciones por cuenta
propia, eso de que uno aún imprime su propio libro y tiene que salir a
venderlo. Las pequeñas editoriales heroicas que se arriesgan, pese a que bien
saben que no es lo mismo ofrecer libros de escritores nacientes que pizzas o
ropa de paca. Los desafíos de los libros y revistas electrónicas, los blogs
literarios, la Red que nos abre sus puertas infinitas, pero que sigue siendo un
territorio tan vasto donde es fácil perderse y desaparecer.
Son
temas que surgen entre centroamericanos, porque presuponen una identidad
compartida, que tiene una dimensión en la historia, otra muy obvia en la
geografía, aún otra en el intercambio económico, y una más en la cultura, la
más desprovista de todas. Países en vecindad, que resulta incómoda a veces,
estorbada por incomprensiones y recelos, pero sometidos, pese a ellos mismos, a
un ideal empecinado que no se deja mover por los vientos de tormenta. Y si la
identidad cultural es la más desprovista, es al mismo tiempo la más espléndida,
esa que se expresa triunfalmente en la creación literaria y nos deja llenarnos
la boca con los nombres de Rubén Darío, Miguel Ángel Asturias, Ernesto
Cardenal.
Pero
si miramos hacia adentro, hay que mirar al mismo tiempo hacia afuera: también
Centroamérica por cárcel y cómo romper los muros de esa cárcel para un
escritor. Ser visto y leído por las editoriales extranjeras, traducido a otras
lenguas. Desafiar el sino de venir de una pequeña región reconocida sobre todo
por la violencia y la pobreza. Hacer de la literatura una marca de país. Y
entonces pensamos que este no debería ser un diálogo sólo entre nosotros, una
plática de presos, sino a puertas abiertas, en compañía de escritores de otras
latitudes, y de traductores, editores, críticos. Salir al mundo, compartirlo,
ponernos en el mapa.
Este
experimento pasó a llamarse Centroamérica Cuenta, y del 23 al 27 de mayo vamos
a celebrar ya el cuarto encuentro, una vez más en Managua. Hemos venido
creciendo desde la primera convocatoria de 2013, cuando empezamos con una
docena de participantes que acudieron de los seis países centroamericanos, y de
Francia y Alemania, a tener esta vez a más de setenta invitados provenientes de
más de quince países; además de los mencionados, España, México, Brasil,
Colombia, Holanda, Venezuela, Argentina, Perú. Tendremos a narradores,
cronistas, cineastas, traductores, académicos; editores de importantes casas
editoriales, directores de otros festivales internacionales, y periodistas que
vienen a cubrir el encuentro.
Y
así como el año anterior convocamos Centroamérica Cuenta en nombre de la
libertad de expresión, condición esencial de la creación literaria, este año el
lema será Memoria que nos une. La memoria que alimenta no sólo la invención,
sino que es imprescindible para tener historia, y para que tenga sentido la
vida social.
La
memoria como sedimento de la libertad, porque para imaginar el futuro es
necesario recordar el pasado. Un pasado desaparecido, que es necesario exhumar.
Y memoria también de dos grandes aniversarios que tienen que ver con nuestra
lengua y su constancia renovadora: los centenarios de la muerte de Cervantes y
de Darío, a quienes está dedicado el encuentro.
Seis
días en una docena de escenarios donde además del tema de la memoria se
discutirán los que tienen que ver con los desafíos de la literatura, los asuntos
a los que acude y sus formas cambiantes de expresión: la realidad en que
vivimos, como sedimento provocador de la imaginación; la historia que nos ha
tocado en suerte y las maneras de descifrarla a la hora de contar.
La
literatura no es prescindible, ni tampoco una pieza decorativa. Es un signo de
libertad creadora. Y, como instrumento de expresión, esencial a la diversidad
crítica, necesaria a la vez para la convivencia democrática. Memoria y libertad
son los signos que nos unen en esta jornada. Sin ellas no hay invención
literaria.
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